jueves, 18 de abril de 2019

DOMINGO DE RAMOS EN LAS VENTAS - Gris decepción de Victorino

ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid

Levantaba el telón Las Ventas a las corridas de toros. Domingo de Ramos para estrenar el centenario de la presentación de Albaserrada en Madrid. Una corrida de Victorino como reclamo. Por tercer año consecutivo, la apuesta por la fecha. Y de nuevo el poder de convocatoria de la A coronada a escena: más de 15.000 espectadores. Un éxito. Según se mire. Como la botella y tal. Pero Simón Casas reclama optimismo, positivismo, pasión... Sea, pues, el entradón. La pena es que no estuviera para verlo. Como trabaja gratis, según declaraciones a El País, se fue a Toledo en funciones de apoderado de Antonio Catalán “Toñete”. Que sí paga. Desde hace tiempo, de los socios de Plaza 1, Rafael García Garrido es el serio.

En el Tendido del «7» rendían tributo póstumo a un aficionado con flores -un ramo le recordaba en su localidad como gesto de cariño no apto para supersticiosos- y brindis de los tres toreros: Fernando Robleño, Octavio Chacón y Pepe Moral depositaron sus monteras, uno detrás de otro, en los pilones del portón de la Puerta Grande. Probablemente, alguno de los tres no sabría ni siquiera quién era José Hernán Esteban. Yo tampoco. Descanse en paz.

Cuando a Victorino le preguntaron qué había traído, respondió como su padre solía: «Seis toros» Lo que no especificó es que venían en escalera. Todos cinqueños a excepción del tercero -incorporado por accidente de un titular en los corrales-, pero muy diferentes. Como una corrida hecha de retales. El improvisado único cuatreño, por nombre «Madero», se hacía una tabla. Feote además. A su muerte, una tabla de salvación era lo que hacía falta a Victorino. Ya se habían arrastrado los tres primeros y allí no había brotado ni una embestida en orden.

Sinceramente bien habían estado Fernando Robleño y Octavio Chacón y muy mal Pepe Moral. Robleño pechó con un toro de una agresividad terrorífica. No sólo por la cara, sino por la mirada. Y por los movimientos predadores, claro. Tan entipado como orientado. Sabedor en todo momento de quién movía las telas. Sin descolgar, para más inri. La deriva fue a peor constantemente. Y FR construyó un sordo alarde de curtido oficio. En mil batallas la forja. Sin que el agua que a otros ahogaría le llegase al cuello. Una prenda completa que el veterano torero pasaportó con contundente espadazo. Un esfuerzo sin eco.

Chacón fue temple, cabeza fría y corazón caliente con un negrito que se tapaba por delante, no más. Tampoco se dejó torear con el capote. Como todos. En el cambio de terrenos en posición de brega, Madrid vio cómo anda el gaditano con los toros: sensacional. Aparentaba ser el toro otra cosa, por el punto de humillación en el embroque. Pero le costaba pasar. Más claves escondía de las que enseñaba. Octavio, casi al paso, le sacó los brazos en el quite en dos lances y se acaderó el capote en una notable media verónica. La suavidad de la faena, la colocación y el sitio, la muleta retrasada para aprovechar el viaje, provocaron que el toro se lo agradeciera levemente. Lo que duró. Su único error sobrevino con la espada, tan abierto el cárdeno. Que esperaba lo suyo y se tapaba la muerte. En uno de los volapiés fallidos, el matador se cortó en una mano.

El accidente obligó luego a correr turno: Pepe Moral algunas veces se acopló con la despaciosa embestida del hechurado quinto. Que carecía de poder para desarrollar en plenitud esa clase infinita. Todas las demás carencias ya fueron al debe de un nublado y negado Moral: el tacto no fluyó siempre y el corazón no bombeó tampoco con los aceros. La bronca sonó a Dios cabreado con Moisés: un trueno.

Robleño anduvo en las antípodas con un cuarto bastote y altón pero de sencillo manejo: despejado y poniéndole expresión y la sal que le faltaba a la embestida del victorino. Fernando se compuso en varias series de derechas. Y en sabrosos naturales, de uno en uno. Hasta que el toro se aburrió de sí mismo y se quiso ir. Fernando volvió a imponer la seguridad de su espada. Saludó una ovación en medio de la desinflada tarde.

Apareció Chacón vendado y dispuesto. Bonita la lámina del último cartucho de Victorino, de alegre bravura en el caballo, vivida con desbocada ilusión una vez vista la rutina simplemente cumplidora del resto. El galope de lejos en el segundo puyazo, empujando por los pechos, animó a la parroquia a pedir la tercera vara. Muy lejana. Pero no quiso el toro. Que escarbó y se fue. Apuntó cosas por abajo, mas sin el fondo necesario. Octavio le enjaretó varias series recias antes de que se acabase. Cobró una estocada cabal que necesitó del descabello.

Una gris sensación de decepción quedó flotando en el ambiente tras el arrastre del último cárdeno de Albaserrada.

VICTORINO MARTÍN / Fernando Robleño, Octavio Chacón y Pepe Moral
Monumental de las Ventas. Domingo de Ramos, 14 de abril de 2019. 15.364 espectadores.
Toros de Victorino Martín, todos cinqueños menos el 3º: una escalera de presentación -bajaron 2º y 3º- en su seriedad: de muy desigual y decepcionante juego.
Fernando Robleño, de rosa y oro. Espadazo rinconero (aplausos). En el cuarto, espadazo rinconero (saludos).
Octavio Chacón, de rosa y oro. Tres pinchazos y estocada. Aviso (saludos). En el sexto, estocada algo tendida y descabello (silencio).
Pepe Moral, de sangre de toro y oro. Metisaca y estocada defectuosa (algunos pitos). En el quinto, cuatro pinchazos y seis descabellos. Aviso (bronca)

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