Tarde
grande de Emilio de Justo, que se consagra en Las Ventas
Era hoy o no era. Y como era hoy o no era, Emilio
de Justo habló alto y claro en tiempos de hablar escondido y entre dientes. Con
una corrida superior en trapío, de condición imprevisible en buena y de fondo
para explorar arriesgando, triunfó a golpe cantado emitiendo un mensaje de
esperanza que habría de ser ley de vida: nadie detiene a quien lo persigue. Con
un toro para apostar, otro capaz de arruinar la carrera entera por bravo y otro
de fondo emboscado, Emilio de Justo ha dado una lección de que ser figura del
toreo es un ejercicio de vida, más fe que apuesta, más convicción que fortuna,
más entrega que pactos de no agresión. En medio de una corrida en la que nada
fue previsible, con toros por hacer siempre, serios por fuera y por dentro, el
torero marcó su terreno, dejó toda la entrega en la arena y recogió el oro puro
de una Puerta Grande que viene a pagar una deuda que el toreo aun no había
cubierto a un torero que ya es ejemplo de forma de vida.
Tuvo la corrida la edad que mide y no regala, el
trapío que impone y la condición de lo desconocido. Pocos toros se permitieron
un lance de salida, en el caballo se emplearon casi todos, saliendo algunos de
naja, caros de ganar la cara en banderillas, llegando a la muleta con el
interrogante de lo que no se puede torear con la faena de libreto. Este desorden
para ser ordenado, esta tauromaquia sin guion, da más valor aún a Emilio de
Justo, pues en en esa exigencia puso dos armas de conquista: ponerse y ponerse,
entregarse y entregarse. Ahí el que no se entrega, rompe, como el sexto. El que
es bravo no vence y el que es tela de araña deshace tu trampa, como el segundo.
Toros importantes montados en interrogantes a los que De Justo dio respuesta
toreando.
Muy amplio de cuna el segundo, «condeso» amplio,
de embestida fuerte y sin ritmo, fue toro para ponerse y apostar. Sólo de esa
forma esa raza sin compás podía ser ligada en tandas y sólo podía ser en ese
sitio donde todo toro de fondo lo saca. Tuvo la
faena la emoción de aquello que crece, pero que, a la mínima, un
tropiezo de telas que descomponía al toro, una duda, se podía ir al suelo.
Alternando pitones, la faena subió para no decaer con un torero encajado y
convencido de que el toro pasaba y repetía. Muleta puesta y todo por abajo.
tras un espadazo, oreja de peso. Y a ese toro amplio le siguió otro de buen
tipo, buen perfil, fino de cabos, bravo pero sin ronear de bravura en los
primeros tercios, en los que la escondió para llegar entero y pidiendo
Pierna flexionada para sacarlo a los medios, con
el toro metiendo la cara fuerte y por abajo en una faena en la que su entrega
por el pitón izquierdo la matizó a veces soltando la cara y más profundo y
claro por el derecho. Uno de esos toros que, en Madrid, te entierran a la que
te afliges una vez. Claro el torero, tras venir la faena al azar después de la
segunda tanda con la izquierda, lo apuró
encajado con la diestra antes de un volapié de libro. Este toro manda a su casa
a unos cuantos, así que los que vayan a poner peros que hilen fino, porque, de
tan bravo y tan inesperadamente bravo, no regaló nada. Cada muletazo fue una
puesta.
Pudo haber tirado las tres cartas en el sexto,
toro montado, indolente, un caos en los primeros tercios, de feo embroque al que,
paciente y consciente, fue haciendo con una fe propia de los que creen que les
llegó el momento. Tres tandas con la mano izquierda y una con la derecha
hicieron crujir al público en una faena inmejorable de la que, si no se atasca
con descabello, cae otra oreja. Y si la espada no queda delantera, dos. Cumbre
del torero, que llega a la cima tras una carrera de una fe inquebrantable.
Puso Antonio Ferrera la prosopopeya que se
esperaba. Caballo en los medios y toro en las tablas en el primero, entrar a matar
desde la larga distancia, orden y mando en la lidia, escenificación de su
tauromaquia de forma evidente y hasta natural. Tuvo el amplio primero la raza
para cubrir una corrida entera y Ferrera se apretó los machos en una faena
emocionante, de alto voltaje, sin bajar el disparo el toro, que iba `para
premio pero la estocada hizo guardia fea. Al tercero, de clase en maso, le
dieron para el pelo en el peto y el tercio siguiente fue una capea larga con la
consecuencia de agotarse su fondo para una faena de toreo que leyó querencias,
terrenos, figura erguida, relajo en el trazo Y el quinto, el de peor condición,
no le permitió ni un andarle torero. / C.R.V. - MUNDOTORO
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