martes, 21 de octubre de 2025

Y después de José Tomás y Morante, ¿ahora qué?

Análisis técnico y artístico
Morante a varios días de su retirada, sigue generando misterios y análisis. Foto: Plaza 1

'…Morante, aún habiendo tocado los mismos terrenos que José Tomás, es claramente superior a este ¿por qué? porque es un torero más largo y poderoso; porque ha tenido un compromiso con la Fiesta que el de Galapagar nunca ha tenido; porque aparte de torero, es aficionado, y practica una suerte de arqueología experimental con los animales, etc..'
 
Si esperan una retahíla de llantos y literatura barata, olvídense. A Morante le han faltado poetas, por supuesto, pero creo que ninguno en nuestra mediocre generación estaría a la altura de ser el poeta que le cantara. Por eso, prefiero ahorrarme cierta cursilería que a algunos -con no poca razón-, les genera un profundo rechazo. No sé si Morante volverá a vestirse de luces o no; él mismo ha dicho que se ha “quitado” la coleta, no que se la haya “cortado”. Quizás vuelva en un tiempo, como tantos otros han hecho, para torear menos de una decena de tardes al año. Lo que él quiera, y cuando quiera. No obstante, la razón de mi artículo de hoy es otra.
 
Con José Tomás, desde hace unos años, y ahora Morante, fuera de la primera línea taurina, podría decirse que se termina el período de mayor sofisticación artística y técnica de la historia del arte del toreo a pie. Ellos han sublimado y, por ende, acotado, el camino técnico intuido por Joselito, descubierto por Chicuelo, e impuesto por Manolete, de torear en redondo, girando sobre los talones, ligando naturales y derechazos, con el cuerpo asentado, el toro ajustado mientras se carga la suerte, y rematando la misma detrás de la cadera pero, de tal forma, que te sea posible ligar con el siguiente pase. Perdonen por la sucesión de conceptos, pero así es el argot taurino. Aquello que empezó Joselito, lo ha sublimado Morante.
 
Entre muchos aficionados -y no solo los que frecuentan aquel tendido venteño-, se repiten una serie de teorías de barra de bar, y casino con aroma -más bien, hedor- a Farias, que no se corresponden con la realidad del toreo. “¡Crúzate!”, “¡Pico!”, “¡Colócate!”, “¡Carga la suerte, perfilero!”. Una serie de interpretaciones teóricas según como entendían ellos que era el toreo defensivo de Juan Belmonte. Este, quien descubrió el campo de visión difusa del animal si se cruzaba al pitón contrario, utilizó este recurso para sobrevivir en la fiesta, a partir de un toreo defensivo, por su escasa técnica. Como un “choque de trenes”, conseguía desplazar la trayectoria natural del toro, lo que le permitía, a veces, templar su embestida y, sobre todo, quedarse algo quieto. Eso, sumado a su estética trágica y patética, fascinaba a los públicos. Un toreo en ochos, siempre cruzado que, de forma defensiva, conseguía evitar la desgracia mientras se generaba un ambiente de riesgo y cercanías. Por supuesto, el nacido en la calle Feria jamás quiso hacer de su toreo ninguna ortodoxia, pero sus más adictos sí lo hicieron. Torear bien, según teóricos como Bollaín, o el que le escribiera a Domingo Ortega su tauromaquia, consistía en estar siempre cruzado, echar la pierna hacia delante, citar enfrontilado y, de nuevo volver a colocarse para dar el de pecho, u otro pase regular. La ligazón era vista como síntoma de “mala colocación” y una supuesta ventaja.
 
Aunque Juan Belmonte fue una personalidad arrolladora, podemos decir que de él ha quedado su estética, pero no su técnica. Lo cual, es del todo comprensible, aunque a veces no se sepa distinguir entre estética y técnica. Mientras, era Joselito quien intentaba dar series ligadas con la mano izquierda aunque, como estaba aún fuera de cacho, el toro le veía y le impedía asentarse. Chicuelo, quien sentía predilección por los dos grandes semidioses de la Edad de Oro, se fijó en los defectos de los dos: Belmonte se cruzaba demasiado, lo que le impedía quedarse en el sitio y ligarle un segundo muletazo; no hacía series. Joselito, intentaba ligar y dar una serie pero, al estar fuera de cacho, se veía obligado a quitarse para que el toro no le cogiera. Fue entonces cuando el sevillano descubrió el hilo del pitón, donde puedes pasarte al toro cerca, quedarte quieto y ligarle en redondo varios muletazos sin moverte de un palmo de terreno. Ya no expulsabas al toro de su trayectoria natural, sino que te acoplas a ella. Te pasas al toro por la barriga, y tienes que tragar en momentos donde el toro va a ti, o va a la muleta. El toreo de reunión; donde vienen las cornadas. Donde está el verdadero valor.
 
