HERIBERTO MURRIETA
Hace unas horas cumplí 29 años en la crónica
taurina. El 3 de febrero de 1985 debuté en una transmisión de la XEW desde la
Plaza México, narrando únicamente el tercio de banderillas. Mis tres compañeros
de esa tarde ya fallecieron: Addiel Bolio, Julio Victoria y Juan José Guerra.
Fue gracias a la generosidad de Julio que el casete con mi narración de prueba
había llegado a las manos del ingeniero Alejandro Bolio, también desaparecido,
quien dio su visto bueno para incorporarme a las transmisiones. Siempre le
estaré agradecido a Julio.
Recuerdo que la emoción y el nerviosismo me
invadieron pero salí adelante, disfrutando la gran oportunidad. En este aniversario,
quisiera salirme un poco del rutinario análisis de la actualidad taurina y
compartir con ustedes en esta y las próximas entregas algunas historias,
reflexiones y anécdotas que me han ocurrido a lo largo de estos años dentro del
apasionante mundo de los toros.
La
llamada de José Tomás
Una tarde de 2008, circulaba por Río Mixcoac,
casi al llegar al cruce con avenida Universidad, cuando sonó mi celular. Era
José Tomás. No es cualquier cosa recibir una llamada de la máxima figura del
toreo, que además es un hombre parco, extremadamente discreto, de pocas
palabras. "Beto, soy José Tomás", saludó con una voz dulce que
contrasta con la reciedumbre de sus valientes faenas. El motivo de su llamada
era saber si la transmisión de la corrida del domingo anterior en la Plaza
México, donde él había actuado, se iba a repetir el siguiente sábado a través
de Unicable. Y es que había visto los preventivos de la repetición. Me explicó
que el acuerdo consistía en que el festejo se transmitiera una sola vez, en vivo.
Le ofrecí preguntar en las oficinas de la televisora y devolverle la llamada.
Al poco rato me comuniqué con José y le aclaré que la corrida no se repetiría
el sábado siguiente. Se quedó tranquilo. De inmediato vinieron a mi mente los
primeros contactos que tuve con Tomás y recordé
aquella vez que pasé por él en mi coche al hotel Sevilla Palace para ir
juntos a una tertulia en el Mesón Taurino de avenida Revolución. También venían
con nosotros Santiago López y Joaquín Ramos. Su trato era (y creo que sigue
siendo) sencillo, encantador, profundamente humano.
No he vuelto a hablar con José Tomás. Pero
conocidos mutuos me platican de las frecuentes visitas a distintas ganaderías
mexicanas que realiza bajo una discreción absoluta. A mí, su estrategia me
parece muy interesante. Y atinada. No se deja ver, no da entrevistas, despierta
el interés a través del misterio, por consiguiente se da a desear y prepara sus
pocas apariciones en los ruedos, que son verdaderos acontecimientos, con una
gran categoría. Lo bauticé como "El Príncipe de Galapagar" pero he
dejado de llamarlo así porque llamar príncipe a un monarca es rebajarlo. Mito y
leyenda, grandeza y categoría, todo ello es José Tomás.
¿A
dónde me mandó El Pana?
Hace exactamente cuatro años, cuando empecé la
planeación de un festival en la Plaza Arroyo para celebrar mis 25 años de
cronista taurino (me prometo a mí mismo no volver a meterme en ese espantoso
berenjenal), de inmediato pensé en El Pana. Me hacía ilusión verlo torear en mi
celebración. Después de varios lustros de apoyo incondicional al personaje que
me impactó desde la niñez, estaba seguro de que aceptaría participar. Pero El
Brujo me mandó directito a la chingada. Me preguntó por los demás integrantes
el cartel, entre ellos El Capitán y Guillermo Capetillo, y simplemente no quiso
torear. ¿Será cierto aquello de que los toreros, únicamente, de luces y en la
plaza?
No le guardo ningún resentimiento, ¡en lo
absoluto! De hecho, el matador Antonio Vega me dijo el otro día que leyó en mi
columna que lo sigo defendiendo. Me dio pena su más reciente comparecencia en La
México, que ahora sí parece que fue su despedida definitiva. Digamos que fue
una actuación tristona, aunque verlo hacer el paseíllo ataviado de oro y pegar
esos derechazos en los que mete el pico de la muleta y tira de los toros con
gran sabor fueron instantes que valieron el boleto.
He escuchado a toreros que se quitan el
sombrero y a otros que hablan pestes de él. Pero Rodolfo ha tenido la
genialidad de crear un personaje. Si la juventud es divino tesoro, la
personalidad es preciado patrimonio de unos cuantos.
Los
raros motivos de Páez
Hernán González es un hombre muy inteligente,
agudo, ingenioso, con sabiduría de vida. No en balde lo llamamos "el
maestro Páez". Cuando empieza a reflexionar en voz alta, no pocas veces he
sacado una libreta para anotar lo que dice. Disfruto mucho su compañía y me
atrevería a decir que ha sido un importante referente en mi vida. Lo he
invitado a colaborar en distintos proyectos y también en las transmisiones de
las corridas desde la Plaza México en las que, claro, suavizó el tono de sus
comentarios. Y es que no es lo mismo hacer crítica dura en La Jornada que
comentar una corrida por televisión. Son espacios de características distintas.
