domingo, 21 de abril de 2019

LAS VENTAS - El talento de Juan Ortega cala en Madrid

El sevillano protagoniza por Resurrección una artística faena ante el segundo de la tarde premiada con una vuelta al ruedo; Galván y Aguado se encuentran la suerte de espaldas.
 
GONZALO I. BIENVENIDA
Diario EL MUNDO de Madrid

El ilusionante cartel que confeccionó Plaza 1 para el Domingo de Resurrección no tuvo la respuesta de asistencia esperada. Tan sólo 8.000 almas para presenciar el futuro más torero del escalafón. Un grupo de románticos aficionados sevillanos vendieron su entrada de La Maestranza para viajar en AVE a la capital. Cargados de fe en el mañana, aburridos del rutinario hoy. Lástima que sólo seamos unos pocos.

Una faena de otra época llenó de argumentos la peregrinación sevillana. Juan Ortegaresucitó el toreo olvidado de capote. Toreó a la verónica reunido, despacio, con ritmo. No le importó el viento, tampoco el gesto encampanado del segundo de El Torero. Meció el capote con suavidad y remató con una media preciosa que calcaría en dos ocasiones más. Madrid rugió desde el principio.

El reducto de aficionados de temporada venteños recordaban la calidad de la oreja lograda el día de la Virgen de la Paloma. Campera torería tuvo la larga con la que dejó al toro en suerte -señalado en lo alto por Manolo Burgos-. Antes, otro ramillete de clásicas verónicas, sin abotargamientos. El talento del temple habita en las muñecas de Ortega. La obra recordó a aquellas de finales de los años ochenta o de los noventa. Un toro noble, de contado poder, y un torero de tal calidad que es capaz de transmitir con esos mimbres. La belleza añorada del toreo a dos manos, resucitada ahora en el genuflexo inicio. Una trincherazo inmenso. A Madrid no le importaron los límites del toro: la raza y la fuerza. Tuvieron paciencia con Juan Ortega que toreó con suma naturalidad y temple por el pitón derecho al toro de El Torero. Dos tandas en redondo colosales. Asentado en todo momento, cuidando los tiempos y las alturas. También las distancias. La faena medida. Preciosa, sin alharacas. Al natural cantó la falta de fondo del toro. Los remates finales hacia tablas recordaron aquella expresión televisiva de Chenel: "Unas morisquetas y a matar". Un punto desprendida quedó la espada. A eso se agarraría la presidencia para no conceder la oreja pedida. La vuelta al ruedo fue reclamada de forma unánime.

El talento de Juan Ortega había dejado una profunda huella en los amantes del toreo de siempre. No pudo redondear con el arrítmico quinto que fue un sobrero de Lagunajanda sin raza. Un nuevo saludo capotero, detalles y el macheteo final quedaron como muestra de lo que pudo haber sido.

A por todas salió Pablo Aguado, llagaba con ambiente y la afición de Madrid le midió. Primero en el ligero quite por chicuelinas, después en la fría respuesta al buen saludo capotero en sus dos turnos. El jabonero que hizo tercero fue obediente pero falto de clase. Porfió Aguado sin rendirse. El sexto tuvo más tela que cortar. Se movió mucho desde que salió y tampoco tuvo clase. La acometividad se tornó genio. En ocasiones faltó mando dentro de una estética frágil. El primer muletazo resultaba bello, los demás algo amontonados. El toro no fue fácil y Aguado estuvo bien con él pero faltó ese punto de llevarlo más que requería. La afición de Madrid se quedó con ganas de verle con un toro que embista por derecho. Los pases de pecho, los cambios de mano por delante y unos finos delantales quedaron en los mejores paladares.

La suerte negada se encontró David Galván. La falta de continuidad del primero y el insuficiente poder del enclasado cuarto le dejaron absolutamente inédito. La corrida de El Torero estuvo ayuna de la casta que caracterizó la del pasado año, aquella que dio la gloria de la Puerta Grande a Álvaro Lorenzo, pero en cambio tuvo la calidad para soñar con el talento del temple que posee Juan Ortega.

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