El
monumento que se levanta delante de la Macarena está basado en una fotografía
del torero, tomada el día que despachó seis toros de Guadalest en Valencia en
1913
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
Joselito ya es memoria y bronce en el monumento
elevado en la plaza de la Esperanza Macarena a instancias de su hermandad. Pero
conviene recordar que esa escultura que se inauguró el pasado sábado con la
presencia de las fuerzas vivas de la ciudad, el escultor Manuel Martín Nieto y
el hermano mayor de la corporación de la Madrugada –definitivo valedor del
empeño- es el reflejo de un día concreto de la vida profesional del coloso de
Gelves, más allá de las licencias creativas que han llevado al artista a
basarse en otra conocida imagen, mucho más seria, para retratar el rostro del
torero.
Sea como sea, la impronta del conjunto no puede
negar su inspiración en la famosa fotografía del reportero gráfico valenciano
Martín Vidal Romero que retrata una fecha, una plaza y una circunstancia
precisa: la encerrona en solitario que protagonizó el coloso de Gelves el 26 de
octubre de 1913 en la plaza de Valencia para cerrar su primera temporada
completa como matador de toros. Joselito estoqueó aquel día seis toros de
Guadalest pero aquella no era la primera vez que el diestro sevillano afrontaba
un reto de esas características habiéndose anunciado para ello... o de forma
improvisada. El investigador y profesor Marcos García Ortiz se ocupó en su
momento de recopilar todas y cada una de esas encerronas en un interesante
trabajo publicado por el recordado maestro y compañero Antonio Petit Caro –un
soleano de Sevilla trasplantado a Bilbao y Madrid- en su valiosa web
Taurología.
La primera encerrona de Joselito no fue
premeditada. El que aún era un jovencísimo novillero actuaba desde sus inicios formando
pareja con José Gárate ‘Limeño’. Y con él estaba anunciado el 14 de agosto de
1911 en la plaza de Cádiz para despachar un encierro de Salas que Gallito Chico
–así se anunciaba aún en esos años- terminó trajinando en solitario por el
percance que había sufrido Limeño unos días antes en Écija. Pero es que el
joven Joselito tampoco estuvo anunciado para la ocasión en su segunda encerrona
en solitario. La pareja novilleril del momento estaba anunciada los días 11, 12
y 14 de 1912 en la plaza de la Maestranza pero en el segundo festejo previsto,
una nueva cogida de Limeño acabó dejando para su compañero los seis novillos de
los hierros de Benjumea, Miura, Murube, Parladé, Tovar y Santacoloma que se
habían reseñado para lidiarse en la víspera de la Virgen de los Reyes. El
festejo estaba organizado a beneficio de la hermandad de la Macarena, que
destinó los fondos obtenidos a sufragar parte de la corona de oro diseñada por
Juan Manuel Rodríguez Ojeda que, realizada por la joyería Reyes, se impuso a la
Virgen el Viernes de Dolores del siguiente año en la llamada ‘Coronación
Popular’.
Joselito se hace matador
Ésa fue la despedida de novillero de Joselito en
la plaza de la Maestranza. Sólo faltaban un mes y medio para su doctorado que
se celebró el 28 de septiembre en Sevilla después de haberse aplazado hasta dos
veces en Madrid. En cualquier caso, la primera temporada completa como matador
de toros fue la de 1913. Comenzaba el breve pero intenso reinado de José, que
quiso acabar por todo lo alto aquel año encerrándose con los nombrados seis
toros de Guadalest en la plaza de Valencia. Pero las casualidades volvieron a
determinar que ésa no fuera la primera encerrona de Gallito como matador ya que
el 13 de octubre anterior había tenido que encargarse de despachar los seis
‘veraguas’ con los que estaba anunciado mano a mano con Gaona en Zaragoza. El
diestro azteca fue cogido de salida por el primero dejando todo el envío para
su compañero que, por fin, el día 26 de octubre pudo cumplir con ese gesto
–ahora sí oficial- de despachar los toros de Guadalest en Valencia rodeado de
una gran expectación. Gallito cumplió con creces y hasta pidió el sobrero en un
gesto premeditado que llegó a ser anunciado en la prensa. Hubo alguna
reticencia por la presentación del ganado pero la apoteosis final acabó
imponiéndose a cualquier circunstancia. Joselito ya acariciaba la corona.
1914 marcaría un antes y un después en la historia
del toreo. Es la primera temporada de la breve e intensa Edad de Oro marcada
por la competencia entre Joselito y Juan Belmonte que había tomado la
alternativa a finales de la temporada anterior, precisamente el mismo día que
Machaquito decidió quitarse de los toros. La marcha del valeroso diestro
cordobés remarcaba el valor simbólico del paso de una época a otra. Pero
Gallito, que también había enseñado la puerta de salida a Bombita, quería tomar
el cetro del toreo. En esa tesitura, recuerda García Ortiz, se llegaron a
anunciar hasta cinco encerronas en solitario en las plazas de Madrid, Valencia,
Sevilla, Bilbao y San Sebastián que, de alguna forma, recordaban las que se
programaron 21 años antes con motivo del decepcionante adiós del gran
Lagartijo. Finalmente no hubo tales. El empeño quedaría reducido a dos festejos
en Madrid y Valencia.
Siete toros de Martínez
La corrida de Madrid merece mención especial.
