Una
oreja para Álvaro Lorenzo y una más para Ginés Marín se antoja botín escaso para
lo que albergaba el fondo del encierro charro
MARCO A.
HIERRO
Fotos: Luis
Sánchez Olmedo
Viendo el resultado numérico y la impresión
subjetiva del inicio del San Isidro del exilio, uno comprende por qué no se ve
más una ganadería con los números de El Pilar en los carteles de campanillas.
Es verdad que está en las ferias importantes, es verdad que goza de prestigio y
es verdad que Moisés Fraile defiende muy bien lo que vale cada toro, porque si
no lo va a vender bien, lo mata José Tomás a puerta cerrada y al menos se pega
un homenaje. Pero sin perder un ápice de dignidad. Y con el tremendo banco de
pruebas del que más lento late el toreo. Porque embiste tan sumamente lento el
raboso pilarón que ni cuando sale uno malo deja de atisbarse la calidad. Y deja
dudas también del que está delante. Por eso es fácil escuchar por lo bajini
–entre los que visten de luces- lo de “ni una más”.
Entre los que pueden elegir, claro. Porque entre
los que bastante hacen con estar en las ferias tienen que enfrentarse porque no
les queda más remedio. Pero todos, unos y otros, comprueban lo difícil que es
templar el toreo cuando un animal te embiste tan despacio. Lo haga bien o lo
haga mal, y es ahí donde está la exigencia; si lo cuajas, eres un superclase,
pero si no puedes no pasar de gracioso. Y el toro excelso se puede quedar en
manso y descastado. Y eso no lo entiende todo el mundo.
Lo entendió hoy Ginés Marín, que vive un momento
extraordinario y que ve regular al malo, bueno al regular y tremendo al bueno,
pero cuando has cogido velocidad de crucero, das por supuestas determinadas
cosas en las faenas que no te perdona el toro de El Pilar. Por eso le pegas
chicuelinas de infarto de salida al toraco que cerró plaza, y lo ves claro para
pasarlo muy cerca cuando las inercias te ayudan, pero tienes que tirar de toda
tu sapiencia para ponerlo en ritmo después y llegar al tendido conduciendo
arrancadas. Sólo cuando entendió la largura a zurdas y cuando comprendió la
importancia de tomarle el pulso dejó de permitirse licencias con el tempo. Y
todo fluyó mejor. Por eso paseó una oreja con el peor raboso de los cuatro
buenos. Buenos, sí. Aunque ahora pueda pensar que de esto ni una más.
Ni una más querría Álvaro Lorenzo si su perfil
académico y elegante no le obligase a estudiar las arrancadas y superar sobre
la marcha los errores. El toledano enlotó uno de los de la clase excelsa, y le
cortó una oreja en el quinto acto, pero tuvo que construir y buscarle el ritmo.
Y cuando lo encontró, la faena ya estaba siendo demasiado larga. Porque con
esto de El Pilar da la impresión de que se deja uno demasiado por decir cuando
no fluye ligado. Y él también buscaba, como el que sabe que olvida algo y no
termina de recordar qué es. Hasta que conectó el metrónomo y le pegó dos tandas
al mermado toro, tan castigado en varas como bien tratado en banderillas, para
cortarle una oreja que supo a poco y se protestó mucho. Porque era la primera
de feria y era muy importante fijar bien el listón.
El listón de la corrida lo fijó muy alto el
primero de la tarde, musculado sin estridencias, noble de expresión y trato,
humillado en cada arrancada y de embestida lenta. Lentísima. Tanto que le costó
a López Simón lancear con el capote porque no terminaba de acertar con la
cadencia cuando las inercias brillaban por su ausencia. Era toro de degustar el
toreo, de encumbrar la excelencia y de tirar de lírica para el recuerdo, pero
no era toro de abrir plaza, temporada y feria. Para ese hay que estar muy
rodado o terminar pensando que no se quiere ni una más. A pesar de haberle
recetado derechazos, de haber firmado un bello toreo a dos manos y de haber
sufrido una aparatosa voltereta y haberse librado por los pelos. Este era toro
de torear. Mucho.
Como lo fue de tragar quina el cuarto, con el que
lanceaba Alberto de salida mientras la megafonía, que no se entendía ni una
pizca, podía estar recordando las medidas higiénicas o anunciar oferta de
Míster Proper en la planta de menaje del Hipercor. Y esa también es una razón
para salir pensando que de El Pilar… ¡Ni una más!
Con seria corrida de El Pilar, oreja de ley para
Ginés Marín por una actuación meritoria y de compromiso. Oreja también para
Álvaro Lorenzo, serio y seguro con su lote. López Simón cogido sin
consecuencias.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Vistalegre, Madrid.
Primera de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Unas 3.000 personas en el
tendido.
Seis toros de EL PILAR, serios de presencia. Enclasado y de ralentizada embestida
el gran primero; noblón pero exigente en el pulso el astifinísimo segundo; de
mejores inicios que finales el espeso tercero; orientado y a menos el feo
castaño cuarto; de gran calidad y templada embestida el mermado en varas
quinto; de muy buen fondo el exigente y serio sexto.
ALBERTO
LÓPEZ SIMÓN (marino y oro):
ovación y ovación.
ÁLVARO
LORENZO (pizarra y oro): silencio
tras aviso y oreja.
GINÉS
MARÍN (fucsia y oro): silencio
tras aviso y oreja tras aviso.
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