ANDRE
VIARD
Fotos: EFE
NÎMES.-
José Tomás salió hoy a hombros del anfiteatro de
Nîmes, en el sur de Francia, en medio del delirio de la afición después de
haber cortado en esta penúltima corrida de feria once orejas y un rabo, y de
haber indultado al cuarto, de Parladé, un toro más noble que bravo
de nombre "Ingrato".
Si hay que ponerle un pero a este festejo ya
calificado de histórico, será que, de los seis muy bonitos toros, los tres
últimos carecieron algo de trapío, y que ninguno se pudo lucir en varas. Según Aristóteles, la catarsis es la facultad
de la tragedia de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones al verlas
proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo
merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo.
Y de esto se trató durante la matinal de Nîmes
gracias a un José Tomás más solemne
y ético que nunca, gracias al cual el público pudo comprobar la diferencia que
existe entre el toreo puro y el que lo es menos, a pesar de haberse puesto de
moda.
En la historia del anfiteatro de Nîmes, que es
a la tauromaquia lo que la Fenice o la Scala al arte lírico, habrá pues un
antes y un después de la encerrona de José
Tomás, no solo por la estadística -once orejas y un rabo simbólico con
indulto incluido en seis toros-, que, por si sola dice mucho, sino sobre todo
por la manera de conseguir cada uno de estos trofeos.
Hubo triunfalismo, por supuesto, y la cosa
empezó con una ola digna de la final del Mundial, antes incluso de que empezara
el paseíllo. Pero este triunfalismo fue lo de menos en una matinal en la que
prevaleció el toreo clásico, hondo y ligado, que tanto se añora a lo largo de
muchas tardes, donde el toreo posmoderno se ha convertido en una noria sin fin
durante la cual desaparecen las reglas más clásicas del toreo.
Lo que hizo José Tomás en Nîmes fue, al contrario, enseñar otra vez la verdad
del toreo a base de muletazos que tenían un principio y un final, eso sí,
ligados en los terrenos adecuados, sin abusar del toro recortando en demasía
las distancias.
El toreo de siempre, con mucha naturalidad, y
el valor a prueba de bomba que se le conoce desde siempre y que no han mermado
las horribles cornadas que ha padecido a lo largo de su carrera. Como bien dijo
alguien: ahí está la Puerta de Alcalá, y el que quiera que la edifique.
De los seis toros escogidos con mimo para la
efeméride, decepcionaron el de Toros de Cortés, lidiado en último
lugar, y el de Garcigrande, en quinto: el primero de ellos, por rajado, y el
otro, por falta de raza y movilidad.
No le importó mucho a José Tomás, que en ambos casos demostró su gran capacidad actual,
estando muy por encima de ambos, cortando además las dos orejas del quinto, al
que mató, como toda la mañana, de un espadazo fulminante.
Por supuesto, esto de matar pronto de forma
ortodoxa, sin usar algunas de las trampillas al uso desde hace unos años,
influyó en el resultado numérico de la matinal. Pero lo más importante fue lo
otro: un toreo solemne que ya no se ve en los ruedos, un empaque majestuoso
basado en mucha verticalidad y aguante, y, sobre todo, una capacidad tremenda
para templar con mucha verdad.
La gran virtud de la catarsis aristotélica -y
en este caso de la tomista- es que, cuando se produce de verdad, hunde a los
espectadores en una experiencia única, de la cual, tras haber sentido la
compasión y el miedo sin tener que jugarse la vida puesto que otro con el que
se identifican lo hace por ellos, experimentan la purificación del alma de esas
pasiones.
Eso es lo que pasó en Nîmes, donde 14.000
almas salieron de la plaza soñando con el toreo de verdad, y echando de menos
probablemente que esto no se repita treinta veces al año y en cosos de mayor
relieve: Sevilla, Madrid, Bilbao...
Si tal fuera el caso, la Fiesta se
desempolvaría probablemente de muchas de las imperfecciones que poco a poco se
van considerando como norma.
Pero ahí queda José Tomás, y, si no se prodiga, que por lo menos sus compañeros se
vayan inspirando, bebiendo como él de la fuente clásica del toreo y de su
ética. / EFE
FICHA DEL FESTEJO
Con un lleno de "no hay billetes" con la
reventa por las nubes, el torero español lidió en corrida matutina seis toros
de seis ganaderías distintas: Victoriano
del Río, gordo y bien hecho, noble, pero de recorrido algo corto; Jandilla, encastado, algo complicado
pero agradecido; El Pilar, alto,
largo, encastado y noble por el derecho; de Parladé, bonito, muy doble, indultado a pesar de no haberlo visto
en el caballo, donde fue al relance y sin ponerlo en suerte; Garcigrande, bajo de casta; y de Toros de Cortés, descastado y parado.
José Tomás, de pizarra y oro, cosechó,
sucesivamente, dos orejas; dos orejas; dos orejas; dos orejas y rabo simbólicos
en el de indulto; dos orejas, y una oreja. Salió a hombros por la Puerta de los
Cónsules en medio de un delirio indescriptible. En casi todos los toros dejo
quites variados y marcados del sello de su aguante.
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