sábado, 19 de junio de 2021

Gallito: 25 Encerronas en solitario (y II)

El coloso de Gelves espació en el último tramo de su breve e intensa carrera estos gestos que tanto había prodigado en los primeros años como matador de toros
 
ÁLVARO R. DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO DE ANDALUCÍA
 
A Joselito le quedaban cuatro años largos de vida al iniciar la temporada de 1916. Pero entonces esperó a la alta temporada para afrontar una nueva serie de encerronas en solitario que no dejaban de ser un gesto demostrativo de su poder sobre el toro y el toreo, innecesario a esas alturas. La primera fue en Vitoria, el 9 de agosto, con un envío de Murube que tuvo que ser remendado con un ejemplar de Alaiza. La cosa se dio bien, certificando la primacía profesional que seguía detentando el diestro de Gelves que el 6 de septiembre volvió a aceptar el reto en Almería. Esta vez escogió seis ejemplares de Guadalest que además resultaron tan bravos como brillante Joselito que se marchó de la alegre capital mediterránea con nueve orejas y cuatro rabos.
 
Cinco días después se asomaba a la puerta de cuadrillas de la plaza de Salamanca dispuesto a despachar cinco ‘saltillos’ y uno de Amador García pero las cosas –ni anduvo lucido ni agradó la presentación del ganado- no rodaron esta vez. Inasequible al desaliento afrontó el reto de cerrar la temporada con doble ración. La primera de ellas, en la feria del Pilar de Zaragoza y el día 18 de octubre, fue con toros de Contreras que se parchearon con otro de José Bueno que, además, acabaría lidiando el sobrero. Lo había pedido Joselito que redondeó una buena tarde. Aún quedaba la clausura definitiva de aquel año, que se organizó para la tardía fecha del 22 de octubre en Bilbao con su ganadería predilecta de Vicente Martínez, incluyendo el reserva que ponía definitivo y brillante colofón a una gran temporada en la que llegó a torear 105 de las 117 corridas de toros que firmó.
 
Con la de Urquijo en Sevilla
 
En 1917 tampoco haría ascos a este tipo de gestos aunque su número empieza a declinar sensiblemente con respecto al primer tramo de su carrera. La primera, saldada con éxito, se adelantó al 29 de abril en Granada, donde estoqueó toros de Salas. Habría más: el ensayista García Ortiz destaca las dificultades que encontró el empresario de Barcelona para convencerle que aceptara lidiar media docena de ‘albaserradas’ el día 3 de junio. Y aunque los toros no dieron demasiadas facilidades la cosa tampoco se dio mal. Joselito, incluso, afrontó la lidia del sobrero, marcado con el hierro de Parladé que, a su vez, tuvo que ser sustituido por otro de Antonio Pérez por su escasa presencia.
 
Pero a Gallito le esperaba una cita más trascendente en la plaza de la Real Maestranza el día de San Juan y en un festejo organizado a beneficio de la Asociación de la Prensa. Se lidiaron seis ‘murubes’, anunciados por primera vez a nombre de Carmen de Federico, esposa del banquero vasco Juan Manuel Urquijo que había adquirido la histórica vacada de los Murube y la finca palaciega de Juan Gómez por recomendación del propio Joselito. El coloso de Gelves se mostró inconmensurable aquella tarde cuajando una de sus mejores actuaciones en la plaza de la Maestranza que le valió el premio de cinco orejas cortadas a cuatro de los toros lidiados.
 
Los periodistas habían habilitado un jurado formado por los diestros retirados Quinito, Emilio Bomba y El Algabeño que eligieron al quinto –con el que José desplegó toda su artillería- como el mejor de aquella tarde de gloria por la que Joselito cobró quince mil pesetas de la época –había pedido veinte mil- después de rechazar mil duros que fueron como donativo a la Asociación de la Prensa. Es importante destacar un dato: Joselito, que volvió a rebasar el centenar de corridas toreadas en aquella temporada, sólo había aceptado tres compromisos en la plaza de la Maestranza y los tres con carácter benéfico. Además de la nombrada corrida de la Prensa actuó en la de la Cruz Roja y en la de la Asociación Sevillana de Caridad. No se había contratado en abril esperando trasladar su ‘cuartel general’ a la Monumental que se estaba concluyendo más allá del puente de San Bernardo pero su inauguración se haría esperar hasta 1918...
 
