Frente
a una trayectoria de continuado desprestigio
El
historiador José Francisco Coello Ugalde, busca responder a la pregunta que
encabeza estas líneas: "¿Es hora de que Rafael Herrerías deje la empresa
de la Plaza "México"?". Y, en efecto, vistos los resultados y
toda la trayectoria que viene siguiendo en los últimos años. Parece evidente
que ha llegado la hora para que Herrerías deje la gestión de la que hasta ahora
venía siendo primera plaza de América.
Reflexioné durante varios días la elaboración de
estas notas, debido al trasfondo que todos los planteamientos por desarrollar
significan no sólo para la fiesta. También para este servidor, pues ello
supondría arriesgar diversos escenarios que irían desde un ciberataque a esta
plataforma digital hasta el de las amenazas, directas o indirectas, por lo que
temo por mi vida. Y es que proponer que un empresario taurino como Rafael
Herrerías debe irse, significa pedirle que lo haga en aras de dejar los
destinos de este espectáculo público en mejores manos, con intenciones y
propuestas de depuración y mejora, pues ha llevado a tal punto de depauperación
la imagen de una organización y administración con pretensiones no de impulsar,
sino de minimizar y devaluar temporadas cuyos balances no han sido del todo
satisfactorios, en poco más de 20 años al frente de dicha empresa comercial.
Luego de aquel otro periodo liderado por Alfonso
Gaona, con actividad intermitente en los últimos años de su presencia al frente
de la empresa, y donde también, como en todo hubo más cosas malas que buenas,
era conveniente la renovación. Un largo tramo de tiempo en que estuvo cerrada
la plaza, daba condiciones para que se recuperara su administración, de ahí que
el gobierno del Distrito Federal dispusiera alentar una “Comisión Taurina” y
crear, en paralelo un patronato, mismo que en fecha emblemática como la del 5
de febrero de 1989 significó recuperar la plaza como un espacio por entonces
desperdiciado. Para el 28 de mayo siguiente apunta Jaime Rojas Palacios: (…) se
anunció la corrida de reinauguración con “Manolo” Martínez, David Silveti y
Miguel Espinosa con toros de Tequisquiapan, fungiendo como empresa el citado
Patronato, integrado principalmente por Jesús Arroyo, José Huerta y Eduardo
Azcué (…)
Para junio de 1990, ante un cúmulo de errores y
desaciertos del Patronato de marras, vino la sucesión, misma que se desarrolló
tras resolver el conflicto legal habido entre Alfonso Gaona y los propietarios
de la plaza, desistiéndose aquel de la demanda impuesta en contra de estos, de
tal forma que la empresa COSVE, S.A.: (…) celebra un contrato con Televisa, para
que bajo su patrocinio, la empresa ALFAGA, S.A. de C.V. maneje la plaza México
por varios años (cinco años fijos y cinco opcionales). ¿Qué quiere decir ALFAGA?
Las malas lenguas dicen que: “Al Fuego Alfonso Gaona”, pero váyase a saber…!
Y nuestro autor de referencia recuerda que: Al no
satisfacer a Televisa los resultados financieros obtenidos por la
administración de Francisco “Curro” Leal [quien fue en aquellos años el
empresario por parte de Alfaga, S.A. de C.V.], éste es dado de baja como
gerente de ALFAGA. Lo sustituyo el MVZ Rafael Herrerías Olea, quien entra en
calidad de socio –no de empleado (así lo dio a conocer en su comida de
presentación)- a manejar La México, aunque siempre bajo la férula de Televisa,
presidida por el señor Miguel Alemán Magnani y como asesor, el siempre mandón
de la Fiesta, “Manolo” Martínez.
El debut del flamante empresario tuvo lugar el 23
de mayo de 1993, día en que inaugura su primera temporada de novilladas, con
Federico Pizarro, Alfredo Becerra “El Conde” (a ver si ya encuentra un apellido
que le acomode), y Juan Pablo Llaguno con reses de Javier Garfias.
Frente a ese estado de cosas, la acumulación de
buenos resultados parece escasa, sobre todo por el hecho de que en esas dos
décadas sólo se ha consolidado una “figura” –que no nuevo “mandón”- en la
persona de Eulalio López “El Zotoluco”, quien recientemente se encerró con seis
ejemplares de diversas procedencias. La impronta de aquel acontecimiento no fue
capaz de dejar “recuerdos imborrables”.