La función principal en la televisión es narrar lo que está sucediendo. Aunque
sin perder de ninguna manera el sentido crítico, creo que para como anda la
Fiesta, lo peor que yo podría hacer es cebarme en ella desde el burladero del
callejón.
No me importó que Páez me dijera mis verdades
sobre el manejo del programa del Canal Once. Lo que me dolió es que lo hiciera
en el periódico. Supongo que somos amigos. Ha estado en mi casa y yo en la
suya. Por eso, ingenuamente pensé que podía llamarme por teléfono para hacerme
esa crítica y orientarme. No quise responderle en mi columna semanal para no
entrar en un absurdo intercambio, cuando es más fácil llamarle a su celular. Lo
hice y lo invité a comer. Me decepcionó la razón que me dio para publicar aquel
artículo. Que se sintió presionado por un funcionario. Ridículo. Hubiera
preferido escuchar que se le dio la gana escribirlo y punto. Eso es lo malo de
Páez, que a veces busca razones inverosímiles para escurrir el bulto. Como
cuando compró una historia sobre algo que dizque dije de él en Tlaxcala. No me
cabe en la cabeza que un hombre tan inteligente sea capaz de dejarse llevar por
la mediocridad de los chismecitos. Pero Hernán, de veras no me afecta que me
critiques. Por mí, ve a decir misa. Ya te he dicho que voy a seguir absorbiendo
tus conocimientos con un ventajismo absoluto.
La
invitación al Canal Once
A principios de 2012, Rafael Lugo, entonces
director del canal del Politécnico y antiguo compañero en Radio Fórmula, me
invitó a comer al restaurante Denominación de Origen de Polanco para saber si
tenía interés de incorporarme al programa Toros y Toreros. Me contó que en
distintas conversaciones, Julio Téllez le había externado su cansancio después
de tantos años en la emisión. Por supuesto que la idea me entusiasmó. Fui
seguidor del programa desde niño y había soñado con integrarme a él algún día.
Días después, al llegar a una junta en la oficina del director me encontré con
Rafael Cué. Lugo me preguntó que si no tenía inconveniente en que Cué también
formara parte del relevo. Le respondí que no, toda vez que se trata de un
excelente aficionado que sabe ver toros y que tiene una conducta intachable. El
director nos explicó que el plan consistía en realizar 13 emisiones junto con
Téllez y luego quedarnos con la conducción y manejo general del programa. Queda
entonces claro que llegué al Canal Once por invitación y sin poner ningún tipo
de condición.
En distintas ocasiones, en el restaurante
Puerto Chico, en el Sanborn's de San Antonio y en esta misma columna, le
externé a Julio Téllez mi reconocimiento por su labor de tantos años y mi
preocupación por no sentirme un intruso. Comprendo perfectamente que no debe
ser fácil desprenderse de un programa después de 40 años. Le insistí varias
veces que siguiera participando en "Toros y Toreros" con una sección
en la que pudiera contar sus múltiples recuerdos. Le he tenido consideración,
no puede ser de otra manera. No tengo mala leche. Trato a todos con el máximo
respeto y sin ensañarme. Mis narraciones en la televisión me describen. Es
Julio quien ha esparcido versiones increíbles y ha tenido expresiones ofensivas
contra los actuales conductores del programa, la más reciente ocasión en una
comida en casa de Ramón Serrano.
Dos cosas más. El nombre del programa tenía
que cambiar porque el anterior estaba totalmente identificado con su fundador y
es momento de iniciar una nueva etapa en todos los sentidos. Otra, el horario.
Consciente de que el programa del Canal 40 se transmite a la misma hora que el
nuestro y que por consiguiente la audiencia se fragmenta, seguiremos buscando
la posibilidad de cambiar el horario ante doña Enriqueta Cabrera, la directora
del Once, quien nos ha brindado un apoyo extraordinario que agradezco en todo
lo que vale.
Rechazo
al Twitter
No tengo cuenta de Twitter y abrí una en
Facebook con la única intención de nulificar la falsificada que algún inútil
abrió bajo mi nombre. Pero estoy totalmente abierto a la crítica argumentada y
constructiva. Es verdad que Twitter tiene utilidad para el periodista, pero
lamentablemente el nivel de debate en general es pobre y no son infrecuentes
los insultos sin ninguna provocación.
Cuando mi querido Joaquín López-Dóriga invita
a sus radioescuchas a mandarle un "tuit", afirmando que lo tienen al
alcance de su mano, el realismo de la expresión me pone los pelos de punta. Es
ponerse totalmente al descubierto, el periodista como carne de cañón. Habemos
quienes vamos adelante sin necesidad del elogio o de la crítica.
Me niego rotundamente a regirme por lo que se
dice en Twitter. Lo importante es sentirse tranquilo y satisfecho con uno
mismo, hacer el trabajo periodístico con profesionalismo y honradez, prepararse cada día y ser acertado en los
comentarios en cada corrida. Lo demás es lo de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario