Fiesta espontánea de reivindicación del toreo y protesta contra la abolición en Cataluña. Gran corrida de Cuvillo, a hombros hasta el hotel Morante, Manzanares y El Juli.
BARQUERITO
No pareció fiesta orquestada. Y menos, si se tenía la referencia en directo de precedentes sonados, como la tarde de la reaparición de José Tomás en Barcelona –en julio de 2007- o las fiestas taurinas redondas que precedieron o siguieron a las votaciones y debates parlamentarios que concluyeron hace poco más de un año con la abolición de las corridas de toros en Cataluña.
Media hora después de concluida esta otra corrida –teóricamente, la penúltima en la historia de la Monumental-, el tráfico en el centro de Barcelona, entre el Paseo de Gracia-Plaza de Cataluña y la zona de Tetuán y la calle Marina estaba bloqueado por una singular manifestación: los tres espadas a hombros de dos o tres centenares de aficionados –mayoría notoria de gente joven- que, unidos tras una pancarta gigante de la Unión de Aficionados de Cataluña, no paraba de entonar sus lemas como consignas. Los tres toreros, agotados, asombrados, rotos de emoción, no daban crédito a esa marcha que tuvo tomado durante media hora larga el carril central de la Gran Vía. Vinieron a sumarse gentes que no habían estado ni en los toros.
El paseíllo tendría para Morante, El Juli y Manzanares la nota sentimental de ser su último desfile en una plaza donde los tres han vivido tardes memorables. Después del paseo, rompió la primera ovación de trueno. Todo el mundo en pie batiendo las palmas. Salieron a saludar desmonterados los tres espadas y entre los tres hicieron salir a saludar a sus cuadrillas también. La corrida iba a ser enseguida espectáculo aparte. Una corrida de Cuvillo muy astifina –en particular los dos primeros-, de variado y espléndido remate, con motor suficiente, vida y temperamento.
A más los seis toros: los buenos –por ejemplo, el primero y el sexto-, los difíciles –el cuarto y, sobre todo, el quinto-, el débil, que fue el tercero, y el de más agresiva correa, que fue el segundo. Este segundo tuvo la fortuna de caer en manos de El Juli, que en un quite desafiante al primero de corrida había encendido la mecha propiamente taurina de la tarde. Morante anduvo con ese toro entre zalamero, perezoso y dejado. Y al hilo del pitón.
El Juli se dejó crudo el que iba a ser toro más bravo de los seis cuvillos y lo haría seguramente a conciencia porque con él vino a dar medida de uno de sus mejores dones: el de poder con los toros. Consintiendo en distancia y por las dos manos, gobernando con autoridad soberbia. Con la izquierda, dos tandas sobresalientes. El temple. Un final rutilante y de fuegos artificiales mexicanos: “el de las flores” en molinete ligado con dos cambios de mano, y el de pecho al hombro contrario. Una estocada trasera al salto.
A partir de entonces saltaron chispas. Manzanares se acopló con un tercero justo de fuelle pero dócil y le hizo muchas caramelerías. Muletazos esculturales cuando se lo propuso. Faena un poco arbitraria y no del todo hilvanada. De fuerza plástica y gran eco. Una estocada forzadísima y provocando la arrancada del toro a la penúltima. A El Juli le arrojaron durante la vuelta al ruedo con las orejas del segundo una senyera catalana y la lució y blandió sin rubor.
El cuarto toro, de quilla flotante, se escupió del caballo, Morante le hizo un quite por chicuelinas insólito por lo vertiginoso y arrebatado y, luego, vino un renuncio del torero de la Puebla. Muy de él: ningún disimulo, sino que cortó de repente. Los muletazos de aliño fueron soberbios, pero eso no interesó a casi nadie. Con la espada se afligió Morante, con el descabello se atascó y, por tener, esta corrida tuvo en el entreacto hasta una bronca de época.
El quinto, cortó y astifino, veletito, fue picante. Encogido, listo, escarbador, se engallaba y reponía, se frenaba, no se dejaba engañar dos veces seguidas. Le pudo El Juli en una nueva faena de poderío y riesgo porque las frenadas del toro venían subrayadas por cabezazos. Se encajó de riñones El Juli, se ayudó con la espada, dio con la tecla, ligó lo imposible y, cuando terminó, se vino a las tablas con gesto triunfal. Trabajo espléndido. Una estocada sin puntilla. Un clamor. Al rodar el toro, la gente, provocada por estas escenas tan de toreo clásico, se arrancó de nuevo con el coro de “¡Libertad, libertad…!”.
El sexto fue para Manzanares, exquisito y templado, materia sutil para hacer encaje, y hacerlo a cámara lenta. Más despacio imposible. Bramó la gente. Otra estocada del recetario de la casa. La euforía se había desbordado. A Morante, que salió a hacer un airoso quite del perdón, no pararon de freírlo con frases faltonas. Hasta que, rodado el sexto y arrastrado sin orejas, Morante salió de troneras e hizo señal de que regalaba un sobrero. Fue, naturalmente, y en punto a toros, el acontecimiento de la corrida.
Y no tanto por el detalle de Morante, sino porque lo toreó maravillosamente bien, en improvisación constante, en dejación y desmayo de cuerpo y alma y brazos porque -¡ oh, casualidad dichosa!- el toro se prestó no de carretón sino con embestidas en serio. A placer Morante: el repertorio de Pepín Martín Vázquez entero, parte del de Ordóñez y Bienvenida y, naturalmente, las cosas del propio Morante, que son un baúl sin fondo. El hilo invisible de la espuma. A ese toro, por sugerencia de Morante, lo banderillearon los tres espadas y el par bueno fue justo el de Morante. De gran torería. Entonces se descalzó Morante. Y descalzo puso su firma a una tarde que llevaba ya de puño y letra el sello de Julián y Manzanares. Y de música de fondo cuatro o cinco toros de Cuvillo de los que no siempre se ven de una sola tacada.
Postdata para los íntimos.- Muy emocionante.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Núñez del Cuvillo, muy bien rematados, encastados, de condición varia, y un sobrero de Juan Pedro Domecq, jugado en séptimo lugar, de excelente son. Segundo y quinto de Cuvillo, por agresivos, fueron toros de particular vida; dulce un sexto muy pastueño. Manejables los otros tres.
Morante de la Puebla , de negro y azabache, silencio, bronca y dos orejas del sobrero. El Juli, de negro y oro, dos orejas y una oreja. José María Manzanares, de tabaco y oro, dos orejas en cada toro. A hombros los tres por la puerta grande y, luego, por la Gran Vía de les Corts Catalanes hasta el hotel en la calle del Bruch arropados por dos o tres centenares de aficionados.
Sábado, 24 de septiembre de 2011. Barcelona. 1ª de la Mercé. Tres cuartos de plaza. Estival.
No hay comentarios:
Publicar un comentario