El líder de Vox: «Como dice
Morante, no somos ciudadanos, somos españoles de pueblo».
ROSARIO PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC de Madrid
No hay pueblo más bravo que el de las gentes del campo. No
hay manos que labren la vida con tanto esmero como las gentes del pueblo. No
hay pisadas más profundas que las de las botas de los hombres del campo, de
aquellos que mueren con ellas puestas. Y por esa huella hay que regresar al
pueblo, al tuyo o al mío, por el camino viejo (que al final es el más moderno),
por esa vereda que siempre se vuelve a pisar para reencontrarse con el lugar
donde más se amó la vida.
Regresar a la niñez, a las raíces, que no son otras que las
del campo que araron y sembraron los tuyos, los míos, los nuestros. Para que
hoy todos recojamos los frutos de la tierra ninguneada y olvidada, la tierra
cultivada a izquierdas y derechas, en el sol y en la sombra, la tierra sin más
colores que los de las estaciones, sin más dueños que sus gentes, pero la
tierra que en temporada electoral se ha alzado como un Everest de la mano de
Santiago Abascal. Porque esa es la realidad, de «verde esperanza Vox» (así la
bautizan entre olivos unos señores) para muchos que hoy le entregan sus llaves,
como ya ocurrió en Andalucía: el campo da votos.
Porque esa parece la realidad del boca a boca, aunque muchos
prefieran no expresarlo públicamente, incluso aunque choque a algunos. La
derecha de Vox irrumpe con fuerza en una parcela históricamente socialista.
¿Qué hace un partido de derechas en un terreno de izquierdas? «Nos han
olvidado. Queremos un cambio y Abascal defiende nuestras tradiciones y la
España rural», es la voz que suena con fuerza. ¿Qué nivel de descontento habrá
en lo que fue cosecha zurda en las urnas?
No han sido buenos tiempos para la lírica en el mundo rural.
Y muchos de los que se sienten vapuleados depositan hoy su fe en el director de
lidia de Vox. Abascal ha pisado la dehesa, alfombrada por una primavera de
toros bravos. Bajo los acordes de esas liras que son las hojas del viento
machadiano, ha querido leer el verbo del campo letra a letra, expresar su comunión
con el pueblo y afianzar los votos de esos que no se sienten representados. «Un
alto en el camino en mitad de la intensa campaña.
En nuestra salsa. Como dice mi amigo Morante de la Puebla:
"No somos ciudadanos, somos españoles de pueblo"», ha escrito el
presidente de Vox en un su perfil de instagram.
Muchos agricultores y ganaderos (de bravo y manso), con
sobrado hartazgo de un invierno político, se aferran a lo que aún no les ha
defraudado y claman por una verdadera primavera en el planeta rural, que sufre
una preocupante desertización. «¿Alguien se ha ocupado de que esa alarmante
situación se frene?», preguntan en tertulias. Manos agrietadas por el frío,
pieles tostadas por el sol, buscan un faro que alumbre sus caminos.
Paciencia y coraje frente a muros de piedra, madrugadas y
madrugadas para llegar al fruto de su trabajo, parajes olvidados, de
desastrosos medios de transporte público, de precios de productos
imprescindibles en el trabajo agrario «no acordes a la realidad de la vida, que
no de la supervivencia». Ya es hora de que se arranquen las espinas de las
manos más olvidadas por el poder.
El idioma del mundo rural
Un poder que ningunea a esos hombres del campo que son
ángeles sin graduado más sabios que muchos con tres carreras. Su cultura es
amplia: dominan más lenguas que un trilingüe. ¿Saben por qué? Porque controlan
el idioma del campo, el de la cosecha, el de la ganadería... Y no hay ingenería
ni arte más difícil. No, no son paletos. Y si no, recuerden al paleto más listo
de todos, el de Galapagar: no sé bien qué diría ante el desconcierto político...
O al más listo del mundo taurino actual, el que apuesta para ganar y gana.
Hace años (antes de la bajada del IVA cultural), en un
encuentro con ABC, un ganadero lanzaba esta pregunta: «¿Sabía usted que un toro
destinado a la lidia se grava con un 21 por ciento y si es para carne con el
10? Es el único producto agrario de ganadería extensiva que paga un 21 por
ciento, porque nos consideran como un servicio...»
Los ganaderos de lidia son, junto a cazadores y otras gentes
del campo, los más cuidadosos con el medio ambiente, enamorados de la
naturaleza al natural, sin artificios. Son los verdaderos ecologistas y
animalistas, no ese Pacma (al que Cayetano, con un padre muerto por una
cornada, ha respondido con contundencia) que miente en las redes sociales dando
gato por liebre, paloma por perdiz y buey por toro. Ni tampoco lo son esos
políticos que un día salieron a hombros y ahora hacen el ridículo diciendo que
se quiere, tanto o más, a una mascota que a un miembro de la familia y que ha
desatado un aluvión de críticas incluso entre algunos de sus posibles votantes.
En este sentido, la Fundación del Toro de Lidia ha enviado una
misiva a Laura Duarte (Pacma):
«Le rogamos haga público un
desmentido sobre el asunto del buey Marius y alerte por favor a sus seguidores
que no intenten hacer una acción similar con toros bravos. Si no lo hace, y
algún desinformado seguidor de su partido decide imitarla, será responsable de
las seguras fatales consecuencias. Entendemos que en una campaña se hace abuso
de la exageración, pero creemos que no todo vale. La farsa del buey Marius
puede poner vidas en juego, por lo que consideramos que la extralimitación en
este caso es de todo punto inaceptable».
Más le valdría a este país que en los colegios, en lugar de
vetar cuentos clásicos, pusieran de maestros a muchos de los sabios hombres del
campo (y donde pone hombres pueden leer también mujeres, lo especifico para los
tontainas del lenguaje inclusivo y su amor al duplicado de palabras). Las del
campo son gente sencilla que no conoce la pereza y que derrama sin descanso el
sudor de su frente para escribir versos de bravura y libertad. La que falta en
tiempos de prohibición, de intolerancia.
Menos mal que aún quedan valientes. Siempre nos quedará el
París del campo, el París del pueblo, esencia de España. «Somos españoles de
pueblo...»
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