"Los
toros son un espectáculo de masas que las masas desvirtúan con su
ignorancia".
"Una
feria sin toros es como un bufete sin vinos".
"Si
no hay suerte de matar, la corrida es un desfile de trajes y el drama se
convierte en ópera cómica".
Termina la feria merideña, mi feria, a la que
asisto religiosamente desde que tengo uso de razón y hoy como nunca, me queda
un amargo sabor y una honda preocupación por el futuro de la fiesta brava en el
país y en especial por la calidad de la feria en la ciudad de mis amores.
Mi impresión general al terminar ciclo ferial, es
que asistimos a cinco novilladas (quizás no tanto Campolargo) y una sola
corrida de TOROS, sin contar el fraude que representaba la corrida nocturna, a
la cual no asistí por falta de interés y cansancio por un cartel malo desde el
inicio y rebajado a festival de pueblo luego de la deserción del ex de Rudy.
Sin toro, la fiesta brava no genera la emoción
necesaria por más “figuras” del toreo que participen y si además a esas figuras
se les regalan indultos y trofeos para complacer a un público cada vez más
desentendido, la desilusión es doble o triple si le añadimos el descaro del
“retoque estético” al animal para hacerlo aún más vulnerable.
Afortunadamente, fui de los pocos que mostró
interés en asistir a la última y única corrida seria del carnaval, de no ser
así, mi desilusión sería mucho mayor, esa corrida, esos toros de Echenagucia y
de Ramírez Avendaño, ese maestro que mostró ser Javier Castaño, esa alegría
seria pero desbordada del joven Esaú y esas ansias de triunfo de Rivera y
Guillen, salvaron mi impresión general de la feria, ese día realmente salimos
de la plaza con ganas de hablar más de toros y menos de la actuación del palco
presidencial.
Este año, después de la lamentable cancelación de
los cartelazos anunciados en 2014, asistimos con aceptada resignación, para
apoyar los mejores carteles que se podían conformar dadas las actuales
dificultades económicas del país, vinieron Morante y Talavante, los
interesantísimos mexicanos Saldívar, con su quietud y J.P. Sánchez, quien nos
enseñó a todos como se mata un toro bravo, causaron en mí una grata impresión y
me dejaron con ganas de verlos ante mejor ganado.
Presenciamos igualmente, una muy buena
representación de toreros locales y nuevos o futuros maestros como Castaño o
Esaú. En fin, sin demasiados lujos, con el material humano había tela para
cortar; lo triste fue que la contraparte animal, en general, no estuvo a la
altura de una feria de primera, por varias razones, pero, principalmente porque
los ganaderos han entendido que no es necesario demasiado esfuerzo para
triunfar en Mérida, que año tras año reduce su nivel de exigencia.
Aquellos temores, con los que regresamos de San
Cristóbal, por el deterioro de la cabaña brava nacional se confirmaron en la
Feria del Sol, es urgente una renovación de nuestro ganado de lidia, los
pupilos de Hugo Domingo, que tantas tardes de gloria han alanzado, cada día
presentan más dificultades, terciados, anovillados, sin poder, ni recorrido.
El trapío, quedó demostrado, no se toma en cuenta
a la hora de juzgar si un toro tiene valía o no; en definitiva, terminamos
viendo encierros terciados, flojos, con escasa bravura y poca nobleza.
No quiero juzgar con esto a los ganaderos
nacionales, pues me consta que hacen de tripas corazón para sobrevivir a la
actual crisis venezolana, pero es un punto de atención.
Quien lea las estadísticas de esta feria sin
haberla vivido, pensará que fue para echar cohetes a diario, pero la realidad,
para los aficionados, o por lo menos para mí, es otra.
CUATRO, léase bien, cuatro indultos, en mi opinión
discutibles todos, pero fundamentalmente, indultos otorgados en extrañas
circunstancias, después de que el “matador” y el ganadero prácticamente
regañaran a la “autoridad” si no los concedía y un palco presidencial
desbordante en pañuelos blancos y naranjas.
Para distinguir la bravura y nobleza de un toro de
casta, existen en el reglamento (artículo 168), tres homenajes, dos de ellos
olvidados por el público merideño, tales como, el arrastre lento, la vuelta al
ruedo y en muy escasas ocasiones, cuando el animal muestra unas EXTRAORDINARIAS
virtudes, de trapío, bravura y nobleza, (artículo 169, numeral 1), se le puede
conceder el indulto, lo cual es el máximo honor para un toro y su ganadería,
NO para el matador de turno. Parece que la idea
general del espectador, cada día menos enterado de los detalles íntimos de la
fiesta, considera el perdón de la vida al toro como el máximo honor al hombre y
no al animal. Lo más triste es que toreros, ganaderos, empresarios y
autoridades, pretenden con sus actos demostrar que esto es así.
