En La Grita el pasado domingo
Claro toque de atención de “Maravilla” de cara a este domingo vérselas con Rafael Orellana en Bailadores, con toros aún por definir. Foto: Pillo Hernández |
RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ
@rubenvillafraz
LA GRITA (Enviado Especial).- Lluviosa y fría tarde de toros, la de
cierre en la pintoresca población de La Grita, donde con poco más de media
plaza, los toros (esta vez sí de casta) de los Hermanos Molina Colmenares, a
nombre de Rancho Grande y El Prado, han ofrecido interesante juego, que han
permitido el triunfo con ribetes de “toque de atención” por parte del espada
tachirense Gregorio Torres “Maravilla”.
Cuatro han sido los apéndices cercenados
por el mencionado espada, en par de actuaciones completas, tanto de capa como
en la muleta, sacando partido al máximo las nobles embestidas de los astados
que le cupo en suerte. Por su parte el sancristobalence, Marcos Peña “El Pino”
ha naufragado en par de trasteos faltos de emoción, con altibajos, y sobre todo
rubricándoles de censurable manera con el acero.
Como veníamos comentando, llamado
de atención para los empresarios y aficionados el que ha hecho el moreno “Maravilla”.
En su primero del lote ha sabido llevarle a la altura y distancias las telas
del noble pero poco entregado ejemplar de El Prado, tanto por la diestra como
por la zocata. El certero espadazo, ligeramente desprendido valió para el corte
del par de orejas, asi como la vuelta al ruedo al astado en el arrastre.
Con el que cerró plaza, con
escasa iluminación, se desgranó “Maravilla” en lucir amplio repertorio, en
labor donde estuvo a gusto y dispuesto frente al nobilísimo ejemplar que anunciaron
con el supuesto nombre de «Paramero», pues su número y hierro (herrado con el
N° 196) no correspondía con la escueta tablilla anunciadora. En fin, larga
labor que tendría su punto de inflexión en las sabrosas series por naturales
que en los medios se dispensó el torero ante las largas y enceladas embestidas
del animal. La petición de indulto era unánime, no menos contando la aprobación
del ganadero, para así concederlo el palco presidencial.
El Pino había cortado la oreja
del que abrió plaza, en trasteo intermitente y de momentos de lucimiento
aislado y poco más. Para sorpresa de muchos, tras bajonazo se le premiara con
tal apéndice, algo que no pudo repetir en su segundo, tras una labor anodina y deslavazada, siendo silenciado.
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