PACO AGUADO
Puestos a analizar la actualidad, no es agradable imaginarse la
inquietante sensación de tener que ir a los toros entre protección policial.
Pero habrá que ir pensando ya en que tal aberración se puede producir incluso
mucho antes de lo suponemos, a tenor de los sucesos de las últimas semanas en
Lima y en Rodilhan.
Ya sabrán ustedes que el pasado domingo 27, antes, durante y después de
la novillada que abrió la feria del Señor de los Milagros, la bicentenaria
plaza de Acho fue sitiada literalmente por cientos de animalistas con actitud
de “kale borroka”, que es como se conoce en el País Vasco a las algaradas de
los cachorros del terrorismo etarra.
El resultado de los disturbios, dentro y fuera de una plaza a la que
estas gentes “civilizadas” intentaron prender fuego tras el festejo, fueron
numerosos daños materiales en el monumento y, lo que es peor, dos policías
heridos, uno de ellos con una cuchillada en un muslo.
Unas horas antes y a varios miles de kilómetros a este lado del
Atlántico, en la pequeña localidad francesa de Rodilhan y aprovechando su
escasa dotación policial, miembros del llamado Comité Radicalmente Anti Corrida
se saltaron la reciente ley francesa que impide las manifestaciones
antitaurinas en el radio de un kilómetro de las plazas. Y, con bengalas y
productos incendiarios, no sólo provocaron también graves altercados sino que
pusieron en riesgo la seguridad y la integridad de los pacíficos asistentes a
un festival benéfico.
Es decir, que los colectivos antitaurinos han dado un paso más en su
lucha contra el toreo para llegar a límites rayanos con el terrorismo, tal y
como practican los más furibundos animalistas en otros ámbitos. Y que la
tauromaquia se acaba de definir como el objetivo principal de la violencia
indiscriminada de unos grupos que en los Estados Unidos ya están catalogados
entre las listas de las asociaciones terroristas, junto a los discípulos de Bin
Landen o de Josu Ternera.
Mirándolo desde el lado positivo, estas y otras acciones similares
registradas en los últimos años, así como las delictivas amenazas y
afirmaciones volcadas en las redes sociales, han hecho que el antitaurinismo se
haya por fin quitado la careta.
Después de muchos años disfrazándose de "humanitarios",
definitivamente han puesto ya sus cartas boca arriba, aunque no todas, Porque
aún faltan por conocer las que nos revelen los verdaderos intereses de quienes
están detrás de este demencial movimiento, los manipuladores de mentes que han
acabado por crear la violenta secta que sirve a oscuros intereses económicos
que nada tienen que ver con el progreso ni el franciscanismo.
En tanto que el mundo del toro no cuente con capacidad ni estructura
para reaccionar con una profunda investigación sobre los apoyos de ideólogos
como el tal Anselmi –sibilino personaje cuyo oportunismo, por cierto, ya ha
sido descubierto por algunas asociaciones animalistas de Suramérica-, esta
violencia radical también puede motivar de una vez el necesario trabajo
policial que las saque a la luz.
Mientras tanto, los buscados efectos de las indirectas campañas
disfrazadas de antitaurinismo van cumpliéndose a golpe de leyes de políticos
implicados. Y así, tras censurar de manera fascista una foto de Juan José
Padilla como imagen del Word Press Photo de 2013, el ayuntamiento de Barcelona
va a permitir ahora que los perros puedan viajar en el metro de la ciudad, sin
importarle las fobias síquicas, las alergias físicas o el rechazo natural de la
mayoría de los ciudadanos.
Puede que, a estas alturas, a alguien le extrañe que relacionemos
antitaurinismo con mascotas, pero en el fondo ambos asuntos están más
profundamente relacionados de lo que se podría pensar, como saben muy bien
quienes sacan mayor provecho de la conexión. Pues, en realidad, las campañas
antitaurinas –en colaboración con otros intereses políticos- buscan únicamente crear esa sensiblería no
hacia los animales en general sino hacia unas mascotas cuyo negocio genera
miles de millones de dólares cada año en los países "desarrollados".
Y, en un maquiavélico efecto mariposa, es así como, mientras que un
jovencito airado apuñala a un policía frente a la puerta grande de Acho, un
"sensible" barcelonés o un gay caprichoso pueden hacer que su perrito
lamerón y su inexpresivo galgo rescatado de la horca ocupen el asiento de un
jubilado en el vagón que les lleva hacia Las Ramblas.
Desnaturalizando a perros y gatos, "humanizando" estúpidamente
a los animales de compañía, es como algunas multinacionales aprovechan y
fomentan los delirios de una sociedad desquiciada que distorsiona sus instintos
naturales, como el de la paternidad, volcándolos en un organismo encargado de
llenar las calles de excrementos y de orines.
Así que resistan, taurinos, porque la cultura y la sensatez del toreo
aún nos ayudan a tener la cabeza en su sitio en medio de tanta locura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario