El
coloso de Gelves espació en el último tramo de su breve e intensa carrera estos
gestos que tanto había prodigado en los primeros años como matador de toros
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
A Joselito le quedaban cuatro años largos de vida
al iniciar la temporada de 1916. Pero entonces esperó a la alta temporada para
afrontar una nueva serie de encerronas en solitario que no dejaban de ser un
gesto demostrativo de su poder sobre el toro y el toreo, innecesario a esas
alturas. La primera fue en Vitoria, el 9 de agosto, con un envío de Murube que
tuvo que ser remendado con un ejemplar de Alaiza. La cosa se dio bien,
certificando la primacía profesional que seguía detentando el diestro de Gelves
que el 6 de septiembre volvió a aceptar el reto en Almería. Esta vez escogió
seis ejemplares de Guadalest que además resultaron tan bravos como brillante
Joselito que se marchó de la alegre capital mediterránea con nueve orejas y
cuatro rabos.
Cinco días después se asomaba a la puerta de
cuadrillas de la plaza de Salamanca dispuesto a despachar cinco ‘saltillos’ y
uno de Amador García pero las cosas –ni anduvo lucido ni agradó la presentación
del ganado- no rodaron esta vez. Inasequible al desaliento afrontó el reto de
cerrar la temporada con doble ración. La primera de ellas, en la feria del
Pilar de Zaragoza y el día 18 de octubre, fue con toros de Contreras que se
parchearon con otro de José Bueno que, además, acabaría lidiando el sobrero. Lo
había pedido Joselito que redondeó una buena tarde. Aún quedaba la clausura
definitiva de aquel año, que se organizó para la tardía fecha del 22 de octubre
en Bilbao con su ganadería predilecta de Vicente Martínez, incluyendo el
reserva que ponía definitivo y brillante colofón a una gran temporada en la que
llegó a torear 105 de las 117 corridas de toros que firmó.
Con la de Urquijo en Sevilla
En 1917 tampoco haría ascos a este tipo de gestos
aunque su número empieza a declinar sensiblemente con respecto al primer tramo
de su carrera. La primera, saldada con éxito, se adelantó al 29 de abril en
Granada, donde estoqueó toros de Salas. Habría más: el ensayista García Ortiz
destaca las dificultades que encontró el empresario de Barcelona para
convencerle que aceptara lidiar media docena de ‘albaserradas’ el día 3 de
junio. Y aunque los toros no dieron demasiadas facilidades la cosa tampoco se
dio mal. Joselito, incluso, afrontó la lidia del sobrero, marcado con el hierro
de Parladé que, a su vez, tuvo que ser sustituido por otro de Antonio Pérez por
su escasa presencia.
Pero a Gallito le esperaba una cita más
trascendente en la plaza de la Real Maestranza el día de San Juan y en un
festejo organizado a beneficio de la Asociación de la Prensa. Se lidiaron seis
‘murubes’, anunciados por primera vez a nombre de Carmen de Federico, esposa
del banquero vasco Juan Manuel Urquijo que había adquirido la histórica vacada
de los Murube y la finca palaciega de Juan Gómez por recomendación del propio
Joselito. El coloso de Gelves se mostró inconmensurable aquella tarde cuajando
una de sus mejores actuaciones en la plaza de la Maestranza que le valió el
premio de cinco orejas cortadas a cuatro de los toros lidiados.
Los periodistas habían habilitado un jurado
formado por los diestros retirados Quinito, Emilio Bomba y El Algabeño que
eligieron al quinto –con el que José desplegó toda su artillería- como el mejor
de aquella tarde de gloria por la que Joselito cobró quince mil pesetas de la
época –había pedido veinte mil- después de rechazar mil duros que fueron como
donativo a la Asociación de la Prensa. Es importante destacar un dato:
Joselito, que volvió a rebasar el centenar de corridas toreadas en aquella
temporada, sólo había aceptado tres compromisos en la plaza de la Maestranza y
los tres con carácter benéfico. Además de la nombrada corrida de la Prensa
actuó en la de la Cruz Roja y en la de la Asociación Sevillana de Caridad. No
se había contratado en abril esperando trasladar su ‘cuartel general’ a la
Monumental que se estaba concluyendo más allá del puente de San Bernardo pero
su inauguración se haría esperar hasta 1918...
Pero, una vez más, el mejor del corral de los
Gallos se dispuso a cerrar aquella temporada con una nueva encerrona en
solitario decantándose en esta ocasión por la plaza de Málaga, el mismo
escenario en el que había iniciado aquella temporada en la que se vistió de
luces en 103 ocasiones. La corrida escogida en esta ocasión pertenecía al
histórico hierro del duque de Veragua aunque la respuesta del público fue en
esta ocasión escasa.
Los últimos años
Con el cambio de temporada empezaron a hacerse
demasiado patentes los tres lastres que acompañaron hasta el brocal de su
propia tumba a Joselito: el peso de la púrpura, la enfermedad de su madre –que
fallecería en enero de 1919- y los amores correspondidos pero plagados de
trabas con Guadalupe de Pablo-Romero. Esa trinidad de pesadumbres habían
empezado a ensombrecer su ánimo. No es de extrañar que redujera drásticamente
algunos gestos en un año –el de 1918- que pasaría a la historia por una
fatídica epidemia: la gripe española.
Pero hablar de 1918, más allá de aquella espantosa
gripe que dejó un ancho rastro mortal, es viajar también a la Edad de Oro del
toreo, que se sumaba con desacomplejada vigencia a la efervescencia estética y
creativa del momento. Eso sí: la apasionante competencia entre José y Juan
había entrado en pausa. Belmonte había decidido descansar en la temporada del
18 después de haber contraído matrimonio -ojo, por poderes- con la damita
limeña Julia de Cossío. Dejaba todo el peso de la púrpura sobre los hombros
anchos de Joselito, que se anunció en todas y cada una de las corridas
programadas para la Feria de Abril de aquel año en la plaza de la Maestranza.
Joselito, que pudo estrenar por fin ‘su’ plaza
Monumental en junio, sólo actuó en solitario en una única ocasión aquel año. Y
fue de tan sólo cuatro toros, marcados con el hierro de Martínez, que despachó
en Tolosa el 24 de junio con resultados más que tibios. El torero, una vez más,
tenía previsto cerrar la campaña el 20 de octubre en Valencia pechando con seis
de Palha pero la expansión de la epidemia acabó cancelando el empeño.
Las cosas iban a cambiar poco en 1919, año en el
que no llegó a aceptar ni asumir ninguno de esos gestos mientras arreciaba la
indisimulada campaña de acoso y derribo orquestada en su contra y abanderada
por el influyente crítico Gregorio Corrochano. Había más condicionantes. La
‘señá’ Gabriela, su madre, había fallecido en enero. Gallito, enlutado por
fuera y por dentro, llegó a encargarse varios ternos bordados en azabaches y
hasta aquel mítico capote de paseo negro que subrayaba el dolor por la ausencia
de doña Gabriela, piedra angular de ese gallinero de la Alameda de Hércules en
el que no se habían vertido las últimas lágrimas. El torero, que había
pospuesto el año anterior un ventajoso contrato para acudir a Lima, viajaría a
la antigua Ciudad de los Reyes en otoño de 1919 cumpliendo la única temporada
americana de su vida, dos meses en los que fue feliz toreando y alejado de
muchos sinsabores. Aquella tanda de festejos celebrados en el coso limeño de
Acho se clausuró con una encerrona, la última de su vida, organizada en su
propio beneficio siguiendo la costumbre de aquellos años. Joselito brilló a
gran altura en aquel festejo, celebrado el 8 de febrero de 1920, en el que se
lidiaron ocho toros de El Olivar. Dos de ellos fueron estoqueados por el
sobresaliente, un tal Cachucha.
A José le aguardaba la travesía definitiva,
embarcado de nuevo en el ‘Infanta Isabel’. Fueron veinte días más en altamar,
vencido de nuevo a la melancolía, escrutando sus propios fantasmas en medio de
las aguas, rumiando sus ausencias y soledades antes de llegar a Cádiz el día de
su santo, recibido por una auténtica multitud y un puñado de parientes que se
lo llevaron de juerga. El 4 de abril de 1920, Domingo de Resurrección, iniciaba
la última temporada de su vida en la plaza de la Maestranza. El 16 de mayo
tenía una cita en Talavera...
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