El
negocio se despereza apoyado en las ganas aplazadas de toros. Mientras tanto,
en Sevilla se reparó una injusticia histórica con Joselito pero se ha cometido
otra en Espartinas
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
El toreo bulle a pesar de todo y de todos. También
a pesar de sí mismo, incapaz de aprender de sus errores y de esa puerta del
infierno que había enseñado la pandemia. Pero se ha encendido una luz al final
del túnel. Los carteles y las ferias empiezan a brillar en los avances de los
medios especializados mientras se suceden triunfos y llenazos sobre ese 50%
que, por ahora, sigue siendo la frontera de los aforos en la mayor parte de las
plazas andaluzas. Hay algunas connotaciones nuevas en esta reactivación del
negocio taurino, como la profusión de manos a mano de todo pelaje que sirven
para delatar un nuevo reparto del dinero: mantenemos a duras penas el caché
estoqueando un toro más... No hay otro argumento.
A partir de ahí hay carteles para todos los gustos
y observancias de los que ya hablamos en el momento oportuno. Pero ojo: las
cosas siguen lejos de una auténtica normalidad. Ahí está el caso de la feria
del Corpus de Granada, aplazada hasta fechas inhóspitas en el último minuto y
en medio de un clima enrarecido. Los Matilla –que se habían quedado sin la
misma televisión que ya se había negado a otro- sabían de sobra que los
festejos no podrían celebrarse tal y como se habían publicitado y vendido con
las actuales condiciones sanitarias de la provincia de Granada. ¿Por qué se
esperó tanto y tan mal para dar la noticia? Aunque para malas noticias, las que
saborean los aficionados de Algeciras, que se han quedado sin empresa y sin
toros después de la espantada de quién nunca debió tomar el timón del Coso de
las Palomas.
De Espartinas, el primer Espartaco y
mezquindades varias
Fue El Pipo, tan dado a dictar frases y apodos
para la historia, el que colocó el apodo de Espartaco a Antonio Ruiz, aquel
entregado matador del Aljarafe sevillano que sumaba así el eco de la famosa
película protagonizada por Kirk Douglas con el toponímico de su localidad
natal: Espartinas. Y Espartaco se quedó aunque la vida y el toreo no le
permitieron recorrer esos senderos de gloria que sí conquistaría –bajo el mismo
apodo- su hijo Juan Antonio, figurón indiscutible a caballo de las décadas de
los 80 y los 90, bajo la exigente batuta de su progenitor.
El viejo Espartaco había velado sus primeras armas
taurinas en Gómez Cardeña, la finca utrerana de Juan Belmonte que ya le había
apodado ‘El Remendao’. Pero fue el mote de Espartaco el que colocaría –gracias
al hijo- el pueblo de Espartinas en la geografía social y taurina de una España
que aún no se avergonzaba de nada. No hace falta destacar la labor del padre
como forjador y mentalizador de futuros toreros, como hijo dignísimo del trozo
de tierra que le vio nacer...
Una panda de mezquinos repartidos entre dos siglas
-con un sectario a la cabeza de la manifestación que ya está más que ‘calado’-
le han negado la Medalla de Oro del municipio, de su patria chica, argumentando
no sé qué defectos de forma mientras se la medían con una regla. Pues con esos
bueyes hay que echar el arado en la vieja piel de toro. Ya lo dijo Romanones:
joder, qué tropa...
Y Sevilla saldó su deuda...
El monumento que recuerda la memoria de Joselito
ya es una realidad. Se levanta delante de la basílica de la Esperanza, la
devoción de su vida. Ha habido que sortear muchas dificultades para que la
escultura de Martín Nieto se eleve al cielo de Sevilla, esa ciudad que le debía
una al Rey de los toreros... Pero hay que hablar de empeños concretos y señalar
nítidamente el esfuerzo personal de José Antonio Fernández Cabrero, hermano
mayor de la corporación de la Madrugada, como definitivo catalizador de una
cuestación más o menos popular que no ha rebañado un solo euro de las arcas de
la hermandad. A partir de ahí hay que echar de menos una presencia más decidida
de los hombres del toro en esta iniciativa que, de alguna forma, no dejaba de ser
un necesario acto de reconciliación con una de las figuras más relevante de la
historia de Sevilla en el siglo XX. Gloria a José...
Pero como soñar no cuesta nada, desde esta atalaya
del toreo nos atrevemos a ir más allá. La escultura de José se encuentra muy
cerca del busto de su amigo Juan Manuel Rodríguez Ojeda, aquel bordador que
soñó un palio rojo –convertido en piedra angular de la Semana Santa moderna- y
vistió de gasas negras a la Esperanza a la muerte de José. Pero a esos dos
monumentos les queda un tercer vértice para cerrar el apasionante triángulo
creativo, devocional y humano que alumbró el fervor y la irresistible atracción
macarena en los primeros lustros del siglo XX conformando, más allá del Arco,
la impronta de lo que hoy entendemos por cofradía popular. Ese vértice era Juan
Francisco Muñoz y Pabón, único paladín del Joselito muerto al que quisieron
negar el pan y la sal las fuerzas vivas de la Sevilla de la época. Ahí se
cerraría ese círculo, rubricado con la pluma de oro que anuda el cíngulo de la
Esperanza. Y se pagaría la deuda completa.
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