A pesar del pésimo horario que
dispusieron para America
Los
toros han vuelto en directo a TVE, la
sociedad española ha vuelto a la normalidad. No hay que engañarse: lo anormal
era lo que ocurría en los últimos seis años; la normalidad es lo de esta tarde.
En algunos medios se ha escrito que ha sido “una imposición del PP” y
que se hacía “en contra de la opinión de todos”. El propio sectarismo les
pierde. La realidad va por otros caminos, se pongan como se pongan.
De
hecho, hasta la hora de elaborar esta crónica de televisión, los mensajes que
aparecen en las redes sociales --los hay de todos los colores-- son ampliamente
favorables a la iniciativa. Ahora a esperar al índice de audiencia que se
conocerá este jueves. Pero tampoco es
cosa de sacralizar el número de marras, que los usos de la televisión tiene sus
peculiaridades. No es una casualidad que a la misma hora, en la telebasura se
tuviera “droga dura”: un hijo extramarital de un famoso y la novia del
hijo de otro, además de las peleas habituales.
El
conjunto de la emisión ha tenido un buen nivel. Para el aficionado, al menos,
un nivel excelente. Quizás lo mejor la imagen, porque si algo hay que destacar
es el excelente trabajo del realizador. Huyendo de la tentación de hacer un
calco del estilo Canal +, ha optado por su propia versión. Y acertó. En lugar de
perderse –y de paso perdernos a los telespectadores-- con cosas adjetivas, se
ha centrado propiamente en la corrida, ofreciendo unos atinados planos medios,
en los que justamente se podía ver el toreo en toda su extensión: desde su
mismo comienzo hasta el final. Para los aficionados, lo que se quiere ver.
Por
acertar, han atinado hasta en la parte musical, que al natural ofrecía la Banda
de turno --que es excelente, por cierto--; su reproducción en pantalla tenía
los tonos justos y nítidos, frutos de un buen trabajo de los técnicos. Lo de “Suspiros
de España” ha sido sencillamente colosal. El subidón que esos minutos
provocaron en el twitter es un buen termómetro.
La
narración, correcta. Quizás demasiado excesiva, porque los narradores no se
tomaban ni un respiro; los que les oíamos tampoco podíamos. El relato general
del narrador más parecía pensado para la radio que para la TV, por la
pormenorización hasta de lo que era obvio porque se estaba viendo en directo.
Demasiado marginado Ruíz Villasuso
--al que dejaron decir pocas cosas, pero todas con mucho sentido--, el fichaje
de El
Niño de la Capea puede ser mejorable en el futuro: se embalaba más que
nada como ganadero y alcanzaba dosis excesivas de palabras, a un ritmo
acelerado, además.
Sin
duda, Pedro G. Moya se explica bien
–diríase que hasta con atinada didáctica-- y no edulcora la realidad de lo que
vemos; pero a lo mejor con un poquito de más pausa queda mucho mejor. Este
punto de contraste siempre es interesante, pero la verdad es que desde los
inicios de la televisión taurina los dos que de verdad han acertado fueron en
la etapa inicial Roberto Domínguez y
años más tarde Emilio Muñoz. En cualquier caso, Capea ha estado muy por
encima de los toreros en activo que ahora también actúan al otro lado de las
cámaras. Y para ser su debut en un trabajo desconocido hasta ahora, por lo
menos de notable.
En
suma, experiencia muy positiva en su conjunto.
Perfectible, como todo. Pero muy
por encima de lo esperable, cuando habían pasado seis largos años desde la
última vez que las cámaras entraban en una plaza. Reflejar en vivo lo que es el
Arte del Toreo tiene su aquel; no se
trata de una retrasmisión fácil ni al alcance de cualquiera, sino que exige su
experiencia. Seguro que la siguiente, que deberá haberla, saldrá aún mejor.
Todo necesita un rodaje. Pero el comienzo ha sido de enhorabuena.
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