Joselito estoqueó los famosos siete toros de Martínez el 3 de julio de 1914 en
la plaza vieja del camino de Aragón –justo donde después se erigiría el Palacio
de los Deportes- consagrándose como rey absoluto del toreo de su tiempo. José
dio un completo recital con capote, banderillas, muleta y espada e incluso
esbozó con cierta nitidez el hilo del toreo en redondo que marcaría el lenguaje
taurino del futuro tal y como apreciaría el atinado analista taurino Pepe
Alameda algunos años después. Tampoco faltó la propina del sobrero, ese séptimo
toro de Martínez, que Joselito accedió a estoquear después de haber tomado el
capote de paseo a la muerte del sexto. La aclamación popular le animó a echar
también el reserva. Fueron siete toros despachados en siete cuartos de hora.
Ahora sí era el rey de los matadores.
José Gómez Ortega había firmado su propia
antología en la yema de la que, seguramente, sería la mejor temporada de su
vida. Una vez más se propuso cerrarla en Valencia, el 18 de octubre, donde fue
recibido en olor de multitudes. Pero el festejo acabaría decepcionando por la
presentación del ganado –una corrida de Contreras- y cierta desigualdad en el
joven matador que recuperó sus mejores fueros ante el quinto, volviendo a
enseñar ese toreo ligado en redondo que preconizaba nuevos tiempos al toreo. En
la misma fecha hay que anotar una conocida anécdota en la que, cuando daba una
vuelta al ruedo, unos espectadores le demandaron la misma gesta pero con
‘miuras’ en una próxima ocasión. Verdad o no, aquello acabaría cumpliéndose...
Joselito ya navegaba en la cumbre de su fama en la
temporada de 1915, un año en el que llegó a afrontar el reto de encerrarse en
solitario hasta en seis ocasiones. La primera de ellas, una vez más, fue de
forma un tanto improvisada. La indisposición de su hermano Rafael, con el que
estaba anunciado mano a mano el 3 de junio en la plaza de Málaga, le llevaría a
afrontar en solitario el reto de echar abajo los seis de Medina y Garvey que
había encerrados en los corrales de la Malagueta aunque su actuación esta vez
no pasó de discreta. Un mes después, el 4 de julio, repitió el gesto en la
plaza de Andújar donde tuvo un espectador de excepción, el gran Guerrita. Le
brindó el quinto toro antes de matarlo por el hoyo de las agujas jugándose el
tipo. Todo por el viejo Califa.
El 11 de agosto viajó hasta Lisboa, donde toreó
–sin estoquear- cuatro reses de Pinto Barreiros. El mes se presentaba movidito
para el coloso de Gelves que, por un nuevo percance de Gaona, tuvo que pechar
con cinco de Gregorio Campos en la plaza de San Sebastián en la víspera del día
de la Virgen. En esa misma plaza, el día 22, se anunció con media docena de
‘santacolomas’ que no despertaron demasiado entusiasmo por su presentación. A
los dos días le esperaban otros seis de Murube en Almagro donde sí le acompañó
el éxito. El 26 se había anunciado en Alcalá de Henares aunque en esta ocasión
sólo eran cuatro reses, marcadas con el hierro del Duque de Tovar. Joselito
estoqueó tres y cedió una de ellas a su primo Enrique Ortega ‘Cuco’, que había
salido como sobresaliente de espada.
La oreja de Cantinero
Joselito navegaba por los últimos meandros de la
temporada sabiéndose el mejor. Llegó a rumorearse que el diestro de Gelves
preparaba un gesto mayor, sin precedentes en el toreo, para cerrar la
temporada. Se trataba de lidiar, una tras otra, hasta doce reses en la misma
tacada. Pero la cosa no pasó de rumores. La realidad es que a Gallito aún le
quedaba una encerrona trascendental en la plaza de la Maestranza de Sevilla,
que estaba destinada a entrar en la historia.
El 30 de septiembre de 1915 se celebraba el tercer
festejo de la feria de San Miguel. Joselito, que se anunció aquel año en seis
de las once corridas que se programaron en el coso del Baratillo, ya había
alternado en los dos espectáculos anteriores -los días 28 y 29- con su hermano
Rafael y Juan Belmonte estoqueando sendos encierros de Miura y Murube con los
que brilló a un nivel extraordinario. Pero aquel día había asumido el reto de
despachar en solitario una corrida del conde de Santa Coloma. El compromiso del
menor de los Gallo se saldó con un nuevo triunfo pero, sobre todo, supuso la
ruptura de un uso inmemorial: la prohibición de cortar orejas en la plaza de la
Real Maestranza de Caballería de Sevilla, que removió los cimientos del purismo
y, de paso, las iras de los partidarios del propio Juan Belmonte.
Esa oreja pionera era del toro ‘Cantinero’, quinto
de la tarde, marcado con el mencionado hierro del conde de Santacoloma; de pelo
negro pero también listón, lucero y girón, magras carnes y no demasiada leña en
la cabeza. La oreja fue concedida por el recordado concejal Antonio Filpo Rojas
que se ganó las iras de la crítica, la afición más encopetada y los sectores
más rancios de la ciudad sin saber que la nueva costumbre había llegado para
quedarse.
Aún quedaba, como en los dos años anteriores,
clausurar aquella temporada de 1915 en la plaza de Valencia. Pero el gesto
cobró una nueva dimensión al escoger esos toros de Miura que le habían
demandado el año anterior desde el tenido. José, si es cierta la anécdota
referida anteriormente, cumplió su palabra y cuajó una gran tarde para cerrar
aquella temporada, una de las mejores de su vida. (Continuará)
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