Chicuelo era un hombre abúlico y algo depresivo que, además, tenía mala suerte en los sorteos, lo que impidió que impusiera su concepto. Fue Manolete quien lo haría en la década de los 40, con ese estilo estoico y místico tan personal. Es famosa la anécdota de Pepe Alameda quien, una vez en México, le dijo a Manolete que le recordaba a Chicuelo. El Monstruo, con los ojos muy abiertos y una sonrisa dibujada en su cara, le contestó que el del barrio de San Bernardo siempre había sido su torero favorito. A Manolete le llamaban “perfilero” por no echar la pata hacia delante y torear de perfil, acoplándose a la trayectoria natural del toro.
 
La crítica había hecho de la técnica de Belmonte -repito, sin complicidad alguna de El Pasmo de Triana- la nueva “ortodoxia”; el nuevo “toreo clásico y puro”. Todo ello, a pesar de que lo que hacía Manolete era calcado al ideal descrito en las tauromaquias más antiguas. Manolete pisaba unos terrenos, mientras ligaba en un palmo del suelo, totalmente inauditos. Además, imponía su concepto a todos los toros. Es cierto que no tendía la suerte, pero esto era lo más apropiado para el toro de posguerra, muy corto en recorrido. Toda España estaba fascinada con él; la crítica, en gran medida, no solo no le entendió, sino que hizo lo posible por desacreditarle utilizando, incluso, a grandes toreros, pero de técnica radicalmente distinta, como era Domingo Ortega.
 
Tras la muerte de Manolete en 1947 todos -aunque con estilos distintos-, querían torear como él. Luis Miguel Dominguín y Paco Camino descubrieron que, para un toro cada vez más boyante, era mejor tender la suerte “dándole de comer”, en lugar de aguantar a que se viniera, lo que produciría un muletazo más largo y poderoso. Manuel Benítez “El Cordobés”, aunque con formas muy toscas y chabacanas, toreaba en redondo y se los pasaba muy cerca. El último Ordóñez, ya muy diezmado por los toros, recuperó aquel toreo belmontino de expulsión con gran elegancia y estética, pero poca exposición. Claro, la ortodoxia y los aficionados más críticos, que pensaban que Manolete había destrozado el arte de torear, estaban entusiasmados.
 
En los 80 y 90 vinieron grandes toreros pero, quitando el encimismo de Ojeda, la tendencia fue, sí, a torear en redondo y ligar pero, a poder ser, pasándose al toro lejos y dibujando una línea recta; lo que se ha llamado “técnica especulativa”. O pasando al toro lejos, hasta el remate de la suerte en línea curva, como harán algunos de arte. Quizás Chenel, ya mayor, o toreros madrileños como El Yiyo o Joselito Arroyo, fueron excepciones. Aunque, es curioso que de ellos se cantaba mucho el primer muletazo enfrontilado, dando el pecho y con la pata para delante, pero nada su toreo en redondo. Antoñete dijo en alguna ocasión que el torero que más le impactó fue Manolete y, quitando el primer muletazo de la serie, él fue un torero manoletista.
 
