domingo, 4 de enero de 2015

¿Es hora de que Rafael Herrerías deje la empresa de La Plaza México?

Frente a una trayectoria de continuado desprestigio
El historiador José Francisco Coello Ugalde, busca responder a la pregunta que encabeza estas líneas: "¿Es hora de que Rafael Herrerías deje la empresa de la Plaza "México"?". Y, en efecto, vistos los resultados y toda la trayectoria que viene siguiendo en los últimos años. Parece evidente que ha llegado la hora para que Herrerías deje la gestión de la que hasta ahora venía siendo primera plaza de América.

Reflexioné durante varios días la elaboración de estas notas, debido al trasfondo que todos los planteamientos por desarrollar significan no sólo para la fiesta. También para este servidor, pues ello supondría arriesgar diversos escenarios que irían desde un ciberataque a esta plataforma digital hasta el de las amenazas, directas o indirectas, por lo que temo por mi vida. Y es que proponer que un empresario taurino como Rafael Herrerías debe irse, significa pedirle que lo haga en aras de dejar los destinos de este espectáculo público en mejores manos, con intenciones y propuestas de depuración y mejora, pues ha llevado a tal punto de depauperación la imagen de una organización y administración con pretensiones no de impulsar, sino de minimizar y devaluar temporadas cuyos balances no han sido del todo satisfactorios, en poco más de 20 años al frente de dicha empresa comercial.

Luego de aquel otro periodo liderado por Alfonso Gaona, con actividad intermitente en los últimos años de su presencia al frente de la empresa, y donde también, como en todo hubo más cosas malas que buenas, era conveniente la renovación. Un largo tramo de tiempo en que estuvo cerrada la plaza, daba condiciones para que se recuperara su administración, de ahí que el gobierno del Distrito Federal dispusiera alentar una “Comisión Taurina” y crear, en paralelo un patronato, mismo que en fecha emblemática como la del 5 de febrero de 1989 significó recuperar la plaza como un espacio por entonces desperdiciado. Para el 28 de mayo siguiente apunta Jaime Rojas Palacios: (…) se anunció la corrida de reinauguración con “Manolo” Martínez, David Silveti y Miguel Espinosa con toros de Tequisquiapan, fungiendo como empresa el citado Patronato, integrado principalmente por Jesús Arroyo, José Huerta y Eduardo Azcué (…)

Para junio de 1990, ante un cúmulo de errores y desaciertos del Patronato de marras, vino la sucesión, misma que se desarrolló tras resolver el conflicto legal habido entre Alfonso Gaona y los propietarios de la plaza, desistiéndose aquel de la demanda impuesta en contra de estos, de tal forma que la empresa COSVE, S.A.: (…) celebra un contrato con Televisa, para que bajo su patrocinio, la empresa ALFAGA, S.A. de C.V. maneje la plaza México por varios años (cinco años fijos y cinco opcionales). ¿Qué quiere decir ALFAGA? Las malas lenguas dicen que: “Al Fuego Alfonso Gaona”, pero váyase a saber…!

Y nuestro autor de referencia recuerda que: Al no satisfacer a Televisa los resultados financieros obtenidos por la administración de Francisco “Curro” Leal [quien fue en aquellos años el empresario por parte de Alfaga, S.A. de C.V.], éste es dado de baja como gerente de ALFAGA. Lo sustituyo el MVZ Rafael Herrerías Olea, quien entra en calidad de socio –no de empleado (así lo dio a conocer en su comida de presentación)- a manejar La México, aunque siempre bajo la férula de Televisa, presidida por el señor Miguel Alemán Magnani y como asesor, el siempre mandón de la Fiesta, “Manolo” Martínez.

El debut del flamante empresario tuvo lugar el 23 de mayo de 1993, día en que inaugura su primera temporada de novilladas, con Federico Pizarro, Alfredo Becerra “El Conde” (a ver si ya encuentra un apellido que le acomode), y Juan Pablo Llaguno con reses de Javier Garfias.

