domingo, 30 de mayo de 2021

OBISPO Y ORO - Los "¡vivas!" en los toros

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
 
Vivimos –en España-- tiempos de extraordinaria complejidad. Tiempos alarmantemente tensionados, de quebradiza moral, de constante chisporroteo en la convivencia del día a día. Saltamos ante cualquier ocurrencia que emane del Consejo de ministros, porque somos conscientes de que no podemos hacer nada por evitarlo, ni siquiera manifestarnos en la calle, que es el único arma legal que tenemos a mano los gobernados. Más de dos años así, con una pandemia cerniéndose sobre nuestras cabezas, acaba con la templanza más acrisolada. Y, entonces, nos exaltamos. ¿Dónde podemos hallar un lugar de reunión debidamente autorizado para gritar consignas a pleno pulmón? Pues, por ejemplo, en las plazas de toros, que tienen larga historia como escenario mitinero, por si no lo saben.
 
“Política y toros”, es uno de los artículos más famosos de Ramón Pérez de Ayala; artículo magnífico y aleccionador, por cierto. ¿Puede o debe la política inmiscuirse en el tema taurino y viceversa? Por supuesto. En esta vida, mal que nos pese, todo es política; porque si la política --según Aristóteles… o Maquiavelo, que no está tan clara la cosa-- es el “arte de lo posible”, la Tauromaquia es “el arte de lo imposible”, y esto lo digo yo, que no soy nadie. ¡Claro que tienen que ver! Y más ahora, que está la cosa que arde, a  flor de piel, expuesta a la más fina sensibilidad. Los “¡vivas! han surgido de pronto en los graderíos, pero han proliferado tanto, tanto, tanto, que lo que en principio se tomó como cosa puntual o conmemorativa de algo se ha tornado en un insufrible galimatías, un gallinero incontrolado. El “¡viva España!”, rescatado tras muchas décadas de arrumbamiento, ha pasado, de ser una expresión sincera y oportuna, como remate de algo genuinamente nuestro y especialmente emotivo –el Himno Nacional, por ejemplo—a una banalidad  extemporánea, descabezada de todo sentido, que se escucha machaconamente en el transcurso de las corridas de toros.  Los “¡vivas!” en los toros, que debieran ser algo excepcional, se repiten una y otra vez con insoportable insistencia, interrumpiendo el curso de la lidia,  estorbando la acción de los toreros e incomodando al público, que muchas veces se apunta a la “coralidad” solicitada por los corifeos de turno por no traicionar a su íntimo concepto del patriotismo. Pero no es esto, no es esto…, que diría el filósofo Ortega.
 
Creo que estos “¡vivas!” en los toros, resucitados ahora, son reflejo de una inestabilidad política, tal vez desapercibida por la gente del común. Hubo un tiempo y un  año en que se produjeron dos sucesos que evidenciaron, una vez más, la concomitancia de política y toros; y ambos el mismo año: 1936. Uno de ellos tuvo lugar el 18 de octubre, con  ocasión de celebrarse una “corrida patriótica” en la Maestranza de Sevilla –la guerra civil recién estallada--, a beneficio del “ejército nacional” y presidida por el general Queipo de Llano. En ella intervenía, entre otros, el diestro Manolo Bienvenida, que tuvo la “ocurrencia” de rotular su muleta de la forma que enseña el documento gráfico que antecede a estas líneas. Probablemente, será el “viva España!” no pronunciado, sino rotulado en tan original soporte,  más conocido de la historia del toreo.
 
El otro suceso tuvo lugar tal día como hoy, 29 de mayo, del mismo año 36, y por escenario la entonces recién estrenada Plaza de Las Ventas, pero el motivo no era cuestión patriótica o política, sino puramente taurino: la protesta de los toreros españoles por la proliferación en los carteles de diestros mexicanos que les comían la tostada –esta es la verdad—a la mayoría de los españoles, lo cual abocaría en la rotura del convenio taurino entre ambos países. Su protagonista, el torero Victoriano de la Serna, que en vista de la posición del publico a favor de los toreros del allende la mar, se hincó de rodillas ante un toro de Clairac, al tiempo que  gritaba con todas sus fuerzas, “¡¡Viva España!!”. También empleó las suyas –las fuerzas--  el toro salmantino, hiriendo gravísimamente al diestro segoviano de Sepúlveda; y a punto estuvo de hacerlo también con el mentado Manolo Bienvenida, que se solidarizó con su compañero imitándolo en el gesto –de rodillas—y en el grito –“¡¡viva España!!”-- nada más hundir el estoque en el morrillo del cornúpeta.
 
Por tanto, los “¡vivas!” en los toros no son novedad; pero lo de este tiempo roza el histrionismo, porque se mezclan con otros dirigidos a destinatarios verdaderamente insólitos, por no decir, esperpénticos. Lo de la interpretación del Himno Nacional, en cambio, es de uso común en algunos países de Hispanoamética –Colombia, Ecuador…-- cuando los toreros terminan el paseíllo. Allí, el público se levanta y lo canta con inflamado tono y emotivo sentimiento de orgullo por su país. A mí, me gusta, qué quieren que les diga. Aquí no hay costumbre de hacerlo --lo de cantar-- porque, entre otras cosas, no tenemos letra… que ya es el colmo de la incongruencia; pero la cosa está como está y tiene difícil remedio; aunque habrá de buscarse, porque hay que acabar –ni libertad de expresión, ni leches-- con esa patochada de protagonizar una catarata de ”¡vivas!” en los toros sin orden ni concierto, ni cuestión que lo justifique. La autoridad, aplicando el vigente Reglamento –artículo 34--, puede intervenir en tan estúpida cuestión. Que lo sepan los “vividores”.

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