PACO AGUADO
Tiremos de metáforas deportivas y tomemos el pulso de poder
entre la empresa Pagés y las cinco figuras que se han negado a torear en
Sevilla como un partido de tenis que se va a disputar a lo largo de toda la
temporada. Sí, un largo "match" de meses porque hasta el invierno no
se va a conocer realmente el ganador de este constante peloteo sin subidas a la
red de los medios de comunicación.
De momento, los toreros tuvieron el servicio y abrieron el
partido usando su saque con una nota de prensa confusa y con una estrategia de
comunicación tan vehemente y tan desastrosamente planteada que les ha hecho
perder el primer set del encuentro de cara a la opinión pública.
La apertura del juego fue tan débil por parte de los
toreros, y sus pelotazos tan inconcretos, que a los Canorea les bastó con
restar cómoda y silenciosamente desde el fondo de la pista para manejar el
ritmo de ese primer tanteo. De poco ha valido luego que varios de los toreros
intentaran corregir sus errores no forzados con sucesivas comunicaciones
espesas y a la defensiva, que no fueron más que débiles voleas y reveses desde
los lados de la cancha.
Pero, ni modo, como se dice en México: el primer
"set" estaba perdido de antemano, en tanto en cuanto que desde la
grada la gran mayoría de la afición y de la prensa –sobre todo de la sevillana-
si no tomó partido por la empresa si que atacó la postura de las figuras por la
indefinición y la falta de una buena explicación de sus argumentos.
Claro que, desde el mismo momento en que se tuvo que poner a
confeccionar los carteles de la que esta vez será feria de Mayo de Sevilla,
ahora el saque está en manos de la empresa Pagés. Y ha sido en su turno de
respuestas –no de palabra sino de hechos– cuando los gestores del tesoro
maestrante han demostrado sus verdaderas carencias y su falta de fondo y musculatura.
Porque, a tenor de las combinaciones que han ido
trascendiendo en las últimas semanas, y de las confirmaciones que han hecho los
propios apoderados de los toreros que entrarán en el abono, estamos a punto de
conocer los peores carteles de la feria de Sevilla de las últimas décadas.
Sin esas figuras a las que consideran básicamente como
enemigos y no como generadores de beneficios, los herederos de Pagés estaban
obligados a tirar de imaginación para elaborar una feria atractiva de cara al
aficionado. A contraatacar, con un tercio del partido ganado, con unos carteles
en los que se echara en falta lo menos posible a los toreros que les han puesto
en el brete de ejercer como verdaderos empresarios.
Pero Canorea y Valencia, visto lo visto, han preferido
ponerse en manos de la rutina y la dejadez de un sistema empresarial que, con
una sola plaza en su poder y garantizado de por vida su futuro como gestores,
no debería de condicionarles ni en mucho ni en poco en sus estrategias. En
cambio, se han dejado llevar por los intereses creados y los cambios de cromos
baratos y mediocres para, finalmente, plasmar en los carteles el exacto reflejo
de su plana mentalidad taurina.
De conocer, o siquiera de interesarles, la realidad del
mundo del toro por encima de cifras y manejos habituales, los cuñados habrían
podido diseñar un ciclo realmente ilusionante para el aficionado y quién sabe
si también positivo para la urgente renovación que necesita el escalafón de
matadores.
Porque los nombres y los hombres dispuestos y capacitados
para tomar ese relevo, por mucho que
camuflados entre el espesor de las tablas estadísticas, están en boca de
cualquier aficionado que haga un mínimo seguimiento de la temporada taurina.
Incluso para dar contento a la propia afición sevillana, de
siempre tan exquisita en sus gustos, bien podrían haber podido tirar de unos
cuantos toreros, tanto jóvenes como veteranos, que encajan perfectamente en los
gustos artísticos de una plaza que sabe valorar esos matices sublimes como
ninguna otra.
Y, aún más allá,
hasta podían haber hecho el brindis al sol de una feria localista dando
sitio a toreros muy queridos o esperados en la ciudad y la provincia de Sevilla
a los que ni siquiera se han dignado en atender, optando arbitrariamente sólo
por los más afines a la laberítinca política taurina sevillana.
Por mucho que la inclusión de otras figuras menos
beligerantes e incluso de algunos miembros de la esperanzadora generación de
toreros mexicanos –que pudiera venir también forzada por elementos ajenos– le
den ciertos atractivos al ciclo, este año la Maestranza puede aparecer los días
de corrida como parece preconizar el cuadro del cartel oficial: la sombra de un
toro saliendo al amarillo albero sobre un fondo de tendidos desérticos en
sombra.
Y esa misma, la de una pérdida notable de abonados, parece
que va a ser la clave que decidirá el partido, la del tercer set definitivo.
Perdido el primero por el G-5 de cara a la opinión pública, y con la derrota de
la empresa en el segundo por falta de imaginación, el desempate llegará el
próximo otoño, cuando haya que presentar las cuentas a la Maestranza.
Será entonces cuando la hasta ahora silente y complaciente
oligarquía sevillana que es dueña del escenario tenga la última palabra. Justo
cuando, por mucho que la empresa siga ganando –con menos ingresos, sí, pero
también muchos menos gastos– el 25 por ciento sobre el bruto de la taquilla de
los maestrantes se haya reducido a más de la mitad de las cifras habituales.
"Set ball, match ball".
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