FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Vivimos –en España-- tiempos de extraordinaria
complejidad. Tiempos alarmantemente tensionados, de quebradiza moral, de
constante chisporroteo en la convivencia del día a día. Saltamos ante cualquier
ocurrencia que emane del Consejo de ministros, porque somos conscientes de que
no podemos hacer nada por evitarlo, ni siquiera manifestarnos en la calle, que
es el único arma legal que tenemos a mano los gobernados. Más de dos años así,
con una pandemia cerniéndose sobre nuestras cabezas, acaba con la templanza más
acrisolada. Y, entonces, nos exaltamos. ¿Dónde podemos hallar un lugar de
reunión debidamente autorizado para gritar consignas a pleno pulmón? Pues, por
ejemplo, en las plazas de toros, que tienen larga historia como escenario
mitinero, por si no lo saben.
“Política y toros”, es uno de los artículos más
famosos de Ramón Pérez de Ayala; artículo magnífico y aleccionador, por cierto.
¿Puede o debe la política inmiscuirse en el tema taurino y viceversa? Por
supuesto. En esta vida, mal que nos pese, todo es política; porque si la
política --según Aristóteles… o Maquiavelo, que no está tan clara la cosa-- es
el “arte de lo posible”, la Tauromaquia es “el arte de lo imposible”, y esto lo
digo yo, que no soy nadie. ¡Claro que tienen que ver! Y más ahora, que está la
cosa que arde, a flor de piel, expuesta
a la más fina sensibilidad. Los “¡vivas! han surgido de pronto en los
graderíos, pero han proliferado tanto, tanto, tanto, que lo que en principio se
tomó como cosa puntual o conmemorativa de algo se ha tornado en un insufrible
galimatías, un gallinero incontrolado. El “¡viva España!”, rescatado tras
muchas décadas de arrumbamiento, ha pasado, de ser una expresión sincera y
oportuna, como remate de algo genuinamente nuestro y especialmente emotivo –el
Himno Nacional, por ejemplo—a una banalidad
extemporánea, descabezada de todo sentido, que se escucha machaconamente
en el transcurso de las corridas de toros.
Los “¡vivas!” en los toros, que debieran ser algo excepcional, se
repiten una y otra vez con insoportable insistencia, interrumpiendo el curso de
la lidia, estorbando la acción de los
toreros e incomodando al público, que muchas veces se apunta a la “coralidad”
solicitada por los corifeos de turno por no traicionar a su íntimo concepto del
patriotismo. Pero no es esto, no es esto…, que diría el filósofo Ortega.
Creo que estos “¡vivas!” en los toros, resucitados
ahora, son reflejo de una inestabilidad política, tal vez desapercibida por la
gente del común. Hubo un tiempo y un año
en que se produjeron dos sucesos que evidenciaron, una vez más, la
concomitancia de política y toros; y ambos el mismo año: 1936. Uno de ellos
tuvo lugar el 18 de octubre, con ocasión
de celebrarse una “corrida patriótica” en la Maestranza de Sevilla –la guerra
civil recién estallada--, a beneficio del “ejército nacional” y presidida por
el general Queipo de Llano. En ella intervenía, entre otros, el diestro Manolo
Bienvenida, que tuvo la “ocurrencia” de rotular su muleta de la forma que
enseña el documento gráfico que antecede a estas líneas. Probablemente, será el
“viva España!” no pronunciado, sino rotulado en tan original soporte, más conocido de la historia del toreo.
El otro suceso tuvo lugar tal día como hoy, 29 de
mayo, del mismo año 36, y por escenario la entonces recién estrenada Plaza de
Las Ventas, pero el motivo no era cuestión patriótica o política, sino
puramente taurino: la protesta de los toreros españoles por la proliferación en
los carteles de diestros mexicanos que les comían la tostada –esta es la
verdad—a la mayoría de los españoles, lo cual abocaría en la rotura del convenio
taurino entre ambos países. Su protagonista, el torero Victoriano de la Serna,
que en vista de la posición del publico a favor de los toreros del allende la
mar, se hincó de rodillas ante un toro de Clairac, al tiempo que gritaba con todas sus fuerzas, “¡¡Viva
España!!”. También empleó las suyas –las fuerzas-- el toro salmantino, hiriendo gravísimamente
al diestro segoviano de Sepúlveda; y a punto estuvo de hacerlo también con el
mentado Manolo Bienvenida, que se solidarizó con su compañero imitándolo en el
gesto –de rodillas—y en el grito –“¡¡viva España!!”-- nada más hundir el
estoque en el morrillo del cornúpeta.
Por tanto, los “¡vivas!” en los toros no son
novedad; pero lo de este tiempo roza el histrionismo, porque se mezclan con
otros dirigidos a destinatarios verdaderamente insólitos, por no decir,
esperpénticos. Lo de la interpretación del Himno Nacional, en cambio, es de uso
común en algunos países de Hispanoamética –Colombia, Ecuador…-- cuando los
toreros terminan el paseíllo. Allí, el público se levanta y lo canta con
inflamado tono y emotivo sentimiento de orgullo por su país. A mí, me gusta,
qué quieren que les diga. Aquí no hay costumbre de hacerlo --lo de cantar--
porque, entre otras cosas, no tenemos letra… que ya es el colmo de la incongruencia;
pero la cosa está como está y tiene difícil remedio; aunque habrá de buscarse,
porque hay que acabar –ni libertad de expresión, ni leches-- con esa patochada
de protagonizar una catarata de ”¡vivas!” en los toros sin orden ni concierto,
ni cuestión que lo justifique. La autoridad, aplicando el vigente Reglamento
–artículo 34--, puede intervenir en tan estúpida cuestión. Que lo sepan los
“vividores”.
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