FERNANDO FERNÁNDEZ
ROMÁN
@FFernandezRoman
La noticia ha sorprendido a buena parte de ese ente de
revoltón o patulea amorfa que llamamos “opinión pública”; y ya se sabe que,
aquí, en este lugar del mapamundi en que hemos tenido la fortuna de nacer
cuarenta y pico millones de personas, sorpresas como esta no dejan indiferente
a nadie y, por tanto, se ven con rostros bien diferentes, según la capacidad
interpretativa de quien las contemple. O distintos sabores, según las papilas
gustativas de quien las digiera. O variados enfoques, según el color del
cristal con que se miran. La noticia es que algunos toreros se han subido al
carro de la política y han tomado la insólita decisión de aceptar la invitación
(en algún caso, el ruego) de distintos Partidos políticos de presentarse como
candidatos a acceder al Parlamento
español en las próximas elecciones generales.
De momento, son cuatro, tres toreros del escalafón de matadores de
toros, Miguel Abellán, Salvador Vega y Serafín Marín y un subalterno, Pablo
Ciprés. Todos ellos, según está el patio de las encuestas, con grandes
probabilidades de ocupar el escaño correspondiente.
La noticia se completa, lógicamente, con la identificación
de los Partidos políticos que representan, a saber, Abellán y Vega, como
candidatos del Partido Popular por Madrid y Málaga, respectivamente, y como
candidatos de Vox, Marín, por Barcelona, y Ciprés por Huesca. De momento, son cuatro
toreros, de diferente rango, pero toreros todos. A ellos se suma el nombre de
una mujer que, como diría Manzanares–padre, también es “hija del cuerpo”:
Raquel Sanz, afiliada a los populares y viuda del torero Víctor Barrio, que se
presenta al Congreso por la circunscripción de Segovia. Ya ven: de izquierdas,
ni uno.
¿No hay toreros de izquierdas? Por supuesto que los habrá,
pero, con sinceridad, aquí el firmante no los conoce. En cambio sí hay –y
muchos y muy buenos—aficionados a los toros alineados en la parte zurda de su
muy plausible –y necesaria– ideología. De esos conozco a porrillo, pero todos
pertenecen al venerable y añorado PSOE, hoy día desnaturalizado y reemplazado
por lo que recientemente ha calificado Alfonso Guerra como “izquierda boba”. De
los restantes Partidos o alianzas interesadas, como comprenderán, no me ocupo
en mencionarlos ni, por supuesto, de escudriñar en ellos alguna concomitancia
con la Tauromaquia.
Sin perjuicio de que
surjan más espontáneos que salten la espinosa alambrada en que históricamente
se ha encerrado no solo a los toros bravos, sino también a los copartícipes del
rito milenario que con ellos se celebra, y otros toreros se lancen al ruedo de
la política, la noticia suena fresca y confortante. Al fin y al cabo, nuestras
Cámaras Alta y Baja son hemiciclos dotados de escaños que acogen la voluntaria
representación de un país llamado España, un lugar en el cual la palabra –y la
adecuada esgrima que con ella se utilice– es la única herramienta válida que,
supuestamente, habrá de garantizar el bienestar y la convivencia de sus
habitantes, de la misma manera que en las plazas de toros, es la viva voz o el manifiesto plebiscitario
del pueblo soberano que ocupa los asientos de sus graderíos, quien dictamina la
suerte de los principales actores que intervienen en la lidia, durante y
después de celebrada esta.
No obstante, ya verán cómo surgirán voces de protesta por
esta irrupción inesperada de los toreros en la escena política. Ya han surgido.
Un medio de comunicación ha soltado la primera gracieta al respecto, con la
inequívoca intención de burlarse de los protagonistas de la noticia y, de paso,
dañar a los Partidos que representan, caricaturizando el hecho con una frase
que es paradigma malevolente de la estupidez o mascarada del doble sentido: “el Partido Popular va a matar
en estas elecciones, y por eso ha decidido contar con toreros en sus listas”
¿Qué les parece?
Espero que no salga el listillo o el sectario que tache a
los toreros de indoctos en la materia. Para indoctos, algunos ninis que hemos
sufrido en estas últimas legislaturas (de uno u otro lado, no crean) que
todavía esperan renovar su acta en la
Cámara correspondiente. Además, los toreros están acostumbrados a la fraseología
parlamentaria, y sabrán mejor que otros
coger al toro por los cuernos para abordar un tema espinoso, dar una larga
cambiada al que no merece la pena perder un minuto de tiempo para ocuparse de
él, o pegar un puyazo al adversario, si la oportunidad se presenta y lo
requiere. Estas cosas, dichas así, las tomarán algunos como si les hubieran
puesto un par de banderillas, otros se acularán en tablas, recelando de todo, y
bastantes cambiarán el tercio y pasarán del tema.
En cualquier caso, un respeto para los toreros que han
salido al ruedo electoral. El toro de la política, sea cual fuere su “encaste”,
es más boyante y mansueto que aparece por el portón de chiqueros las tardes de
corrida. Aquél, de momento, no pega cornadas en la femoral. Esta es la sutil
diferencia.
Todos los citados tienen dotes (y arte) suficiente para
hacer una excelente lidia, porque conocen el placer del éxito, la amargura del
fracaso, incluso el dolor del físico del percance, y la mayoría de sus futuros
colegas en los nuevos menesteres no tienen pajolera idea de todas estas cosas.
Aludiendo a la filiación política todos son de derechas, aunque toreen con la
mano izquierda como Dios; pero si nos
atenemos a la destreza que emplean para desempeñar su cometido en la arena de
las plazas de toros, todos son diestros; así que algo llevan ganado.
Habrá que ver cómo le sienta a un torero la etiqueta de
“señoría”. Raro sonará, desde luego. Solo se conoce un antecedente claro al
respecto: el del vasco Mazzantini, aquél
contemporáneo de Guerrita en el último tercio del siglo XIX que iba por delante
del genio cordobés en los carteles. A Mazzantini le apodaron el señorito loco
porque a pesar de su amplio acervo cultural se jugaba la vida en el ruedo, y
después recibía a las visitas en sus aposentos envuelto en una bata de seda, gustaba
de la ópera cara y, ya desde la muy amplia calva de su madurez, llegó a oficiar
de concejal del Ayuntamiento de Madrid y de gobernador civil en Ávila y
Guadalajara; un político en toda regla que antes abatió a miles de toros con la
hoja de su espada. Ah, y le llamaron don Luis.
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