Ambiente insultante contra el joven maestro, que logra la hazaña de volcar el ambiente pero falla clamorosamente con la espada. Fiasco ganadero de Victoriano del Río.
BARQUERITO
EL AMBIENTE fue con El Juli de lacerante hostilidad. Nada nuevo. Pero esta vez fue una agresividad desproporcionada. Tan fuera de razón como la ciega ira. Insultantes y alevosas voces sueltas de gallinero. Un coro de palmas de tango apenas aparecer el primero de los dos toros de lote: un tercero de casi seis años, hocico afilado, bien armado. De armónicas hechuras si no hubiera sido de cabos tan finos que lo dejaban sin aplomos. En las dos primeras carreras, que no galopes, dio el toro la impresión de descoordinado, y no sólo por echar las manos por delante.
Un solo lance de dibujo le pudo pegar El Juli, que suele ser pródigo en los recibos con toda clase de toros. Tuvo que limitarse a tocar, tapar y soltar, y dejar ir al toro corrido al caballo para una rara vara de romanear y meter los riñones, y de salirse suelto también. Entre esa primera vara y la segunda, El Juli dejó fijado al toro. Resonó el coro de palmas de tango. Un segundo puyazo trasero acentuó en el toro su vicio de malos apoyos. No es que gateara, sino que se despendolaba, y empezó a pegar a la vez gaitazos y, al salir de suerte y engaño, coces.
Ni esa anómala manera ni tampoco el entender que cien o doscientos habían venido a lo toros con la navaja entre los dientes: ninguna de las dos cosas pudo con El Juli. Ni siquiera el silencio cómplice de la inerte mayoría que convierte en toque de campanas de quién sabe dónde ese despiadado runrún de derrota con que filisteos, sátrapas y maniqueos castigan en Madrid a los dioses del toreo. El Juli metió en vereda al toro en dos tandas primeras de tanto encaje como autoridad. Una por cada mano. Tan cerca le pasaron del rostro a El Juli las coces como los pitones de las medias o los machos, porque las dos tandas fueron de ajustarse y someter. Y de toreo por abajo. Fue faena sin pausas y con Julián al ataque de partida y hasta bien metido en trasteo.
Una tanda en redondo se resolvió con un cambio de mano por delante y, señal de dominio y conquista, Julián siguió con la zurda en tanda de cuatro ligados en el sitio. A partir de entonces se sucedieron variaciones por las dos manos. Al ligar El Juli un molinete de recurso con una trinchera de soltar toro se volcó de repente el ambiente. Dos veces se le metió por debajo el toro: impertérrito Julián, que, después de asentar al toro –tarea muy difícil-, lo supo esperar, tocar, soltar y no abrir sino convencer. Una última tanda con la izquierda fue muy despaciosa. Brillante el broche de dos trincheras y el de pecho.
Cuando el toro estaba ya medio rajado, al perfilarse con la espada y justo antes de cruzar, El Juli tuvo que escuchar la penúltima infamia: “¡Viva Fandiño y sus toros!”. Se torció el viaje, el toro, en la suerte natural, se le echó encima y la espada, caidísima, hizo guardia clamorosamente. La huida del toro dolido enseñó la estocada a media plaza como un borrón imperdonable. El único patinazo de Julián. Pero en cáscara de plátano.
Cuando se soltó el sexto, ya estaba sofocado en parte el fuego graneado de las iras, porque Morante se había llevado una buena ración de dicterios. Hubo una tregua relativa cuando El Juli salió para firmar, después de la primera vara, el único quite que tuvo ocasión de hacer en toda la corrida. En los medios, a la verónica clásica, dejando llegar de largo al toro, enroscándose con él en cuatro lances cosidos y rematados con media que dejó al toro parado y dormido. El quite de la tarde.
Cuando El Juli se puso a maniobrar después, sus reventadores –ahora ruidosa minoría- lo fustigaron con óles falsos. Pero volvió a volcarse el ambiente cuando El Juli, tal vez precipitado en el manejo del toro, ligó como si nada una tercera tanda con la diestra. El toro, codicioso en banderillas, se acostó bastante, se desinfló de repente, claudicó dos o tres veces reclinado y, cuando El Juli trató de romper la cosa con su gran mano izquierda, ya no quedaba toro. Ni tirando de él ni sin tirar. Un intento de toreo entre pitones. Se oyó alguna voz inoportuna. “¡Pico!”, por ejemplo, para el único de la terna que no había metido el pico en toda la tarde. Media estocada lagartijera bastó para tumbar al toro.
A su pesar fue protagonista El Juli. Pero había más gente: un ganadero que no dio con la tecla, aunque echara un cuarto de corrida de entrega, nobleza y potencia notables; Juan Mora, beneficiado por la suerte de ese cuarto toro con el que abusó de la pinturería ligera; y Morante, que en Madrid tiene incondicionales y algunos detractores.
Morante hizo cosas hermosas con el segundo de la tarde, protestado ruidosamente por flaco y por frágil: torear a la verónica con sencillez insuperable –posado el cuerpo, pero forzados los brazos porque las estiradas del toro fueron inciertas- y en dibujo de arabesco pulido. Dos lances juntos, dos más después, tres luego, pero los siete en casi el mismo tiempo lento y propio espacio. Nueve muletazos de tanteo bien cortados, una primorosa tanda de cinco y el recorte de salida, la torería de una trinchera y, cuando el toro se vino abajo a la defensiva, cuatro antológicos muletazos del repertorio de horma y castigo. Una estocada baja con vómito. Y no contó nada más. Un quite por chicuelinas de giro volátil al cuarto toro –al que Juan Mora tardó de replicar con otro por mandiles- y muletazos de escuela para disponer de un quinto burraco que sólo pegó topetazos rebotados como los de las cabras.
Con Juan Mora estuvo, además de la fortuna del mejor toro de corrida, un ambiente bastante propicio, pues se jaleó el menor detalle, los apuntes inconclusos, la sorpresa de dos cambiados y ayudados por bajo, los preciosos doblones con que abrió su primera faena a un toro que se puso a cabecear descompuesto enseguida. No iba con él la guerra.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Camisas de fuerzas, por favor! ¿Cuántas? Con cien me arreglo. Oído, cocina!
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victoriano del Río. El sexto, con el hierro de Toros de Cortés. Muy desiguales trapío, tipo, hechuras y juego. Corrida mal elegida. Fue bueno el cuarto, pero se rajó al final. Frágil un tercero pronto pero informal. Cabeceó el segundo, topó el quinto, se vino abajo el sexto.
Juan Mora, de verde esmeralda y oro, ligera división y silencio. Morante de la Puebla, de negro y oro, pitos y silencio. El Juli, de azul prusia y oro, división y silencio.
Miércoles, 8 de Junio de 2011. Madrid. Corrida de la Beneficencia. Lleno. Nubes y claros, primaveral, algo de viento. El Príncipe de Asturias, en el Palco Real, recibió brindis de los tres espadas.
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