miércoles, 16 de junio de 2021

Gallito: 25 Encerronas en solitario (I)

El monumento que se levanta delante de la Macarena está basado en una fotografía del torero, tomada el día que despachó seis toros de Guadalest en Valencia en 1913
ÁLVARO R. DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO DE ANDALUCÍA
 
Joselito ya es memoria y bronce en el monumento elevado en la plaza de la Esperanza Macarena a instancias de su hermandad. Pero conviene recordar que esa escultura que se inauguró el pasado sábado con la presencia de las fuerzas vivas de la ciudad, el escultor Manuel Martín Nieto y el hermano mayor de la corporación de la Madrugada –definitivo valedor del empeño- es el reflejo de un día concreto de la vida profesional del coloso de Gelves, más allá de las licencias creativas que han llevado al artista a basarse en otra conocida imagen, mucho más seria, para retratar el rostro del torero.
 
Sea como sea, la impronta del conjunto no puede negar su inspiración en la famosa fotografía del reportero gráfico valenciano Martín Vidal Romero que retrata una fecha, una plaza y una circunstancia precisa: la encerrona en solitario que protagonizó el coloso de Gelves el 26 de octubre de 1913 en la plaza de Valencia para cerrar su primera temporada completa como matador de toros. Joselito estoqueó aquel día seis toros de Guadalest pero aquella no era la primera vez que el diestro sevillano afrontaba un reto de esas características habiéndose anunciado para ello... o de forma improvisada. El investigador y profesor Marcos García Ortiz se ocupó en su momento de recopilar todas y cada una de esas encerronas en un interesante trabajo publicado por el recordado maestro y compañero Antonio Petit Caro –un soleano de Sevilla trasplantado a Bilbao y Madrid- en su valiosa web Taurología.
 
La primera encerrona de Joselito no fue premeditada. El que aún era un jovencísimo novillero actuaba desde sus inicios formando pareja con José Gárate ‘Limeño’. Y con él estaba anunciado el 14 de agosto de 1911 en la plaza de Cádiz para despachar un encierro de Salas que Gallito Chico –así se anunciaba aún en esos años- terminó trajinando en solitario por el percance que había sufrido Limeño unos días antes en Écija. Pero es que el joven Joselito tampoco estuvo anunciado para la ocasión en su segunda encerrona en solitario. La pareja novilleril del momento estaba anunciada los días 11, 12 y 14 de 1912 en la plaza de la Maestranza pero en el segundo festejo previsto, una nueva cogida de Limeño acabó dejando para su compañero los seis novillos de los hierros de Benjumea, Miura, Murube, Parladé, Tovar y Santacoloma que se habían reseñado para lidiarse en la víspera de la Virgen de los Reyes. El festejo estaba organizado a beneficio de la hermandad de la Macarena, que destinó los fondos obtenidos a sufragar parte de la corona de oro diseñada por Juan Manuel Rodríguez Ojeda que, realizada por la joyería Reyes, se impuso a la Virgen el Viernes de Dolores del siguiente año en la llamada ‘Coronación Popular’.
 
Joselito se hace matador
 
Ésa fue la despedida de novillero de Joselito en la plaza de la Maestranza. Sólo faltaban un mes y medio para su doctorado que se celebró el 28 de septiembre en Sevilla después de haberse aplazado hasta dos veces en Madrid. En cualquier caso, la primera temporada completa como matador de toros fue la de 1913. Comenzaba el breve pero intenso reinado de José, que quiso acabar por todo lo alto aquel año encerrándose con los nombrados seis toros de Guadalest en la plaza de Valencia. Pero las casualidades volvieron a determinar que ésa no fuera la primera encerrona de Gallito como matador ya que el 13 de octubre anterior había tenido que encargarse de despachar los seis ‘veraguas’ con los que estaba anunciado mano a mano con Gaona en Zaragoza. El diestro azteca fue cogido de salida por el primero dejando todo el envío para su compañero que, por fin, el día 26 de octubre pudo cumplir con ese gesto –ahora sí oficial- de despachar los toros de Guadalest en Valencia rodeado de una gran expectación. Gallito cumplió con creces y hasta pidió el sobrero en un gesto premeditado que llegó a ser anunciado en la prensa. Hubo alguna reticencia por la presentación del ganado pero la apoteosis final acabó imponiéndose a cualquier circunstancia. Joselito ya acariciaba la corona.
 
1914 marcaría un antes y un después en la historia del toreo. Es la primera temporada de la breve e intensa Edad de Oro marcada por la competencia entre Joselito y Juan Belmonte que había tomado la alternativa a finales de la temporada anterior, precisamente el mismo día que Machaquito decidió quitarse de los toros. La marcha del valeroso diestro cordobés remarcaba el valor simbólico del paso de una época a otra. Pero Gallito, que también había enseñado la puerta de salida a Bombita, quería tomar el cetro del toreo. En esa tesitura, recuerda García Ortiz, se llegaron a anunciar hasta cinco encerronas en solitario en las plazas de Madrid, Valencia, Sevilla, Bilbao y San Sebastián que, de alguna forma, recordaban las que se programaron 21 años antes con motivo del decepcionante adiós del gran Lagartijo. Finalmente no hubo tales. El empeño quedaría reducido a dos festejos en Madrid y Valencia.
 
