Corrida poco propicia de Bañuelos, un bravo pero malogrado sobrero de Adelaida Rodríguez, desganado Víctor Puerto, discreto Capea, valiente el torero cacereño.
BARQUERITO
EL MES y EL AÑO en que nació en Cáceres Jairo Miguel Sánchez, marzo de 1993, ya llevaba dos temporadas toreando con picadores novilladas caras Víctor Puerto. A El Capea adolescente de apenas catorce abriles le tiraban entonces más el toreo campero y la cría. Fue ganadero precoz y bueno, y lo sigue siendo. La idea de echarse al monte del toreo profesional no cristalizó hasta diez años después. Así que en este rarísimo cartel del 9 de junio en Madrid estaban a su manera toreros de tres mundos.
Y toreros de dinastía en segunda generación. Víctor Puerto, sobrino carnal de un artista bastante singular, Antonio Sánchez Puerto, que fue lo que Jorge Laverón llamó un día “torero de culto”. El puerto es un apodo y no un apellido. Pero son los Puerto. Manchegos de Cabezarrubias, recriados en Alcorcón. El Capea es hijo de uno de los grandes de la digamos generación del 75: Pedro Gutiérrez Moya. “Niño de la Capea ”, porque parecía un niño cuando rompió de precoz novillero en el Chamberí de Salamanca. Y, en fin. Jairo Miguel, todavía más precoz que Capea padre –llegó a presentarse en la Plaza México de novillero con solo trece años-, es hijo de Antonio Sánchez Cáceres, que, igual que Sánchez Puerto, fue torero de sello sensible o arte en aquella generación de los setenta y tantos.
Penúltimas coincidencias: El Capea lleva tres años cumpliendo la mayor parte de su carrera en plazas mexicanas, se ha acomodado al toro de ritmo dormido y lo quiere la gente. No todos los toreros de Salamanca han sido profetas en su tierra. Jairo Miguel tuvo que irse a México para satisfacer sus ansias precoces porque allí no se restringe la edad de torear. Ni por arriba –todavía El Pana trabaja cuando le apetece o puede- ni por abajo: El Juli arrancó de niño en México y Jairo ha sido el último aventurero. De desigual fortuna: un novillo estuvo a punto de segarle la vida en Aguascalientes hace cuatro años.
Y una corrida de Antonio Bañuelos que no pudo lidiarse entera porque el segundo de la tarde –de hermosas hechuras, armado por delante, fibroso- se reventó en la primera carrera como infartado, no llegó a recobrar la vida toda y, lastimado, fue devuelto. Era el segundo intento de la ganadería para tomar la antigüedad que se gana al lidiar seis de una tacada en la plaza de Madrid. Tres toros cinqueños, dos de ellos aleonados y pechugones, un tercero ensilladísimo. No fue bueno ninguno. El de la alternativa de Jairo sacó especial violencia, ni en querencia de toriles se avino a trato y pegó derrotes feroces como ganchos a la mandíbula.
Se corrió turno tras la devolución del segundo y el cuarto de sorteo, ya segundo bis, corretón de partida, y luego tardo y rebotado, se distrajo con todo y también pegó derrotes. Una faena muy de oficio de Víctor Puerto: trincherazos y toques al costado a paso perdido. Ninguna convicción. El tercero, con el perfil montuoso de los toros excesivamente ensillados, no tuvo la violencia de los otros dos, pero, justo de fuelle, se frenó, adelantó por las dos manos y tuvo hasta son celoso. El Capea se vio descubierto más de una vez. Le costó aguantar los viajes en que pudo haberse sometido el toro. Anduvo fácil con él. A mitad de festejo, por tanto, ninguna alegría.
El sobrero de Adelaida Rodríguez fue un toro de porte soberbio: vuelto y paso, descarado, fino de cabos, largo y alto, 600 kilos, negro tizón. De seria conducta: bravo en dos varas de apretar, cosa que muy poquitos toros hicieron en el recién apagado San Isidro, y bravo en banderillas. En un quite de Víctor Puerto tras la primera vara, pareció troncharse la caña derecha –se oyó el chasquido claramente- y ya no llegó a apoyar nunca bien sino a adelantar por la mano lesionada. Toro de buen estilo pero frágil. Encastado, aprendió lo justo pero enseguida. Fue la frustración de la tarde. Puerto despachó sin apuros. Un pisotón del toro debió de ser muy doloroso.
Los dos últimos bañuelos tuvieron mejor trato que los primeros: aleonado, el quinto metió la cara aunque sin humillar, fue pronto y, también, muy mirón, como tantos toros campanudos. El Capea no le consintió dos viajes seguidos, hizo viento que lo descubría, ninguna confianza. El sexto, de casi 600 kilos, muy corto de manos y abierto de cuerna, tuvo más bondad y fijeza que fuerza, pero dejó a Víctor Puerto estirarse en un quite compuesto. Notable la media de remate marcada al pitón contrario. Lo lidió de maravilla Ángel Otero –sobria precisión, estupendo el juego de brazos- y se animó Jairo con una faena de aliento. En los medios de largo para abrir por derecho, pero el toro se ahogó al tercer viaje; y, luego, enganchado por el hocico muletazos de buen temple. Sólo que siempre y solo por fuera, y fuera del cacho en Madrid no vale. Se aplomó el toro. Y se acabo la corrida.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Antonio Bañuelos y un sobrero de Adelaida Rodríguez, jugado de cuarto. Los dos primeros de Bañuelos –el 2º, a turno corrido-, cinqueños, pegaron cabezazos; el tercero, cinqueño también, fue pegajoso; el quinto, mirón, se empleó; el sexto, bondadoso, se aplomó. El sobrero de Adelaida, cinqueño de gran seriedad, fue bravo en el caballo y en banderillas, pero se lidió con una caña tronchada en un quite y, sin llegar a romper, se movió de encastado.
Víctor Puerto, de añil y oro, silencio en los dos. El Capea, de carmín y oro, silencio en los dos. Jairo Miguel, que confirmó la alternativa, de azul cobalto y oro, silencio y aplausos tras un aviso.
Notables bregas de El Puchi y Ángel Otero con quinto y sexto, respectivamente. En tarde de brillantes banderillas se destacaron Raúl Cervantes, Tito Robledo, José Luis López Lipi y el propio Otero.
Jueves, 9 de junio de 2011. Madrid. 2ª de Aniversario. Media plaza. Encapotado, revuelto, primaveral, ventoso.
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