JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
La confrontación de dos tauromaquias vigentes y
distintas, rindiendo culto al pasado. Esa fue la cuestión de la corrida. Eso
fue lo que quedó al final.
El uno, que había llegado herido, (el día
anterior) en Castellón. “Tenía que estar aquí, en el homenaje a mi querido
maestro” explicó luego. El otro, Morante, con sus atavíos decimonónicos, que
había traído a la plaza la ofrenda de un busto del amigo recordado. Vieja
torería en ambos.
“Tratante”, no era un torazo, ni una fiera, ni
siquiera un bravo a ley. Pero sí fue y vino franco, humillado y resistente como
corredor de fondo. Así tomó el capote bregador, las cuatro chicuelinas
galleadas (mirando al tendido), la revolera, el buen puyazo, las alicantinas
del quite, las saludadas banderillas y la prolongada lidia, ecléctica,
heterodoxa, retro, en la que ni toro ni torero desmayaron. El cierre, a tenor.
Igualando con casi medio ruedo de por medio, y el embroque a topacarnero,
pinchando arriba y repitiendo todo, sin solución de continuidad para una
estocada honda. La escena, hubiese cabido bien en un grabado de Goya.
Lo de Morante, y el quinto fue otra versión de lo
antiguo. Mejor, de lo reminiscente, porque si bien los toreros del siglo XIX
para atrás, vestían como él ahora, no toreaban así. Toreaban más como Ferrera.
La postura, la lentitud, la armonía, la composición, la exquisitez son del
posbelmontismo. Dicen que Joselito fue el último torero del romanticismo y
Belmonte primero del modernismo. Lo del de La Puebla parece ser un sincretismo
de las dos épocas.
Pero volviendo a su faena. Fue una sucesión de
pinturas. Si Ruano Llopis viviera y la hubiese visto o televisto, cómo habría
gozado. Las verónicas, las largas, las belmontinas, los ayudados, los naturales
de frente, la postura, la estampa, la conjunción, la cadencia. Pero Ruano se
fue hace mucho, y ya no se pinta así, hoy es la fotografía, un arte menor. El
pinchazo y la media espada cimera, pese al clamor del público solo recibieron
una oreja. Tal vez no hubo equidad. La nueva Puerta Manzanares solo se abrió al
primero. Pero qué importa eso.
Lo que importa es qué en pleno posmodernismo,
cuando tantos claman por “cambiar la tauromaquia, convertirla en otra cosa
dizque para salvarla”, dos toreros de gran predicamento salgan y muestren desde
sus concepciones propias que lo que la fiesta está pidiendo no es reinventarse,
sino reciclarse. Volver a los orígenes en busca de la esencia perdida. No solo
en las formas, en el contenido.
Mirándolos desde lejos fantaseaba con este mano a
mano en Sevilla, Madrid o Ronda… y con miuras para más verás. Pues como decía
Nietzche solo podrán aspirar al eterno retorno los que de verdad han vencido el
miedo.
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