Siete toros de Martínez
 
La corrida de Madrid merece mención especial. Joselito estoqueó los famosos siete toros de Martínez el 3 de julio de 1914 en la plaza vieja del camino de Aragón –justo donde después se erigiría el Palacio de los Deportes- consagrándose como rey absoluto del toreo de su tiempo. José dio un completo recital con capote, banderillas, muleta y espada e incluso esbozó con cierta nitidez el hilo del toreo en redondo que marcaría el lenguaje taurino del futuro tal y como apreciaría el atinado analista taurino Pepe Alameda algunos años después. Tampoco faltó la propina del sobrero, ese séptimo toro de Martínez, que Joselito accedió a estoquear después de haber tomado el capote de paseo a la muerte del sexto. La aclamación popular le animó a echar también el reserva. Fueron siete toros despachados en siete cuartos de hora. Ahora sí era el rey de los matadores.
 
José Gómez Ortega había firmado su propia antología en la yema de la que, seguramente, sería la mejor temporada de su vida. Una vez más se propuso cerrarla en Valencia, el 18 de octubre, donde fue recibido en olor de multitudes. Pero el festejo acabaría decepcionando por la presentación del ganado –una corrida de Contreras- y cierta desigualdad en el joven matador que recuperó sus mejores fueros ante el quinto, volviendo a enseñar ese toreo ligado en redondo que preconizaba nuevos tiempos al toreo. En la misma fecha hay que anotar una conocida anécdota en la que, cuando daba una vuelta al ruedo, unos espectadores le demandaron la misma gesta pero con ‘miuras’ en una próxima ocasión. Verdad o no, aquello acabaría cumpliéndose...
 
Joselito ya navegaba en la cumbre de su fama en la temporada de 1915, un año en el que llegó a afrontar el reto de encerrarse en solitario hasta en seis ocasiones. La primera de ellas, una vez más, fue de forma un tanto improvisada. La indisposición de su hermano Rafael, con el que estaba anunciado mano a mano el 3 de junio en la plaza de Málaga, le llevaría a afrontar en solitario el reto de echar abajo los seis de Medina y Garvey que había encerrados en los corrales de la Malagueta aunque su actuación esta vez no pasó de discreta. Un mes después, el 4 de julio, repitió el gesto en la plaza de Andújar donde tuvo un espectador de excepción, el gran Guerrita. Le brindó el quinto toro antes de matarlo por el hoyo de las agujas jugándose el tipo. Todo por el viejo Califa.
 
El 11 de agosto viajó hasta Lisboa, donde toreó –sin estoquear- cuatro reses de Pinto Barreiros. El mes se presentaba movidito para el coloso de Gelves que, por un nuevo percance de Gaona, tuvo que pechar con cinco de Gregorio Campos en la plaza de San Sebastián en la víspera del día de la Virgen. En esa misma plaza, el día 22, se anunció con media docena de ‘santacolomas’ que no despertaron demasiado entusiasmo por su presentación. A los dos días le esperaban otros seis de Murube en Almagro donde sí le acompañó el éxito. El 26 se había anunciado en Alcalá de Henares aunque en esta ocasión sólo eran cuatro reses, marcadas con el hierro del Duque de Tovar. Joselito estoqueó tres y cedió una de ellas a su primo Enrique Ortega ‘Cuco’, que había salido como sobresaliente de espada.
 
La oreja de Cantinero
 
Joselito navegaba por los últimos meandros de la temporada sabiéndose el mejor. Llegó a rumorearse que el diestro de Gelves preparaba un gesto mayor, sin precedentes en el toreo, para cerrar la temporada. Se trataba de lidiar, una tras otra, hasta doce reses en la misma tacada. Pero la cosa no pasó de rumores. La realidad es que a Gallito aún le quedaba una encerrona trascendental en la plaza de la Maestranza de Sevilla, que estaba destinada a entrar en la historia.
 
El 30 de septiembre de 1915 se celebraba el tercer festejo de la feria de San Miguel. Joselito, que se anunció aquel año en seis de las once corridas que se programaron en el coso del Baratillo, ya había alternado en los dos espectáculos anteriores -los días 28 y 29- con su hermano Rafael y Juan Belmonte estoqueando sendos encierros de Miura y Murube con los que brilló a un nivel extraordinario. Pero aquel día había asumido el reto de despachar en solitario una corrida del conde de Santa Coloma. El compromiso del menor de los Gallo se saldó con un nuevo triunfo pero, sobre todo, supuso la ruptura de un uso inmemorial: la prohibición de cortar orejas en la plaza de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, que removió los cimientos del purismo y, de paso, las iras de los partidarios del propio Juan Belmonte.
 
Esa oreja pionera era del toro ‘Cantinero’, quinto de la tarde, marcado con el mencionado hierro del conde de Santacoloma; de pelo negro pero también listón, lucero y girón, magras carnes y no demasiada leña en la cabeza. La oreja fue concedida por el recordado concejal Antonio Filpo Rojas que se ganó las iras de la crítica, la afición más encopetada y los sectores más rancios de la ciudad sin saber que la nueva costumbre había llegado para quedarse.
 
Aún quedaba, como en los dos años anteriores, clausurar aquella temporada de 1915 en la plaza de Valencia. Pero el gesto cobró una nueva dimensión al escoger esos toros de Miura que le habían demandado el año anterior desde el tenido. José, si es cierta la anécdota referida anteriormente, cumplió su palabra y cuajó una gran tarde para cerrar aquella temporada, una de las mejores de su vida. (Continuará)

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