FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
He querido darme un tiempo para digerir con el reposo debido la “resaca” de Vistalegre, por excelencia y por historia la “segunda” plaza de toros de Madrid, adonde se trasladó la feria de San Isidro en este segundo año de la pandemia, con Las Ventas amuermada –anestesiada, más bien, en un quirófano vacío-- mientras se soluciona el conflicto de intereses y los avatares administrativos que subyacen bajo un Pliego peliagudo y cerril, al que --¡por fin!— arrendador y arrendatario acaban de meter el diente, urgiendo a los terceros del asunto en discordia (Comunidad y Ayuntamiento de Madrid) para que ejerzan de “tres en uno” y lubriquen los goznes que abrirán las puertas del que es considerado primer escenario taurino del mundo.
Entretanto la cosa se aligera, las consecuencias
del sanisidro de Carabanchel empiezan a tomar forma. La primera, el ya comentado batacazo
económico que se ha pegado Toño Matilla, al que nadie podrá poner un solo pero
en lo que a la calidad y magnífico resultado de la oferta promovida se refiere.
Se dice que la gente no fue a los toros por el alto precio de las entradas.
Puede ser; pero si el kilo de calidad está a tanto en el mercado, ofrecer el
mismo producto a una clientela reducida obligatoriamente a menos de la mitad,
obliga a subir los precios. Esto es de cajón. Y si añadimos las incomodidades
de acceso a la populosa barriada y la dificultad de movimientos para entrar y
salir de ella, habrá que convenir que el invento de Matilla ha sido un fiasco…
para él. Lo que en su día titulé “el matillazo”, por la valiente apuesta del
empresario, ha resultado ser un “gatillazo” en rentabilidad económica. Nadie (o
casi nadie) le va a reconocer su esfuerzo, pero la experiencia es bien
clarificadora: San Isidro, es cosa de más allá de la ribera del Manzanares por
su orilla izquierda, y de aquella “alegre chata” ya no quedan ni las raspas, lo
cual no obsta para reconocer la confortabilidad y amplitud dotacional del
Palacio Vistalegre. ¿No hay en Madrid cuatro mil y pico aficionados a los toros
capaces de acabar el papel disponible la mayoría de las tardes? La respuesta
es, no. ¿No son capaces de “tirar del carro” hacia la taquilla las figuras el
toreo actuales? A las pruebas me remito: salvo Morante y, sobre todo, Roca Rey,
nasti de plasti, que diría un chulángano de la pradera. Y ya de las ganaderías
“toristas”, ni les cuento. Lamentable, la entrada en la corrida de Adolfo
Martín.
Esta podría ser la primera consecuencia. La
segunda se refiere el toro. ¡Qué corridones de toros se han lidiado todas las
tardes! Tremendo, el toro. Cada corrida, una “moza” a cual más galana y mejor
armada –cuidado, “femis”, no confundirse, que solo es una pincelada del
lenguaje taurino--, y la mayoría de sus integrantes rondando los seis años,
esto es, al borde del desecho por reglamentario tope de manifiesta senilidad. La pregunta es, ¿si
este es el “toro de Vistalegre” para la feria de San Isidro, cómo será el de Las
Ventas para el mismo acontecimiento en un próximo futuro? Elefantiásico,
probablemente.
Observen el documento gráfico que pone cabecera a
estos párrafos. Morante luce un vestido con reminiscencias decimonónicas, pero
el toro es dieciochesco. No creo que Joselito el Gallo y sus contemporáneos de
hace más de un siglo lidiaran muchos ejemplares de semejante estampa, porque ni
Martínez en Colmenar, ni Gamero Cívico, Urcola o Murube en la Baja Andalucía o
Contreras en los prados extremeños –por citar ejemplos de ganaderías “top” en
aquellos años felices-- los criaban con semejante corpulencia. Y si me permiten
una zambullida en la escala iconográfica de aquella época, tampoco Miura o
Pablo Romero. No importa que el colorao de marras saliera al ruedo en calidad
de sobrero o reserva, porque la mayoría de los que oficiaron de “titulares” no
le fueron a la zaga en lo que a ciclópea morfología se refiere. Por tal motivo,
me escama que algunos aficionados traten de recordar las corridas de toros de
esta feria madrileña trasladada a Carabanchel como “bien presentadas”, por toda
observancia al dato más destacado. Es decir, que Luque, Ureña, Urdiales,
Morante, Roca Rey, Aguado, Juan Ortega, Manzanares o El Juli, incluso los más
jóvenes, Marín y Lorenzo, o los tres héroes (del Álamo, Román y Garrido) que se
la jugaron con los “adolfos” y los novilleros –soberbios, los tres y uno
gravísimamente herido—pasaban de casualidad por allí. ¡Cómo están algunas
cabezas humanas!
Corolario de lo antedicho: desconcierto. Ahora los
aficionados que vieron a estos toreros con aquellos toros en Vistalegre –Plaza de segunda categoría, no se olvide—
echan una ojeada a lo que sale por la puerta de chiqueros en Aranjuez, Toledo,
Brihuega, Sanlúcar, etcétera, y se echan, a su vez, las manos a la cabeza. ¿Y
los toros de Vistalegre?, se preguntan. Todavía quedan en el campo, no se
apuren. Hay cinqueños para dar y tomar, pero supongo que se reservarán para
Plazas de superior rango en lo que resta de temporada, que se presume intensa
si se cumplen las bonancibles previsiones sanitarias; pero también habrá que
“sacar” del campo a los toros que se hayan desarrollado sin la corpulencia y
armamento de los del reciente y novedoso sanisidro en Madrid. Los que –no se
olvide-- hieren, incluso matan, exactamente igual que los “bien presentados” de
la foto de arriba; pero como la referencia es la que es, el toro de Vistalegre
lo quieren también en Villantempujo.
Bien es cierto que tal desafuero no ocurriría si
al ruedo de estas otras Plazas saliera el toro íntegro, sea cual fuere su
tipología y la categoría del escenario; porque me da que, en algunos casos, los
golfetes del turiferio ya han empezado a dar señales de vida. Y eso sí que no.
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