Frente a ese estado de cosas, la acumulación de buenos resultados parece escasa, sobre todo por el hecho de que en esas dos décadas sólo se ha consolidado una “figura” –que no nuevo “mandón”- en la persona de Eulalio López “El Zotoluco”, quien recientemente se encerró con seis ejemplares de diversas procedencias. La impronta de aquel acontecimiento no fue capaz de dejar “recuerdos imborrables”.

Lamentablemente debe mencionarse el cúmulo de circunstancias que han causado el deterioro que aquí se enfatiza, y una de ellas, pero la fundamental es que el ganado adquirido y lidiado, tanto en novilladas como en corridas de toros, ha guardado una significativa distancia entre lo que los “usos y costumbres”, junto con los criterios del reglamento taurino en vigor, y la respetable opinión de los aficionados podrían decir sobre la materia prima, la cual en casos aislados cumplió y ha cumplido con los requisitos, pero ha sido un común denominador que en la realidad no se corresponda una cosa con otra, de ahí que ese represente la principal caja de resonancia para producir desconfianza, pues de todo ello también se desprenden factores como el sometimiento que la empresa tendría sobre las “autoridades”, a quienes materialmente ha convertido en sus “empleados”, al punto de que quienes son propuestos y avalados desde la figura delegacional, con reglamento taurino de por medio, no signifique ningún riesgo para la empresa misma, que consuma sus propósitos de imponer, a base de caprichos (posiblemente también de amenazas), un ganado que finalmente termina siendo lidiado.

Para colmo, y desde aquel escandaloso caso de los “toros” de Julián Handam, la publicidad fotográfica de los mismos en la prensa, materialmente desapareció, de ahí que la desconfianza sea mayor, ya que con esa limitante, los aficionados no tenemos forma de comprobar si el ganado a lidiarse visualmente tiene o no la presencia que supondría consumar nuestra decisión de pagar en taquilla por un “producto” que da certeza, para no vernos sometidos al lamentable punto de que “nos den gato por liebre…” o “paguemos kilos de a 800 gramos”.

Lo anterior ha llevado al empresario a cerrar los tendidos generales cuando se celebran novilladas, ante las bajos, muy bajas entradas, ante las cuales no existe la aplicación de métodos solventes de aliento para que los aficionados se acerquen a la plaza. Entre otros: fijar precios más económicos en las entradas, retirar a los “cadeneros”…, crear campañas publicitarias lo suficientemente sólidas para que aficionados y aficionadas de toda la vida y otros en formación, tengan oportunidad de acudir no una, varias veces a distintos festejos, así como los niños.

Cuando crece la sospecha, y es más que visible la mentirosa presencia de novillos o toros en el ruedo, hay dos caminos: rechazar un encierro o enviar a “examen post morten” los restos de aquellos ejemplares que crean la incómoda situación. Hasta hoy, no queda claro cómo en medio de diversas negativas, no se haya instaurado (y peor aún que no funcione) un laboratorio “ad hoc” en la propia plaza de toros, o que tales muestras no sean enviadas, por ejemplo a la Facultad de Medicina Veterinaria de la U.N.A.M. para contar con elementos científicos confiables. Pero ninguna de las dos instancias han prosperado como sería de esperarse.

Por esta razón fundamental, el aficionado se está alejando de la plaza, por lo que el espacio ha venido mostrando de muchos años para acá una dolorosa imagen de abandono, tristeza y desconfianza, misma que la empresa ha pretendido “borrar” justo cuando fechas como la del 5 de febrero se convierten en “tablita de salvación”. Pero aun así, la plaza lleva muchos años de no registrar un lleno absoluto, como aquellos de “No hay billetes”: la reaparición de “Manolo” Martínez, o la consagración de Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea” con «Samurai». También aquellas tardes, en 1982 y 1983, cuando actuaron Valente Arellano, Manolo” Mejía y Ernesto Belmont. Como ven… “ya llovió…”

El registro de bajas entradas a lo largo de muchas temporadas pondría a temblar a muchos empresarios que, por valientes o defensores de la fiesta no podrían con tremenda carga fiscal. Es curioso, pero sólo administradores como Rafael Herrerías han podido dar cara a semejante motivo de quiebra; no una, muchas veces. Para ello es de sentido común observar que el apoyo financiero no podría venir de otra empresa que no sea Televisa, misma que estaría encargándose de corregir una y otra vez pérdidas tan notorias.