Pero, una vez más, el mejor del corral de los Gallos se dispuso a cerrar aquella temporada con una nueva encerrona en solitario decantándose en esta ocasión por la plaza de Málaga, el mismo escenario en el que había iniciado aquella temporada en la que se vistió de luces en 103 ocasiones. La corrida escogida en esta ocasión pertenecía al histórico hierro del duque de Veragua aunque la respuesta del público fue en esta ocasión escasa.
 
Los últimos años
 
Con el cambio de temporada empezaron a hacerse demasiado patentes los tres lastres que acompañaron hasta el brocal de su propia tumba a Joselito: el peso de la púrpura, la enfermedad de su madre –que fallecería en enero de 1919- y los amores correspondidos pero plagados de trabas con Guadalupe de Pablo-Romero. Esa trinidad de pesadumbres habían empezado a ensombrecer su ánimo. No es de extrañar que redujera drásticamente algunos gestos en un año –el de 1918- que pasaría a la historia por una fatídica epidemia: la gripe española.
 
Pero hablar de 1918, más allá de aquella espantosa gripe que dejó un ancho rastro mortal, es viajar también a la Edad de Oro del toreo, que se sumaba con desacomplejada vigencia a la efervescencia estética y creativa del momento. Eso sí: la apasionante competencia entre José y Juan había entrado en pausa. Belmonte había decidido descansar en la temporada del 18 después de haber contraído matrimonio -ojo, por poderes- con la damita limeña Julia de Cossío. Dejaba todo el peso de la púrpura sobre los hombros anchos de Joselito, que se anunció en todas y cada una de las corridas programadas para la Feria de Abril de aquel año en la plaza de la Maestranza.
 
Joselito, que pudo estrenar por fin ‘su’ plaza Monumental en junio, sólo actuó en solitario en una única ocasión aquel año. Y fue de tan sólo cuatro toros, marcados con el hierro de Martínez, que despachó en Tolosa el 24 de junio con resultados más que tibios. El torero, una vez más, tenía previsto cerrar la campaña el 20 de octubre en Valencia pechando con seis de Palha pero la expansión de la epidemia acabó cancelando el empeño.
 
Las cosas iban a cambiar poco en 1919, año en el que no llegó a aceptar ni asumir ninguno de esos gestos mientras arreciaba la indisimulada campaña de acoso y derribo orquestada en su contra y abanderada por el influyente crítico Gregorio Corrochano. Había más condicionantes. La ‘señá’ Gabriela, su madre, había fallecido en enero. Gallito, enlutado por fuera y por dentro, llegó a encargarse varios ternos bordados en azabaches y hasta aquel mítico capote de paseo negro que subrayaba el dolor por la ausencia de doña Gabriela, piedra angular de ese gallinero de la Alameda de Hércules en el que no se habían vertido las últimas lágrimas. El torero, que había pospuesto el año anterior un ventajoso contrato para acudir a Lima, viajaría a la antigua Ciudad de los Reyes en otoño de 1919 cumpliendo la única temporada americana de su vida, dos meses en los que fue feliz toreando y alejado de muchos sinsabores. Aquella tanda de festejos celebrados en el coso limeño de Acho se clausuró con una encerrona, la última de su vida, organizada en su propio beneficio siguiendo la costumbre de aquellos años. Joselito brilló a gran altura en aquel festejo, celebrado el 8 de febrero de 1920, en el que se lidiaron ocho toros de El Olivar. Dos de ellos fueron estoqueados por el sobresaliente, un tal Cachucha.
 
A José le aguardaba la travesía definitiva, embarcado de nuevo en el ‘Infanta Isabel’. Fueron veinte días más en altamar, vencido de nuevo a la melancolía, escrutando sus propios fantasmas en medio de las aguas, rumiando sus ausencias y soledades antes de llegar a Cádiz el día de su santo, recibido por una auténtica multitud y un puñado de parientes que se lo llevaron de juerga. El 4 de abril de 1920, Domingo de Resurrección, iniciaba la última temporada de su vida en la plaza de la Maestranza. El 16 de mayo tenía una cita en Talavera...

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