Ni fiesta torista ni el espectáculo fiero de otras bazas. Pero el torero de Borox se revela como torero capaz y valeroso. Y brilla con un rarísimo sobrero veragüeño de Hernando.
BARQUERITO
DOS HORAS Y MEDIA de función. Abrió un engatillado toro cinqueño de la procedencia Contreras-Ibán que escarbó, trotó y no galopó y que, al paso las más veces, descolgó a su manera y tomó engaños sin entregarse. Pero acabó siendo el único de Palha que tuvo trato. Por la mano derecha. A cuenta de Luis Bolívar y de una faena sin sentido del tiempo ni horizonte se fue media hora de festejo. Un aviso antes de haber Bolívar pensado ni en cuadrar el toro, con el que anduvo por casi toda la plaza, donde el viento y donde más viento. De cuando en cuando, y tapándole hasta los ojos, lo llevó embarcado en muletazos de no soltar, que son plaga. Un bajonazo. Su única concesión a la brevedad.
Se puso cansa la cosa enseguida: el segundo palha, terciado y sin trapío, salió derrengado de cuartos traseros, perdió las manos por eso y acabó en manos de la gente de Florito, que tantas cosas nuevas inventa cada vez que sale a escena. Sólo un personaje en el Madrid taurino concita el elogio unánime: Florito. A cuya gracia genial se debió que la función concluyera con sólo treinta minutos de exceso, recargo y castigo. El propio equipo de Florito alivió la devolución del último de los seis toros de un infausto envío de Palha –la peor corrida del hierro en Madrid desde su refresco de los noventa- y que tuvo el aire fiero y pegajoso que justificó el eslogan de otra época: “horror, temor y furor”. Fiero pero cojo.
El último cuarto de hora del festejo tuvo de protagonista un segundo sobrero de sangre y traza veragüeñas. Del hierro de Aurelio Hernando, reconstrucción de un lote mostrenco de la ganadería decimonónica del Duque de Osuna. Jabonero claro, regordito, carita de bueno pero no de bravo. Cautivadora lámina. Enchiquerado tres o cuatro días en el curso de la feria, corraleado casi como animal doméstico, el toro se volvió de salida hasta tres veces casi seguidas –instinto de sobrero enterado-, correteó con el aire huidizo de los moruchos pero no el resabio de los toros de capea, se frenó, derribó o volcó un caballo en una de las huidas, se acabó sangrando bien en las manos dulces de un picador salmantino de dinastía –el mayor de los hermanos Herrero- y para sorpresa de zoólogos, tauristas y demás fauna se acabó quedando el toro de dulce. Con la amerengada embestida de los mansitos buenos.
Con este fin de fiesta tan de confetis no se contaba. Ni tampoco con que la fiesta tuviera de actor mayor al toledano David Mora, que es del pueblo de Domingo Ortega: Borox. Resuelto, entregado, firme y valiente en todas las bazas: con su primer palha, que topó y se resistió con genio defensivo, pero al que pudo con notoria autoridad; con el fiero que se devolvió y al que metió antes de la devolución en vereda como si tal cosa; y, claro, con el sobrero de cuento de hadas y tan de caramelo, que Mora se trajo sedosamente en toreo de buen dibujo, formal, distinguido.
Críticos y blogueros franceses han contado maravillas de una reciente tarde de David en la Camarga con una tremenda corrida cinqueña de Cebada Gago. En el reducto torista de Saint Martin de Crau y el pasado mes de abril. Pues no exagerarían. Se nota cuándo está un torero. “Estar” vale por andar, valer, querer, saber. Antes de probar el sabor a pastel del sobrero de marras hubo que atreverse a hacer la cata a ciegas. Y eso es, en un torero, valor. Y, luego, la buena cabeza de medir las dos faenas, de ponerlas por orden y rematarlas a tiempo. Hubo una huida masiva que despobló los tendidos de aficionados accidentales antes de la suelta del sobrero. Se perdieron el postre, que fue lo bueno.
El sobrero de Carmen Segovia, nalgudo y cabezón, la cara alta, a brincos y reservón, desparramó distraído la vista. Salvador Cortés pudo haber abreviado, porque, sin contar los estragos del viento que dificultaba todo, el toro estuvo visto enseguida: nada que rascar. Pero no breve sino sempiterno y reiterativo en trasteo desangelado. Una buena estocada, pero ya tarde.
El cuarto palha fue el peor de todos, porque se vino al cuerpo sin pensarlo. Procedía liquidar expeditivamente, pero Bolívar se enredó en otra de esas faenas justificatorias que parecen destajos de tentadero. El quinto -650 kilos- era el más alto de una corrida muy talluda como ésta. Sin enmorrillar, con aire de cruce de Pinto Barreiros y Contreras, la silueta montaba tanto como la altísima barrera de las Ventas. Así que fue record de peso y altura. Y no toro atleta. No tan indómito como los dos que acababan de ser arrastrados, pero de apoyos tan frágiles y golpes tan irregulares que costará entender cómo hubo quien lo aplaudió con ganas en el arrastre.
Salvador Cortés tampoco entendió en este turno que la brevedad es una gentileza de torero bueno.
FICHA DEL FESTEJO
Cuatro toros de Palha (Joao Folque de Mendoça), de distinta condición, un primer sobrero de Carmen Segovia -2º bis-, cabezón, sin fijeza, frenado, y un segundo sobrero -6º bis- de Aurelio Hernando, de pinta veragüeña, vuelto de salida, amoruchado y de son sorprendentemente bondadoso. La corrida de Palha, mermada por cojeras, fue, con excepción de un primero cinqueño muy en lo de Baltasar Ibán, de feas hechuras: altos, largos, estrechos, sin trapío propio. El primero tuvo fondo y guasa. Mansearon los otros tres supervivientes. El quinto se quedó en el caballo y quiso más que pudo. Corrida de muy pobre nota.
Luis Bolívar, de grana y oro, silencio tras un aviso y silencio. Salvador Cortés, de violeta y oro, silencio tras un aviso y pitos tras aviso. David Mora, de celeste y oro. Palmas y saludos.
Madrid. 22ª de abono. Casi lleno. Fresquito, muy ventoso. La infanta Elena, en el Palco Regio.
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