Análisis técnico
y artístico
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| Morante a varios días de su retirada, sigue generando misterios y análisis. Foto: Plaza 1 |
'…Morante,
aún habiendo tocado los mismos terrenos que José Tomás, es claramente superior
a este ¿por qué? porque es un torero más largo y poderoso; porque ha tenido un
compromiso con la Fiesta que el de Galapagar nunca ha tenido; porque aparte de
torero, es aficionado, y practica una suerte de arqueología experimental con
los animales, etc..'
Si esperan una retahíla de llantos y literatura
barata, olvídense. A Morante le han faltado poetas, por supuesto, pero creo que
ninguno en nuestra mediocre generación estaría a la altura de ser el poeta que
le cantara. Por eso, prefiero ahorrarme cierta cursilería que a algunos -con no
poca razón-, les genera un profundo rechazo. No sé si Morante volverá a
vestirse de luces o no; él mismo ha dicho que se ha “quitado” la coleta, no que
se la haya “cortado”. Quizás vuelva en un tiempo, como tantos otros han hecho,
para torear menos de una decena de tardes al año. Lo que él quiera, y cuando
quiera. No obstante, la razón de mi artículo de hoy es otra.
Con José Tomás, desde hace unos años, y ahora
Morante, fuera de la primera línea taurina, podría decirse que se termina el
período de mayor sofisticación artística y técnica de la historia del arte del
toreo a pie. Ellos han sublimado y, por ende, acotado, el camino técnico
intuido por Joselito, descubierto por Chicuelo, e impuesto por Manolete, de
torear en redondo, girando sobre los talones, ligando naturales y derechazos,
con el cuerpo asentado, el toro ajustado mientras se carga la suerte, y
rematando la misma detrás de la cadera pero, de tal forma, que te sea posible
ligar con el siguiente pase. Perdonen por la sucesión de conceptos, pero así es
el argot taurino. Aquello que empezó Joselito, lo ha sublimado Morante.
Entre muchos aficionados -y no solo los que
frecuentan aquel tendido venteño-, se repiten una serie de teorías de barra de
bar, y casino con aroma -más bien, hedor- a Farias, que no se corresponden con
la realidad del toreo. “¡Crúzate!”, “¡Pico!”, “¡Colócate!”, “¡Carga la suerte,
perfilero!”. Una serie de interpretaciones teóricas según como entendían ellos
que era el toreo defensivo de Juan Belmonte. Este, quien descubrió el campo de
visión difusa del animal si se cruzaba al pitón contrario, utilizó este recurso
para sobrevivir en la fiesta, a partir de un toreo defensivo, por su escasa
técnica. Como un “choque de trenes”, conseguía desplazar la trayectoria natural
del toro, lo que le permitía, a veces, templar su embestida y, sobre todo,
quedarse algo quieto. Eso, sumado a su estética trágica y patética, fascinaba a
los públicos. Un toreo en ochos, siempre cruzado que, de forma defensiva,
conseguía evitar la desgracia mientras se generaba un ambiente de riesgo y
cercanías. Por supuesto, el nacido en la calle Feria jamás quiso hacer de su
toreo ninguna ortodoxia, pero sus más adictos sí lo hicieron. Torear bien,
según teóricos como Bollaín, o el que le escribiera a Domingo Ortega su
tauromaquia, consistía en estar siempre cruzado, echar la pierna hacia delante,
citar enfrontilado y, de nuevo volver a colocarse para dar el de pecho, u otro
pase regular. La ligazón era vista como síntoma de “mala colocación” y una
supuesta ventaja.
Aunque Juan Belmonte fue una personalidad
arrolladora, podemos decir que de él ha quedado su estética, pero no su
técnica. Lo cual, es del todo comprensible, aunque a veces no se sepa
distinguir entre estética y técnica. Mientras, era Joselito quien intentaba dar
series ligadas con la mano izquierda aunque, como estaba aún fuera de cacho, el
toro le veía y le impedía asentarse. Chicuelo, quien sentía predilección por
los dos grandes semidioses de la Edad de Oro, se fijó en los defectos de los
dos: Belmonte se cruzaba demasiado, lo que le impedía quedarse en el sitio y
ligarle un segundo muletazo; no hacía series. Joselito, intentaba ligar y dar
una serie pero, al estar fuera de cacho, se veía obligado a quitarse para que
el toro no le cogiera. Fue entonces cuando el sevillano descubrió el hilo del
pitón, donde puedes pasarte al toro cerca, quedarte quieto y ligarle en redondo
varios muletazos sin moverte de un palmo de terreno. Ya no expulsabas al toro
de su trayectoria natural, sino que te acoplas a ella. Te pasas al toro por la
barriga, y tienes que tragar en momentos donde el toro va a ti, o va a la
muleta. El toreo de reunión; donde vienen las cornadas. Donde está el verdadero
valor.