Entonces llegó la revolución de José Tomás. Un chaval de Galapagar, algo bruto y un tanto imprudente, que pisaba terrenos que no se pisaban desde tiempos de Manolete, su gran obsesión. Con ese halo de misticismo y estoicismo, ligaba muchísimos muletazos en un palmo de terreno y pasándose a los toros cerquísima. Eso sí, con total naturalidad. La gente estaba entusiasmada con aquella locura. Quizás había muchos enganchones y algo de torpeza; a veces era tan bruto que intentaba imponer su concepto a toros que no le permitían lucirse, lo que le llevó a solo torear ganaderías muy seleccionadas. Pero todo esto daba igual, pues no habían visto jamás a un torero pasarse un toro tan cerca y, además, sin arrimones, ni encimismos; toreando.
Ahora, ¿la gente se enteró? bueno, se quedaban con el impacto de un inicio de faena con estatuarios de vértigo, pero no tanto con su forma de hacer el torero fundamental. Era morbo, más que otra cosa. Respecto a la crítica y la “ortodoxia”, hubo disparidad de opiniones. Muchos le criticaban que era un torero corto -lo cual es cierto-, y que no se abría a otros encastes y ganaderías. Otros, por el contrario, exageraban la “pureza” de como daba enfrontilado, sacando el medio pecho, el primer muletazo de la serie, pero no se enteraban del toreo en redondo y ligado que ejecutaba después. No es casualidad que para estos “ortodoxos” la mejor faena de José Tomás fuera una a un toro de embestida muy corta al que le dio varios naturales totalmente cruzado, de uno en uno, volviéndose a colocar, etc. No, no fue la mejor faena de Tomás; simplemente que el toro necesitaba eso. Lo meritorio del de Galapagar fue su capacidad de ligar muchos muletazos, ajustados y sin moverse del sitio. Su defecto, los enganchones, y una manera de llevar su carrera bastante inestable, y de poco compromiso. Es obvio que torear con tanta exposición todas las tardes debe ser difícil de llevar psicológicamente y, al final, las cornadas duelen. A él un toro casi lo mata en Aguascalientes. Con todo, había recuperado el toreo manoletista.
 
Desde sus comienzos como novillero Morante de la Puebla fue un torero de pinturería y pellizco. De “diabluras”, al estilo sevillano. Con el apoderamiento de Rafael de Paula, ganó en arrebato y hondura, lo que le dio un estilo muy belmontino, aunque siempre intentó torear en redondo, como hacían todos los toreros. Desde luego, por esa búsqueda de pureza, se pasó más cerca a los toros que cualquiera en el escalafón, a excepción de José Tomás, pese a que su toreo siempre creó expectación por lo artístico, que se sumaba a una personalidad algo abúlica, bohemia y fascinante. Exagerada esta última faceta, desde luego, pues, incluso en su etapa más claramente de “torero de arte”, ha sido el que más continuidad ha tenido, y más cerca se ha pasado a los toros. Empero, siempre se le destacaba únicamente como “torero de arte”, exagerando tópicos que muchos repiten hasta el día de hoy.
 
Pero fue a partir de la pandemia de la COVID- 19 cuando, coincidiendo con una profundización en un barroquismo más alegre en su toreo, a la par de una obsesión tremenda por la figura de Joselito El Gallo, que empezó a dar un paso hacia adelante. Le valían más toros que nunca, llegando a un punto de que solo abreviaba con el que verdaderamente no tenía un pase, más allá de que le permitieran mayor o menor lucimiento. Se comprometió a torear en todos lados y, sobre todo, a torear en unos terrenos que solo José Tomás había tocado. Con el mérito, claro está, de hacerlo con temple, toreando con todo el cuerpo, tendiendo la suerte -”dar de comer al toro”, cosa que a veces Tomás no hacía- para alargar el muletazo, y con algo más de profundidad que el de Galapagar. Y en todos lados. Un toreo en redondo sublimado del que solo se han dado cuenta pocos aficionados ¿prueben a preguntar a la gente que acude a las plazas, por Morante? ¿qué les dirán? repetirán tópicos típicos respecto a los toreros artistas, y poco más. Casi ninguno pondrá de relieve ni su valor, ni su prodigiosa técnica.
 
Y es que, dejando de lado los estilos muy distintos -aunque Morante se ha ido amanoletando en los últimos años-, la técnica de José Tomás y el cigarrero, en lo que se refiere al toreo fundamental, es muy parecida. Por no decir, casi idéntica. Cosa, quizás, de la que pocos se han percatado porque se fijan en el estilo que, este sí, es radicalmente distinto. José Tomás es la sobriedad y el estoicismo; Morante, dentro de que es enciclopédico, es el adorno, la variedad y el barroquismo. No obstante Morante, aún habiendo tocado los mismos terrenos que José Tomás, es claramente superior a este ¿por qué? porque es un torero más largo y poderoso; porque ha tenido un compromiso con la Fiesta que el de Galapagar nunca ha tenido; porque aparte de torero, es aficionado, y practica una suerte de arqueología experimental con los animales, etc. Pero, sobre todo, porque ha conseguido ponerse donde se ponía José Tomás y, a su vez, templar la embestida de los toros y lograr muletazos más largos y profundos.
Aquella idea belmontina -y recalco lo de “idea”, porque Belmonte nunca logró en verdad torear así- de que hay que torear “como si no se tuviera cuerpo”, la ha sublimado Morante. Sí, José Tomás logró olvidarse del cuerpo, pero a costa de parecer más torpe y no lograr, salvo en ocasiones excepcionales, muletazos limpios y despaciosos. Morante lo ha logrado y, además, con una variedad artística jamás vista en el arte de toreo a pie. Ese nivel de exposición pesa. Los toros le vienen avisando desde principio de verano. Gracias a Dios, Morante, que siempre ha tenido mala suerte con los lotes -¿”mala suerte”? ¿o es que no aguanta casi ningún toro su intensidad y verdad?-, ha tenido la fortuna de no padecer cornadas demasiado graves. Pero, si seguía así, a ese nivel de exposición, esa cornada terminaría por llegar tarde o temprano. Y Morante, no lo olvidemos, es un esteta; carece de ciertos instintos cuasi suicidas de aquellos que poseía José Tomás. Esa es la razón de su marcha y de que, de volver, no lo hará del mismo modo que ha estado hasta ahora.
 