Lamentablemente debe mencionarse el cúmulo de
circunstancias que han causado el deterioro que aquí se enfatiza, y una de
ellas, pero la fundamental es que el ganado adquirido y lidiado, tanto en
novilladas como en corridas de toros, ha guardado una significativa distancia
entre lo que los “usos y costumbres”, junto con los criterios del reglamento
taurino en vigor, y la respetable opinión de los aficionados podrían decir
sobre la materia prima, la cual en casos aislados cumplió y ha cumplido con los
requisitos, pero ha sido un común denominador que en la realidad no se
corresponda una cosa con otra, de ahí que ese represente la principal caja de
resonancia para producir desconfianza, pues de todo ello también se desprenden
factores como el sometimiento que la empresa tendría sobre las “autoridades”, a
quienes materialmente ha convertido en sus “empleados”, al punto de que quienes
son propuestos y avalados desde la figura delegacional, con reglamento taurino
de por medio, no signifique ningún riesgo para la empresa misma, que consuma
sus propósitos de imponer, a base de caprichos (posiblemente también de
amenazas), un ganado que finalmente termina siendo lidiado.
Para colmo, y desde aquel escandaloso caso de los
“toros” de Julián Handam, la publicidad fotográfica de los mismos en la prensa,
materialmente desapareció, de ahí que la desconfianza sea mayor, ya que con esa
limitante, los aficionados no tenemos forma de comprobar si el ganado a
lidiarse visualmente tiene o no la presencia que supondría consumar nuestra decisión
de pagar en taquilla por un “producto” que da certeza, para no vernos sometidos
al lamentable punto de que “nos den gato por liebre…” o “paguemos kilos de a
800 gramos”.
Lo anterior ha llevado al empresario a cerrar los
tendidos generales cuando se celebran novilladas, ante las bajos, muy bajas
entradas, ante las cuales no existe la aplicación de métodos solventes de
aliento para que los aficionados se acerquen a la plaza. Entre otros: fijar
precios más económicos en las entradas, retirar a los “cadeneros”…, crear
campañas publicitarias lo suficientemente sólidas para que aficionados y
aficionadas de toda la vida y otros en formación, tengan oportunidad de acudir
no una, varias veces a distintos festejos, así como los niños.
Cuando crece la sospecha, y es más que visible la
mentirosa presencia de novillos o toros en el ruedo, hay dos caminos: rechazar
un encierro o enviar a “examen post morten” los restos de aquellos ejemplares
que crean la incómoda situación. Hasta hoy, no queda claro cómo en medio de
diversas negativas, no se haya instaurado (y peor aún que no funcione) un
laboratorio “ad hoc” en la propia plaza de toros, o que tales muestras no sean
enviadas, por ejemplo a la Facultad de Medicina Veterinaria de la U.N.A.M. para
contar con elementos científicos confiables. Pero ninguna de las dos instancias
han prosperado como sería de esperarse.
Por esta razón fundamental, el aficionado se está
alejando de la plaza, por lo que el espacio ha venido mostrando de muchos años
para acá una dolorosa imagen de abandono, tristeza y desconfianza, misma que la
empresa ha pretendido “borrar” justo cuando fechas como la del 5 de febrero se
convierten en “tablita de salvación”. Pero aun así, la plaza lleva muchos años
de no registrar un lleno absoluto, como aquellos de “No hay billetes”: la
reaparición de “Manolo” Martínez, o la consagración de Pedro Gutiérrez Moya “El
Niño de la Capea” con «Samurai». También aquellas tardes, en 1982 y 1983, cuando
actuaron Valente Arellano, Manolo” Mejía y Ernesto Belmont. Como ven… “ya
llovió…”
El registro de bajas entradas a lo largo de muchas
temporadas pondría a temblar a muchos empresarios que, por valientes o
defensores de la fiesta no podrían con tremenda carga fiscal. Es curioso, pero
sólo administradores como Rafael Herrerías han podido dar cara a semejante
motivo de quiebra; no una, muchas veces. Para ello es de sentido común observar
que el apoyo financiero no podría venir de otra empresa que no sea Televisa,
misma que estaría encargándose de corregir una y otra vez pérdidas tan
notorias.