Chicuelo era un hombre abúlico y algo depresivo
que, además, tenía mala suerte en los sorteos, lo que impidió que impusiera su
concepto. Fue Manolete quien lo haría en la década de los 40, con ese estilo
estoico y místico tan personal. Es famosa la anécdota de Pepe Alameda quien,
una vez en México, le dijo a Manolete que le recordaba a Chicuelo. El Monstruo,
con los ojos muy abiertos y una sonrisa dibujada en su cara, le contestó que el
del barrio de San Bernardo siempre había sido su torero favorito. A Manolete le
llamaban “perfilero” por no echar la pata hacia delante y torear de perfil,
acoplándose a la trayectoria natural del toro.
La crítica había hecho de la técnica de Belmonte
-repito, sin complicidad alguna de El Pasmo de Triana- la nueva “ortodoxia”; el
nuevo “toreo clásico y puro”. Todo ello, a pesar de que lo que hacía Manolete
era calcado al ideal descrito en las tauromaquias más antiguas. Manolete pisaba
unos terrenos, mientras ligaba en un palmo del suelo, totalmente inauditos.
Además, imponía su concepto a todos los toros. Es cierto que no tendía la
suerte, pero esto era lo más apropiado para el toro de posguerra, muy corto en
recorrido. Toda España estaba fascinada con él; la crítica, en gran medida, no
solo no le entendió, sino que hizo lo posible por desacreditarle utilizando,
incluso, a grandes toreros, pero de técnica radicalmente distinta, como era
Domingo Ortega.
Tras la muerte de Manolete en 1947 todos -aunque
con estilos distintos-, querían torear como él. Luis Miguel Dominguín y Paco
Camino descubrieron que, para un toro cada vez más boyante, era mejor tender la
suerte “dándole de comer”, en lugar de aguantar a que se viniera, lo que
produciría un muletazo más largo y poderoso. Manuel Benítez “El Cordobés”,
aunque con formas muy toscas y chabacanas, toreaba en redondo y se los pasaba
muy cerca. El último Ordóñez, ya muy diezmado por los toros, recuperó aquel
toreo belmontino de expulsión con gran elegancia y estética, pero poca
exposición. Claro, la ortodoxia y los aficionados más críticos, que pensaban
que Manolete había destrozado el arte de torear, estaban entusiasmados.
En los 80 y 90 vinieron grandes toreros pero,
quitando el encimismo de Ojeda, la tendencia fue, sí, a torear en redondo y
ligar pero, a poder ser, pasándose al toro lejos y dibujando una línea recta;
lo que se ha llamado “técnica especulativa”. O pasando al toro lejos, hasta el
remate de la suerte en línea curva, como harán algunos de arte. Quizás Chenel,
ya mayor, o toreros madrileños como El Yiyo o Joselito Arroyo, fueron
excepciones. Aunque, es curioso que de ellos se cantaba mucho el primer
muletazo enfrontilado, dando el pecho y con la pata para delante, pero nada su
toreo en redondo. Antoñete dijo en alguna ocasión que el torero que más le
impactó fue Manolete y, quitando el primer muletazo de la serie, él fue un
torero manoletista.
Entonces llegó la revolución de José Tomás. Un
chaval de Galapagar, algo bruto y un tanto imprudente, que pisaba terrenos que
no se pisaban desde tiempos de Manolete, su gran obsesión. Con ese halo de
misticismo y estoicismo, ligaba muchísimos muletazos en un palmo de terreno y
pasándose a los toros cerquísima. Eso sí, con total naturalidad. La gente
estaba entusiasmada con aquella locura. Quizás había muchos enganchones y algo
de torpeza; a veces era tan bruto que intentaba imponer su concepto a toros que
no le permitían lucirse, lo que le llevó a solo torear ganaderías muy
seleccionadas. Pero todo esto daba igual, pues no habían visto jamás a un
torero pasarse un toro tan cerca y, además, sin arrimones, ni encimismos;
toreando.