El deshonroso papel que ha jugado la autoridad en su conjunto en los más recientes festejos refleja otro más de los componentes de la autorregulación, y donde la autoridad misma, representada por la Delegación Política Benito Juárez, en teoría apoyada a su vez por la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, simplemente se ha convertido en objeto de decoración, pero también para hacer fluir una supuesta legalidad, que al final se traduce en aprobación de encierros “bajo sospecha”, concesión de apéndices sin criterio y a destajo, otorgamiento de indultos bajo presión, sin aplicar criterios apropiados a semejante gracia, pero sí dando pie a fomentar el relajamiento en un caso histórico cuyos registros hoy día son abundantes, y cuya legitimidad se pone en duda.

Esta empresa, pudiendo haber construido o impulsado figuras, no aplicó uno de los pocos métodos afortunados que puso en práctica Alfonso Gaona. Si mal no recuerdo, hay dos casos evidentes: Rafael Rodríguez y Manolo Martínez, a quienes repitió ininterrumpidamente hasta en casi diez ocasiones durante una temporada. Estuvieran bien o mal, cumplieran o no con la papeleta, el hecho es que al quedar programados para el siguiente domingo, suponía crear la expectación de rigor, así como garantizar llenos, cosas que ocurrieron en beneficio de la empresa, y de la fiesta también.

Lamentablemente, el torero que hoy día triunfe en La México no tiene garantizada su inmediata repetición, como ocurre también en otro caso, como aquel donde ciertos toreros son “acartelados” para actuar en tardes de entre diciembre y enero de cada año, lo cual representa para la empresa, tener resuelta la situación relacionada con el “Derecho de Apartado”, y que en carteles como el que se celebró el pasado 4 de enero, prácticamente lo haga en forma masiva pero no en forma digna, como para salir del paso.

Se venían esperando los carteles celebrados también entre diciembre y enero, pues eran notorios los encierros de mejor presencia y edad indudable que salían por la “puerta de los sustos”. Ahora, y faltando a aquella costumbre, se ha relajado también el panorama, por lo que sustentos de tal naturaleza vienen a debilitar aún más lo poco que queda de confiable en la imagen de la empresa capitalina.

Por todo lo anterior, esperaría una reacción importante de la prensa taurina, sobre todo de aquella comprometida con la honestidad, que en estos casos juega un papel mediático notorio. Sin embargo, somos los aficionados quienes tenemos que hacerlo ante la ausencia de dignificación que esperaríamos de un medio como el de la “prensa”. Lamentablemente, con las excepciones del caso, no creo que esto trascienda, y si trasciende es porque tenemos que decir un “¡Ya basta!” a tantos abusos que rebajan la calidad del espectáculo, hasta el punto de que la fiesta de los toros, por lo menos la que ocurre en la capital del país, pasa o vive un notable estado de deterioro que conviene depurar. De ahí que uno se pregunte si conviene, entre otras cosas licitar la fiesta y, tras la celebración de dicho asunto, los destinos del espectáculo queden en nuevas propuestas empresariales las que, sin romper con los esquemas más tradicionales de su representación, recuperen valores a punto de perderse en medio de marcadas y penosas circunstancias.

Reitero mi temor personal ante lo que pueda significar la presente exposición, apenas la de un conjunto de asuntos que trascienden en la cosa pública, y que son tan claros como el agua, en medio de la circunstancia de un país que ha venido viviendo penosos capítulos, donde destaca la figura presidencial y de otros tantos funcionarios, así como por todos aquellos casos, como el de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, que sigue sin ser resuelto, hagan que perdamos toda posibilidad de esperanza, ante quienes confiamos nuestro voto (o que no necesariamente lo hicimos, pensando en otras opciones), pero que la imagen de cada uno de esos funcionarios ha venido significando no solo no confiar, sino aplicar el beneficio de la duda hasta no ver los cambios que todos los mexicanos queremos para admirar un mejor país.

Quedamos a la espera de los cambios y las mejoras. / José Francisco Coello Ugalde – www.taurologia.com

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