El deshonroso papel que ha jugado la autoridad en
su conjunto en los más recientes festejos refleja otro más de los componentes
de la autorregulación, y donde la autoridad misma, representada por la
Delegación Política Benito Juárez, en teoría apoyada a su vez por la Jefatura
de Gobierno del Distrito Federal, simplemente se ha convertido en objeto de
decoración, pero también para hacer fluir una supuesta legalidad, que al final
se traduce en aprobación de encierros “bajo sospecha”, concesión de apéndices
sin criterio y a destajo, otorgamiento de indultos bajo presión, sin aplicar
criterios apropiados a semejante gracia, pero sí dando pie a fomentar el relajamiento
en un caso histórico cuyos registros hoy día son abundantes, y cuya legitimidad
se pone en duda.
Esta empresa, pudiendo haber construido o
impulsado figuras, no aplicó uno de los pocos métodos afortunados que puso en
práctica Alfonso Gaona. Si mal no recuerdo, hay dos casos evidentes: Rafael
Rodríguez y Manolo Martínez, a quienes repitió ininterrumpidamente hasta en
casi diez ocasiones durante una temporada. Estuvieran bien o mal, cumplieran o
no con la papeleta, el hecho es que al quedar programados para el siguiente
domingo, suponía crear la expectación de rigor, así como garantizar llenos,
cosas que ocurrieron en beneficio de la empresa, y de la fiesta también.
Lamentablemente, el torero que hoy día triunfe en La
México no tiene garantizada su inmediata repetición, como ocurre también en
otro caso, como aquel donde ciertos toreros son “acartelados” para actuar en
tardes de entre diciembre y enero de cada año, lo cual representa para la
empresa, tener resuelta la situación relacionada con el “Derecho de Apartado”,
y que en carteles como el que se celebró el pasado 4 de enero, prácticamente lo
haga en forma masiva pero no en forma digna, como para salir del paso.
Se venían esperando los carteles celebrados
también entre diciembre y enero, pues eran notorios los encierros de mejor
presencia y edad indudable que salían por la “puerta de los sustos”. Ahora, y
faltando a aquella costumbre, se ha relajado también el panorama, por lo que
sustentos de tal naturaleza vienen a debilitar aún más lo poco que queda de
confiable en la imagen de la empresa capitalina.
Por todo lo anterior, esperaría una reacción
importante de la prensa taurina, sobre todo de aquella comprometida con la
honestidad, que en estos casos juega un papel mediático notorio. Sin embargo,
somos los aficionados quienes tenemos que hacerlo ante la ausencia de
dignificación que esperaríamos de un medio como el de la “prensa”. Lamentablemente,
con las excepciones del caso, no creo que esto trascienda, y si trasciende es
porque tenemos que decir un “¡Ya basta!” a tantos abusos que rebajan la calidad
del espectáculo, hasta el punto de que la fiesta de los toros, por lo menos la
que ocurre en la capital del país, pasa o vive un notable estado de deterioro
que conviene depurar. De ahí que uno se pregunte si conviene, entre otras cosas
licitar la fiesta y, tras la celebración de dicho asunto, los destinos del
espectáculo queden en nuevas propuestas empresariales las que, sin romper con
los esquemas más tradicionales de su representación, recuperen valores a punto
de perderse en medio de marcadas y penosas circunstancias.
Reitero mi temor personal ante lo que pueda
significar la presente exposición, apenas la de un conjunto de asuntos que
trascienden en la cosa pública, y que son tan claros como el agua, en medio de
la circunstancia de un país que ha venido viviendo penosos capítulos, donde
destaca la figura presidencial y de otros tantos funcionarios, así como por
todos aquellos casos, como el de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, que sigue
sin ser resuelto, hagan que perdamos toda posibilidad de esperanza, ante
quienes confiamos nuestro voto (o que no necesariamente lo hicimos, pensando en
otras opciones), pero que la imagen de cada uno de esos funcionarios ha venido
significando no solo no confiar, sino aplicar el beneficio de la duda hasta no
ver los cambios que todos los mexicanos queremos para admirar un mejor país.
Quedamos a la espera de los cambios y las mejoras.
/ José Francisco Coello Ugalde – www.taurologia.com
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