Ahora, ¿la gente se enteró? bueno, se quedaban con
el impacto de un inicio de faena con estatuarios de vértigo, pero no tanto con
su forma de hacer el torero fundamental. Era morbo, más que otra cosa. Respecto
a la crítica y la “ortodoxia”, hubo disparidad de opiniones. Muchos le
criticaban que era un torero corto -lo cual es cierto-, y que no se abría a
otros encastes y ganaderías. Otros, por el contrario, exageraban la “pureza” de
como daba enfrontilado, sacando el medio pecho, el primer muletazo de la serie,
pero no se enteraban del toreo en redondo y ligado que ejecutaba después. No es
casualidad que para estos “ortodoxos” la mejor faena de José Tomás fuera una a
un toro de embestida muy corta al que le dio varios naturales totalmente
cruzado, de uno en uno, volviéndose a colocar, etc. No, no fue la mejor faena
de Tomás; simplemente que el toro necesitaba eso. Lo meritorio del de Galapagar
fue su capacidad de ligar muchos muletazos, ajustados y sin moverse del sitio.
Su defecto, los enganchones, y una manera de llevar su carrera bastante
inestable, y de poco compromiso. Es obvio que torear con tanta exposición todas
las tardes debe ser difícil de llevar psicológicamente y, al final, las
cornadas duelen. A él un toro casi lo mata en Aguascalientes. Con todo, había
recuperado el toreo manoletista.
Desde sus comienzos como novillero Morante de la
Puebla fue un torero de pinturería y pellizco. De “diabluras”, al estilo
sevillano. Con el apoderamiento de Rafael de Paula, ganó en arrebato y hondura,
lo que le dio un estilo muy belmontino, aunque siempre intentó torear en
redondo, como hacían todos los toreros. Desde luego, por esa búsqueda de
pureza, se pasó más cerca a los toros que cualquiera en el escalafón, a excepción
de José Tomás, pese a que su toreo siempre creó expectación por lo artístico,
que se sumaba a una personalidad algo abúlica, bohemia y fascinante. Exagerada
esta última faceta, desde luego, pues, incluso en su etapa más claramente de
“torero de arte”, ha sido el que más continuidad ha tenido, y más cerca se ha
pasado a los toros. Empero, siempre se le destacaba únicamente como “torero de
arte”, exagerando tópicos que muchos repiten hasta el día de hoy.
Pero fue a partir de la pandemia de la COVID- 19
cuando, coincidiendo con una profundización en un barroquismo más alegre en su
toreo, a la par de una obsesión tremenda por la figura de Joselito El Gallo,
que empezó a dar un paso hacia adelante. Le valían más toros que nunca,
llegando a un punto de que solo abreviaba con el que verdaderamente no tenía un
pase, más allá de que le permitieran mayor o menor lucimiento. Se comprometió a
torear en todos lados y, sobre todo, a torear en unos terrenos que solo José
Tomás había tocado. Con el mérito, claro está, de hacerlo con temple, toreando
con todo el cuerpo, tendiendo la suerte -”dar de comer al toro”, cosa que a
veces Tomás no hacía- para alargar el muletazo, y con algo más de profundidad
que el de Galapagar. Y en todos lados. Un toreo en redondo sublimado del que
solo se han dado cuenta pocos aficionados ¿prueben a preguntar a la gente que
acude a las plazas, por Morante? ¿qué les dirán? repetirán tópicos típicos
respecto a los toreros artistas, y poco más. Casi ninguno pondrá de relieve ni
su valor, ni su prodigiosa técnica.
Y es que, dejando de lado los estilos muy
distintos -aunque Morante se ha ido amanoletando en los últimos años-, la
técnica de José Tomás y el cigarrero, en lo que se refiere al toreo
fundamental, es muy parecida. Por no decir, casi idéntica. Cosa, quizás, de la
que pocos se han percatado porque se fijan en el estilo que, este sí, es
radicalmente distinto. José Tomás es la sobriedad y el estoicismo; Morante,
dentro de que es enciclopédico, es el adorno, la variedad y el barroquismo. No
obstante Morante, aún habiendo tocado los mismos terrenos que José Tomás, es
claramente superior a este ¿por qué? porque es un torero más largo y poderoso;
porque ha tenido un compromiso con la Fiesta que el de Galapagar nunca ha
tenido; porque aparte de torero, es aficionado, y practica una suerte de
arqueología experimental con los animales, etc. Pero, sobre todo, porque ha
conseguido ponerse donde se ponía José Tomás y, a su vez, templar la embestida
de los toros y lograr muletazos más largos y profundos.
Aquella idea belmontina -y recalco lo de “idea”,
porque Belmonte nunca logró en verdad torear así- de que hay que torear “como
si no se tuviera cuerpo”, la ha sublimado Morante. Sí, José Tomás logró
olvidarse del cuerpo, pero a costa de parecer más torpe y no lograr, salvo en
ocasiones excepcionales, muletazos limpios y despaciosos. Morante lo ha logrado
y, además, con una variedad artística jamás vista en el arte de toreo a pie.
