domingo, 25 de septiembre de 2011

SEGUNDA CORRIDA DE ABONO – FERIA DE LA MERCED: Una preciosa faena de José Tomás en la última de Barcelona

Y un toro de calidad de El Pilar. *** El adiós a los toros en Cataluña y en la Monumental no pudo equipararse en fuerza ni pasión al festejo por todo memorable del pasado día 24.
Ultimo paseíllo en el ruedo de la Monumental de Barcelona. Un precedente sumamente negativo para los activistas animalistas, en una decisión estrictamente política y ajena a la voluntad del pueblo.
BARQUERITO

Era la última tarde de toros en Barcelona y, sin embargo, las emociones de la despedida no tuvieron ni la carga ni el acento ni la fuerza de la función memorable del sábado. La plaza de toros, condenada como tal, estaba abarrotada, pero ni consignas, ni pancartas, ni palmas por bulerías ni bulla ni coros ni jarana. Ni casi música, que sonó en apenas dos faenas y en los intermedios. Muy discretamente. Una gran ovación al asomar las cuadrillas y al romperse el paseo. Los toreros aplaudieron a los espectadores, los tres besaron el puñadito de arena que va con la liturgia, pero se echó en falta la esperada pasión.

La fiesta mayor del sábado pareció literalmente irrepetible veinticuatro horas después. La euforia del sábado se había transformado de pronto en resignación y el ambiente de la corrida fue esta vez apagándose progresivamente. José Tomás no llegó a ponerse ni acoplarse con el quinto de la tarde, que fue incierto y deslucido, le tocaron un aviso y ni un ajustado y destemplado quite por gaoneras –de largo la primera, exageradamente encima las cuatro que completaban quite- sirvió para dejar regusto alguno del último toro que mataba en Barcelona el torero de Galapagar, pretendido emblema de gran parte de la Cataluña taurina.

Una generosa decisión del palco premió con dos orejas una faena desigual y una soberbia estocada de Serafín Marín al último toro de corrida, que será seguramente el último en la historia de la Monumental. Y sacaron por derecho a hombros a Serafín y a José Tomás, que había toreado con rara perfección caligráfica al notable segundo de la tarde, y con uno y otro se llevaron a Juan Mora, que no pudo redondear.

Las puertas de la plaza estaban para entonces cerradas, y sólo se permitía salir por un pasillo muy reducido abierto en la cancela principal. En el exterior aguardaba un millar largo de personas con la intención de entrar como al asalto para vivir en masa las últimas horas del toreo en Barcelona. Ya era de noche. El control fue muy severo y dio la impresión de estar supervisado y dirigido por las fuerzas del orden. Un grupo de aficionados de la Unión Taurina de Cataluña se llevó a hombros a Serafín Marín por la Gran Vía hasta el hotel. José Tomás fue metido en su furgoneta, a Juan Mora lo condujeron a hombros calle Marina arriba.

Nada que ver con el clamor de la víspera, que tuvo caótica fuerza y brotó a borbotones. Ahora las ceremonias resultaron pálidas, contenidas, parciales. La corrida no fue, como espectáculo, ni cosa cálida ni siquiera templada. Ni fría. Quiso la casualidad que los dos toros de verdad buenos se jugaran de primero y segundo; el tercero rompió la racha casi en seco; el cuarto se aplomó; el quinto renegó y punteó engaños; y la bondad del sexto –buen ritmo al descolgar por la mano derecha se encontró cansado a todo el mundo, menos a Serafín Marín, decidido como fuera a poner rúbrica propia en este festejo testamentario. Tal vez pesara esa tristeza funeraria de entierro de los toros en Barcelona. O la distancia sectaria que los incondicionales de José Tomás pretenden imponer donde sea. La bacanal del sábado se había comido el protagonismo de José Tomás en esta hora final.

Y, sin embargo, es probable que la primera de las dos faenas de José Tomás fuera, en punto a razones, estética, formalismo y ritmo, una de las mejores de su larga antología. Y de los últimos cinco ejercicios. Lo más celebrado por la gran masa fue una tanda de cinco molinetes, rareza mayor, transfigurados en muletazos de gran distinción y de suerte cargada, como tantos de los que, expurgados de fotos y textos sagrados, prodiga Morante. Los cambios de mano, resueltos con inteligencia y firmeza; el toreo enroscado, despacioso, ligado y pulido por las dos manos en tandas generosas de hasta seis y siete; la postura en los medios casi posada; dos faroles de adscripción vitista; muchos paseos y pausas también; la voz aguda y tenue en cites y golpes, que se oía bien porque la banda de música había sido proscrita por deseo del maestro. Una gran estocada.

Y, antes, ya de salida, una gavilla de casi docena de verónicas de mano baja, embraguetadas y acompasadas, algo torcida la cabeza al encajarse en el sentido de la salida, y media muy bonita. Los mulilleros entretuvieron el enganche y el arrastre del toro con la manifiesta intención de provocar que el palco premiara la faena con el rabo. Se enrocó el presidente, pero entre un banderillero y un alguacilillo llegaron a cortar el rabo. El delegado salió del callejón con gestos elocuentes para que se devolviera el rabo a su dueño, que era el carnicero que desguaza los toros de Barcelona. Habrá caprichosos que paguen por el rabo cortado que no se cortó. Esta es ciudad de negocios.

Mora toreó con firmeza vertical, compasito y ritmo al buen primero, pero se pasó de faena y abusó de esos muletazos cambiados y al desdén que algunos llaman “carteles de toros”. Un cartel de toros llevaba Serafín Marín pintado en el capote. De la mano de la María Franco, la misma artista a quien los Matilla habían encargado el cartel del abono de la Mercé. La cartelería de estas dos últimas corrida de abono trajo polémica: la gente de Tomás encargó a Barceló un cartel por separado y sólo con la corrida suya, que trató de venderse como el oficial. María Franco protestó con la misma vehemencia con la que pinta. Una montera como un capitel jónico, un cuerpo de torero fragmentado como un rompecabezas, suaves colores azules, rosas y cremas en el cartel de oficio. La esclavina del capote de Serafín vino pintada de verde. En las vueltas, las cuatro rayas de sangre de la senyera catalana. Y, a mano, y en negro, la fecha del adiós. No se entendió con ese capote Serafín, que acabó lidiando el tercer toro con muletazos de pitón a rabo. Una hora después se apagó para siempre la luz.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile). Corrida terciada. De mayor cuajo los tres últimos. Primero y, sobre todo, segundo fueron de excelente son. Sin fuerza el tercero. Cuarto y quinto protestaron. Bueno el sexto.
Juan Mora, de verde botella y oro, saludos en los dos. José Tomás, de pizarra y oro, dos orejas y saludos tras un aviso. Serafín Marín, de carmesí y oro, saludos y dos orejas. Sacaron a hombros a los tres matadores.
Barcelona. 2ª de la Mercè. Lleno. Veraniego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario