Con el cuarto de corrida, una faena cumbre por su sentido del toreo y por la firma de dos caballos geniales –Chenel e Ícaro-, pero sin remate con el rejón de muerte.
Imponente demostración de toreo a caballo el que se ha prodigado el estellés, Pablo Hermoso de Mendoza en Madrid, ante una afición rendida a su maestría y pericia de cuadra de caballos. Foto: EFE |
BARQUERITO
ERA EN EL espacio de tres semanas la tercera corrida de rejones en Las Ventas y fue tarde grande de Pablo Hermoso, que abría terna en Madrid por primera vez. Se apagó inesperadamente el primer toro de Los Espartales y lo que estaba siendo un trabajo precioso –la lógica, la técnica, la expresión del toreo a caballo en parada, castigo y banderillas- no pudo sostenerse en el mismo ritmo. Ritmo trepidante impuesto justo hasta a la salida, en recorte airoso en los medios, de una segunda farpa fantástica: la pureza misma en la reunión y en la salida, la ortodoxia y la puntería en la clavada.
Estaba en acción el más artista de los caballos de Pablo, que se llama «Silveti» y por eso será tan artista, o no solo por eso. En el tercio de salida y castigo estuvo trabajando una de las joyas nuevas de la corona, un «Machado»alazán de porte raro para ser caballo de salida, pero artista también. Y valiente: certero para rodear por las dos manos sin miedo, sereno para aguantar y encelar el son inevitablemente distraído que distingue de salida a los toros de sangre Murube.
Ese caballo –y el caballero que lo tiene, naturalmente- firmó en San Isidro el tercio más importante de todo la feria. Dentro de su género. Y repitió esta vez. «Machado» y «Silveti», y a toro casi parado, un tordo nuevo que se llama «Manolete» y está por hacer. No tardará. Pablo remató faena con alardes –las cortas, una descolgada-, llegó a la gente y mató trasero pero a la primera. No se había visto nunca tan caliente al público con un primer toro de rejones en Madrid. Se pidió con fuerza una segunda oreja.
La faena cumbre fue, con toro de bastante más vida, la otra. Con parecidos argumentos de base: uno mayor, que es el sentido del toreo. Esa genuina torería para medirse en función del toro y para medir tiempos, terrenos y distancias del todo resulta en Pablo Hermoso del todo singular. Pablo adivinó la intención del toro de saltar la barrera antes de que amagara con hacerlo. La manera de sujetar al toro sin violencia y sin ayudas fue de una serenidad formidable. Y la forma de salirse a las afueras después de dejar soltarse al toro lo justo. Con la cola trenzada toreó como de capa ese caballo tan maduro de pronto que se llama «Dalí».
Fijado el toro, Pablo vino a hacer con él las mil maravillas: sacó a torear al célebre «Chenel» –con los pechos en los ataques y también en las reuniones a la espera libradas con cuarteos ajustadísimos- y luego a ese caballito «Ícaro» mexicano que se enreda como si cargara la suerte con el cuello en ovillos inverosímiles de entrada y salida. La gente rugió de verdad. Las clavadas fueron de una precisión antológica: arriba cuatro farpas y el rejón de castigo, lo que aliviaba al toro, que no se sangró sino lo justo.
Dentro de la faena, tan ordenada y tan de templar al toro en cada baza, Pablo intercaló aires grandes de la doma clásica: los galopes de costado y a dos pistas, una corveta sutil, un cite a paso español, el piafé. En todas las corridas de rejones de Madrid se ha instalado la moda gratuita de batir palmas de ganso cada vez que un caballo ataca. Pero con esta faena de Pablo lo que se coreó y escuchó fue un “¡Oooh…!” de rendida admiración. Un final excesivo con tres cortas y hasta un par a dos manos con las cortas también, se encogió el toro y Pablo no pudo enterrar el rejón de muerte hasta el sexto intento. De modo que tal maravilla se quedó sin orejas de premio.
La primera salida de Pablo hizo sombra a Cartagena y Leonardo, que trabajaron de otra manera. Cartagena abusó de los capotazos de la cuadrilla; Leonardo se pasó de velocidad. Los dos clavaron donde cayera. La segunda faena de Pablo pesó todavía más. Y, encima, descargó de pronto una aparatosa tormenta de verano. Agua, rayos y truenos.
El quinto fue un toro extraordinario y Cartagena volvió a abusar de los capotazos de cuadrilla. Con los tendidos despoblados, y en medio de la tormenta. Leonardo batalló contra los elementos. Y no a favor de toro ni en contra de él.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros despuntados para rejones de Los Espartales (José Luis Iniesta). El quinto, de imponente porte, fue bravo de verdad. Bueno el cuarto, muy distraído de partida. Dieron buen juego los otros cuatro.
Pablo Hermoso de Mendoza, una oreja y saludos. Andy Cartagena, saludos y silencio. Leonardo Hernández, saludos y silencio.
Domingo, 5 de Junio de 2011. Madrid. Casi lleno. Descargó una tormenta de verano durante la lidia de quinto y sexto. La infanta Elena, en el Palco Real.
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