Ese nivel de exposición pesa. Los toros le vienen avisando desde principio de verano.
Gracias a Dios, Morante, que siempre ha tenido mala suerte con los lotes
-¿”mala suerte”? ¿o es que no aguanta casi ningún toro su intensidad y
verdad?-, ha tenido la fortuna de no padecer cornadas demasiado graves. Pero,
si seguía así, a ese nivel de exposición, esa cornada terminaría por llegar
tarde o temprano. Y Morante, no lo olvidemos, es un esteta; carece de ciertos
instintos cuasi suicidas de aquellos que poseía José Tomás. Esa es la razón de
su marcha y de que, de volver, no lo hará del mismo modo que ha estado hasta
ahora.
Por ello, Morante supone la sublimación del arte
de toreo a pie en su faceta tanto artística como técnica. Ha sido el “torero
total” como Miguel Ángel pudo ser, en las tres artes por antonomasia, el
“artista total”. Me da pena que aún muchos no sean conscientes de ello, ni
hayan sabido disfrutar de Morante por prejuicios varios, y rencores
persistentes. Dicho esto, ¿después qué? a todos nos invade la apatía y la
nostalgia. Es natural, no obstante. Vemos que sigue imperando en ciertos
ambientes taurinos el toreo especulativo y la vulgaridad mientras que, en
otros, por influencia de José Tomás y Morante, apreciamos una suerte de
manierismo de mayor gusto, pero falto de garra y duende. En definitiva, de
verdad.
Muchas de las figuras veteranas deberían ir
pensando en retirarse; poco más pueden aportar, si es que han aportado algo.
Hay que dar paso a jóvenes matadores y novilleros que sí tienen muchas cosas
que decir o, incluso, las están diciendo.
No sé si Morante volverá o no a vestirse luces
algún día. Tengo la sensación de que artísticamente aún tiene algo que decir.
Su enfermedad mental, y el cansancio, por supuesto, pesan. Que haga lo qué
quiera, y cuándo quiera. Bien se lo merece. Su faceta como gran oráculo y custodio
de la torería, y lo torero, también será interesante. Dicho esto, tengo claro
por lo que se ha marchado: no puedes exponerte tanto, y tantas veces. La
tragedia ha estado bailando a su son y él, con cabeza, ha decidido abandonar la
sala. / El Censor de Castilla
Luque, Capea y Cuvillo recibieron los
premios de Carrusel Taurino
La Fundación Cajasol acogió el pasado lunes la
entrega de premios del veterano programa Carrusel Taurino de Canal Sur Radio.
Se trataba, según nota del periodista del Diario de Sevilla, Álvaro Rodríguez
Del Moral, un año más, de reconocer los méritos y la trascendencia de los
principales protagonistas de la temporada 2024: el diestro Daniel Luque, como
torero más destacado de la campaña, y la ganadería de Núñez del Cuvillo, como
vacada más sobresaliente del año. A esos premios había que añadir el
honorífico, reconocimiento a toda su trayectoria, que recibió el veterano
diestro salmantino Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea”, uno de los
matadores más emblemáticos de las décadas de los 70 y 80 de la pasada centuria.
El extenso acto fue conducido por el periodista
Juan Ramón Romero, responsable de las emisiones taurinas de Canal Sur Radio y
reunió a numerosas personalidades de la vida social y taurina de la región. Los
presentes fueron saludados por el presidente de la Fundación Cajasol, Antonio
Pulido, en una sesión que contaría con la intervención de Juande Mellado,
director de Canal Sur, y cerraría el secretario general de Interior de la Junta
de Andalucía, David Gil.
El galardón correspondiente a la ganadería de
Núñez del Cuvillo fue recogido por Jaime Mora-Figueroa Núñez, nieto de Joaquín
Núñez del Cuvillo, creador de la vacada gaditana que se hizo presente a través
de un vídeo. Capea y Luque, por su parte, recogieron sus respectivos galardones
personalmente, poniendo la nota de emoción entre los presentes.
Los rotundos trofeos que entrega Carrusel Taurino
-una abstracción de un toro de lidia- pesan siete kilos y están elaborados en
piedra, mármol y metal. Se elaboran cada año en la factoría de Piedramol, de
Archidona. Su autor es Francisco Casado Ramos, y se han venido convirtiendo en
el curso de los últimos años, en uno de los más importantes, junto con la Oreja
de Oro de Radio Nacional de España.



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