Por ello, Morante supone la sublimación del arte de toreo a pie en su faceta tanto artística como técnica. Ha sido el “torero total” como Miguel Ángel pudo ser, en las tres artes por antonomasia, el “artista total”. Me da pena que aún muchos no sean conscientes de ello, ni hayan sabido disfrutar de Morante por prejuicios varios, y rencores persistentes. Dicho esto, ¿después qué? a todos nos invade la apatía y la nostalgia. Es natural, no obstante. Vemos que sigue imperando en ciertos ambientes taurinos el toreo especulativo y la vulgaridad mientras que, en otros, por influencia de José Tomás y Morante, apreciamos una suerte de manierismo de mayor gusto, pero falto de garra y duende. En definitiva, de verdad.
 
Muchas de las figuras veteranas deberían ir pensando en retirarse; poco más pueden aportar, si es que han aportado algo. Hay que dar paso a jóvenes matadores y novilleros que sí tienen muchas cosas que decir o, incluso, las están diciendo.
 
No sé si Morante volverá o no a vestirse luces algún día. Tengo la sensación de que artísticamente aún tiene algo que decir. Su enfermedad mental, y el cansancio, por supuesto, pesan. Que haga lo qué quiera, y cuándo quiera. Bien se lo merece. Su faceta como gran oráculo y custodio de la torería, y lo torero, también será interesante. Dicho esto, tengo claro por lo que se ha marchado: no puedes exponerte tanto, y tantas veces. La tragedia ha estado bailando a su son y él, con cabeza, ha decidido abandonar la sala. / El Censor de Castilla
 
Luque, Capea y Cuvillo recibieron los premios de Carrusel Taurino
 
La Fundación Cajasol acogió el pasado lunes la entrega de premios del veterano programa Carrusel Taurino de Canal Sur Radio. Se trataba, según nota del periodista del Diario de Sevilla, Álvaro Rodríguez Del Moral, un año más, de reconocer los méritos y la trascendencia de los principales protagonistas de la temporada 2024: el diestro Daniel Luque, como torero más destacado de la campaña, y la ganadería de Núñez del Cuvillo, como vacada más sobresaliente del año. A esos premios había que añadir el honorífico, reconocimiento a toda su trayectoria, que recibió el veterano diestro salmantino Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea”, uno de los matadores más emblemáticos de las décadas de los 70 y 80 de la pasada centuria.
 
El extenso acto fue conducido por el periodista Juan Ramón Romero, responsable de las emisiones taurinas de Canal Sur Radio y reunió a numerosas personalidades de la vida social y taurina de la región. Los presentes fueron saludados por el presidente de la Fundación Cajasol, Antonio Pulido, en una sesión que contaría con la intervención de Juande Mellado, director de Canal Sur, y cerraría el secretario general de Interior de la Junta de Andalucía, David Gil.
 
El galardón correspondiente a la ganadería de Núñez del Cuvillo fue recogido por Jaime Mora-Figueroa Núñez, nieto de Joaquín Núñez del Cuvillo, creador de la vacada gaditana que se hizo presente a través de un vídeo. Capea y Luque, por su parte, recogieron sus respectivos galardones personalmente, poniendo la nota de emoción entre los presentes.
 
Los rotundos trofeos que entrega Carrusel Taurino -una abstracción de un toro de lidia- pesan siete kilos y están elaborados en piedra, mármol y metal. Se elaboran cada año en la factoría de Piedramol, de Archidona. Su autor es Francisco Casado Ramos, y se han venido convirtiendo en el curso de los últimos años, en uno de los más importantes, junto con la Oreja de Oro de Radio Nacional de España.

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