La muerte del toro en el ruedo, es la suerte
suprema, la base y el fin de la fiesta, lo que le da sentido al ritual del
toreo y el momento cumbre del drama entre la vida y la muerte en la arena.
Al suprimir de manera vana y superficial esta
suerte, se ataca la esencia misma de la tauromaquia, se acaba la magia, se
pierde el encanto y si por añadidura, si se presenta el REY en mermadas
condiciones, el derrumbe del arte es total e irreversible, estos actos tristes
y mal entendidos, en lugar de beneficiar la fiesta la condenan a una muerte
lenta y silenciosa, convirtiendo el arte en un circo para alegrar al pueblo sin
enriquecer el alma.
Después de lo visto en este ciclo, parece
imposible, por lo menos con esta CTM, que un Matador de Toros corte un rabo a
ley en nuestra plaza, como lo debió haber cortado Javier Castaño ante el bravo
Viudo Alegre de la Cruz de Hierro.
Parece que cada vez que sale por la puerta de
toriles un animal con algo de recorrido y trasmisión (ya ni siquiera parece
necesario probarlo en varas), será indultado.
Ya quisiéramos muchos, que algún día indulten a
uno de estos “toritos” y al matador no se le conceda trofeo alguno, para ver si
van a salir de “alzados” pre-disponiendo al público contra quien debe decidir.
Igualmente, se nos está olvidado que existen meritorias faenas de una sola
oreja, aunque el torero logre matar a su enemigo al primer viaje.
El público merece respeto, pero también debe ser
educado en el hermoso arte taurino, es cierto aquello que dicen que los
verdaderos aficionados son minoría en la plaza, pero si los que por lo menos,
entendemos algo de lo que pasa en el ruedo no transmitimos esas ideas a quien
no las conoce y si quien preside el festejo no muestra con autoridad y
didáctica las cosas como son, día a día, se perderán nuestros valores taurinos
y desaparecerá irremediablemente la fiesta brava.
Los toreros, a pesar de todo lo anterior,
mostraron lo que traían, Morante me dejó cincelado en el recuerdo cuatro
verónicas de antología y un magistral uso de su prodigiosa muñeca, en la
interesante lidia de su segundo del sábado, poquito pero hermoso. Talavante
siempre responde al llamado, toreo fino, cercano y limpio.
Los del patio, con excepción de Benítez,
sobrepasaron las expectativas, Valencia y Castañeda bastante bien, con algunos
detalles técnicos por corregir pero mucho futuro por delante, El Califa muy
cuajado y un Orellana inmenso como no lo habíamos visto en mucho tiempo, valor,
entrega y arte, demostrando que cuando quiere puede. Ojalá entiendan estos
muchachos que la gloria se alcanza cumpliendo a cabalidad con la suerte suprema
y no pataleando por un falso triunfo vía “indultitis”.
En otro orden de ideas, la plaza, como lo venimos
reclamando en ferias anteriores, necesita una renovación profunda, no es
suficiente, con una pinturita y ya.
Las gradas están en el dolor, la iluminación tanto
del ruedo como de los espacios públicos es pésima, los pocos estacionamientos
son una vergüenza nacional, el “mamotreto” de gimnasio parece un monstro de mil
cabezas acechando la cultura y buen gusto merideño y roba los pocos espacios
disponibles circundantes al coso taurino.
La falta de amor por la maravilla arquitectónica
de años pasados se hunde en la miseria y el olvido hasta la próxima capa de
pintura del carnaval siguiente.
Sin ánimos de ofender ni polemizar con nadie,
siento que es necesario renovar, renovar de verdad, nuestra feria debe dar un
vuelco, debe renacer de sus cenizas, los miembros de la CTM, a los cuales
respeto y admiro mucho por su labor fuera del palco, deben hacer un acto de
reflexión y analizar las múltiples fallas que se evidenciaron este año y
enmendar los viejos vicios que se vienen arrastrando, tal vez sin querer ver, o
sin que nadie se los diga.
COREALSA o como hayan inventado llamarla ahora,
debería dejar a un lado la politiquería y meterle amor, amor sincero a nuestra
plaza, a nuestra feria y promover un verdadero proyecto de renovación, de
embellecimiento y de puesta en valor de la plaza y sus alrededores, sin
excentricidades ni planes irrealizables para engrandecer nuestra preciosa
Monumental Román Eduardo Sandia.
Los que sentimos esta feria y la fiesta brava como
parte de nuestro ADN, estamos en la obligación de colaborar en su defensa, en
defensa del arte y del toro.
Debemos decir lo que sentimos, recalcar los
errores a quienes los cometen y aplaudir los esfuerzos de algunos, cada vez
menos, de preservar y engrandecer nuestra Feria del Sol.
Ojala no sea todo esto letra muerta (o indultada
que es igual)
Acacio Sandia Scheuren
0414-0800510
@ajsandia
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