El
propietario de la Suerte de Picar analiza la ruinosa situación que vive su
gremio: «Solo en pienso una cuadra de quince caballos tiene un gasto de 1.800
euros al mes»
Rosario
Pérez
Diario ABC
de Madrid
JEREZ DE LA
FRONTERA
«Somos los grandes olvidados. Somos
imprescindibles en el toro, pero no pertenecemos a ningún gremio, ni al
taurino, ni al ganadero, ni al agrícola». Es la dura realidad de los
propietarios de las cuadras de caballos de picar, una realidad relatada por Francisco
Román Abad, de la jerezana «Suerte de picar».
La crisis del Covid ha recetado una estocada a la
difícil situación que ya atravesaba: «Arrastrábamos la reducción de festejos en
los pueblos, el menor número de corridas en las ferias. Todo ha ido sumando
hasta llegar a una situación muy complicada».
Francisco Román, de 45 años, conoce desde niño el
oficio. Ha heredado la afición de su padre, el picador Félix Román, a las
órdenes de toreros como Paco Ojeda, Currillo, Rafael de Paula o Galloso. Desde
hace dieciocho primaveras, capitanea por sí solo el negocio de la cuadra de
picar, un negocio que no es negocio en época de vacas flacas para todos. «Este
año está siendo durísimo. Si la próxima temporada sigue así, tendré que
plantearme si mantenerlo o no... Esto así es inviable».
«En Francia es una suerte de referencia y la tienen por las
nubes, pero en España a veces es un trámite malo que parece que ni apetece»
Las cifras hablan por sí solas: Román cuenta que
mantener una cuadra de 15 caballos «cuesta solo en pienso 1.800 euros al mes».
«A eso -continúa- hay que añadir el seguro social del trabajador, los gastos de
gestoría, los impuestos que pagamos todos los ciudadanos, la compra del camión,
las averías.... Son muchos gastos y muy pocos ingresos. Además, al no poder
tirar para delante, he tenido que pedir un préstamo».
Las matemáticas, «porque esto son matemáticas»,
siguen: «Si en general facturo unos 50 o 60 mil euros por temporada, este año
alrededor de 10 mil». Una ruina, en la que los números rojos vencen: a la
comida de los caballos hay que sumar gastos veterinarios o la contratación de
personal en cada tarde de toros. «Hay pérdidas increíbles, que ni he calculado,
porque si lo pienso me deprimo», dice. En cada paseíllo, el alrededor de 1.200
euros que puede cobrar una cuadra en un pueblo se reduce a 300 al descontar
costes. Eso cuando no hay una avería que deja la ganancia en cero o ni para un
café. «El volumen de negocio ha bajado y el cobro es ridículo. Por ejemplo, en
El Puerto de catorce corridas se ha pasado a dos y la zona de la sierra ha
perdido casi todos sus festejos», lamenta.
«Un picador es el piloto. Aporta y estorba. Por desgracia, se
dan casos de gente que tiene el carnet de picador porque es gratis»
La crisis le ha obligado a reducir la cuadra de 19
caballos a 11 para aminorar gastos, además de dos mulos. Cinco de los equinos
permanecen en su picadero de Jerez de la Frontera, pero el resto está en fincas
de ganaderos amigos que le echan una mano para mantenerlos, como la casa
Bohórquez o Santi Domecq.
«Los ganaderos mandan toros al matadero, pero
nosotros no podemos mandar un caballo al matadero. Podemos venderlos, pero el
mercado está muy mal por la reducción de festejos. Como no llegue la vacuna y
esto siga así, será insostenible. Y no lo digo por mí solo, que tengo una
cuadra pequeña, sino también por las nueve cuadras de picar que hay en España».
Corazón torero
Francisco Román compra los caballos con 4 o 5
«hierbas» y los prepara durante uno o dos años. «El que se presta y es dócil en
un año se puede poner a torear y durante unos diez años están a pleno
rendimiento. Otros con cinco años ya no valen, también hay muchas bajas.
Tenemos que tener en cuenta la morfología y el reglamento», explica. ¿La
cualidad imprescindible de un caballo de picar? «El corazón, esa forma de
pelear, torear con entrega». ¿Depende del picador? «Por su puesto. El picador
es el piloto; si es bueno, aquello va como la seda». ¿Y si es malo? «Un picador
aporta y estorba. Por desgracia, se dan casos de gente que tiene el carnet de
picador porque es gratis y sin examen. Por eso hay tanto picador de distintos
gremios, tienen afición y lo ven fácil».
El dueño de la Suerte de Picar envidia la
importancia que Francia da al tercio de varas: «Allí la tienen por las nubes,
está valorada y saben ver que es la suerte de referencia, que para eso el
picador se viste de oro. Aquí a veces es un trámite malo que parece que ni
apetece».
Además de la contratación de caballos, Román
también elabora petos, a un precio de 2.150 euros. «Un peto a mano se tarda
unos 45 días en hacer, echando al menos diez horas diarias. Pero ahora se vende
muy poco y, en lugar de cada cuatro años, se suelen reparar cada seis para
ahorrar».
El negocio va de capa caída y este amante de los
caballos ha buscado trabajo de «chófer de camión para llevar aceitunas».
Sobrevivir para mantener la cuadra familiar y una afición desmedida. «Mire,
están bastante mejor mirados los mulilleros que nosotros. Y sin nosotros, sin
nuestros caballos de picar, no hay toros, aunque no nos acojan en el régimen
taurino. Estamos solos».
Solo con sus caballos, cuyo precio oscila entre
los tres mil y los siete mil euros, «en función del producto». Un hombre solo
domando y susurrando a corceles con acento flamenco como «Rancapino» o de
genial arquitectura como «Gaudí». O a «Feriante», «Duque», «Julito» y
«Andarino». Y sin otros como «Avilés», que emprendió otro camino por la crisis
que azota toda la piel de toro. Un puyazo en todo lo alto, pero Román Abad se
crece en el castigo por mantener una pasión sin la que la Fiesta no sería
Fiesta. La Suerte de Picar es su bautismo.
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