miércoles, 1 de septiembre de 2021

Toros y tiempos muertos: una nefasta ecuación

La hipertrofia de los tiempos de la lidia y la parsimonia de sus protagonistas ha llevado los festejos taurinos a la indeseable e insoportable frontera de las tres horas de metraje
ÁLVARO R. DEL MORAL
@ardelmoral
Diario EL CORREO DE ANDALUCÍA
 
Es un comentario recurrente en los últimos años. Las corridas de toros, en circunstancias normales, no se libran de las dos horas y media de duración llevando a la desesperación a no pocos aficionados. Cualquier contratiempo, por nimio que sea, las acerca a las tres horas de metraje que cuando las cosas se tuercen, pueden llegar a convertir cada festejo en una tortura malaya. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Cómo se ha llegado a este punto de no retorno? Los aficionados más veteranos comentan que una corrida difícilmente rebasaba dos horas de reloj. Quedan muy lejos aquellos festejos de la Edad de Oro que se resolvían en poco más de hora y media pero no hace falta irse a una hemeroteca –basta con poner a funcionar la propia memoria- para llegar a la cuenta que los cambios definitivos los hemos vivido en carne propia. No hace falta que nadie nos cuente nada.
 
Antes de que suene el clarín
 
Merece la pena hacer un cumplido repaso de la lidia tipo de un toro bravo para tratar de desentrañar dónde están esas fugas de tiempo: desde antes que se inicia el paseíllo hasta después de ser arrastrado por las mulillas. Cuando el presidente –hay que hablar más de ellos- saca el pañuelo marcando el inicio del espectáculo, en la mayoría de las plazas, incluyendo las más encopetadas, la pareja de alguaciles sale al ruedo con una lentitud pasmosa que nada tiene que ver con los galopes rompedores de no hace tanto tiempo.
 
A partir de ahí, comenzamos a acumular minutos. Hay que esperar un tiempo intolerable e inexplicable para que los tres espadas salgan a la raya. A veces ni siquiera se han liado cuando los plumeros asoman por las tablas. Antes eran los toreros los que esperaban la vuelta de los alguaciles en la puerta de cuadrillas y ahora son ellos los que tienen que aguardar a las cuadrillas en una espera desesperante que, en el caso de Sevilla, les ha obligado a buscar un resguardo delante de la antigua Puerta del Encierro antes de ponerse al frente de las filas. Pero hay más: el estúpido e innecesario ‘photo call’ que se produce antes de iniciarse el paseíllo no sólo afea ese momento sino que sigue retrasando la suelta del primer toro. Sigan sumando...
 
Los toreros ya han cambiado la seda por el percal, prueban los capotes y vuelven a tensar la espera mientras los alguaciles congelan el paso de los caballos después de pedir la llave de los toriles. El palco se hace notar ampliando aún más unos plazos que el torilero –todo el mundo quiere su minuto de gloria, hasta ciertos areneros- otea el horizonte como si estuviera descubriendo un continente oculto. Ahora sí, ya sale el toro. En ocasiones se ha alcanzado o rebasado un cuarto de hora antes del primer capotazo. ¿O no?
 
Primer tercio
 
El toro está en el ruedo. Matadores y cuadrillas comprueban sus primeras reacciones antes de pararlo en el burladero de capotes. Los antañones capotazos a una mano de los banderilleros ya quedan lejos. Hoy es el propio matador, usualmente, el que sale al paso del animal para esbozar los primeros lances. Hasta comienzos de los 90 –el reglamento del 92 fue la bisagra de muchas cosas, no todas buenas- el pañuelo marcaba la salida del caballo en cuanto el toro estaba fijado en los primeros capotazos. El matador estaba pegando lances mientras el picador alcanzaba la contraquerencia con un trotecillo que hoy ha sido sustituido por un paso cansino. En el remate de los lances ya se encontraba prácticamente colocado para el primer puyazo que se resolvía como una consecuencia natural.
 
¿Qué es lo que ha pasado? En los últimos tiempos se retrasa la salida del picador al remate de los lances de recibo. Mientras alcanza la preceptiva posición, el toro queda en tierra de nadie obligando a encerrarlo en un burladero próximo –en Sevilla suele ser el del tendido 4- en un absurdo parón que suma minutos y resta ritmo a la lidia. A partir de ahí, sigue el guión conocido: cite en los medios para llevar al toro al caballo en una trayectoria en forma de V invertida. Algunos profesionales cuentan que fue el banderillero Martín Recio el que consagró ese burladero como uno de los tiempos de la lidia moderna. Quién sabe... es un vicio que llegó para quedarse.
 
Los quites
 
Llega el momento, por fin, de picar al toro. Serán uno, dos o excepcionalmente tres puyazos que también propiciarán nuevos tiempos muertos en torno a los quites, que en realidad no son tales... La verdad es que son los banderilleros de turno los que efectivamente ‘quitan’ al toro del caballo para ponérselo en bandeja al correspondiente matador, según el turno de antigüedad. Se producen nuevos tiempos muertos, tanteos, rectificaciones de terreno... antes de esbozar los lances correspondientes a los que –impropiamente- llamamos quites pero ya sólo son un simulacro. En este punto el pasado no sólo fue anterior. También fue mejor.
 
El dinamismo de los quites en la misma falda del caballo, toreando desde el primer lance ha sido sustituido por esos lances premeditados que quedan aislados en su brillantez –siempre que la haya- por esa marea de tiempos muertos que aún no ha acabado. Antonio Ferrera ha sabido bucear en ese pasado brillante recuperando el ritmo y la oportunidad de los quites, que instrumenta desde los flecos del peto. Ése es un camino que todos deberían recorrer o al menos reflexionar. Hay que reivindicar y subrayar ese concepto: el del ritmo.
 
Tocan a banderillas
 
En las plazas más ‘serias’ se espera a que el caballo desande el camino de vuelta a paso de procesión para entregar los palos a los banderilleros. Y el toro sigue esperando. Sumen minutos... En otros tiempos que no son tan lejanos el banderillero de turno ya estaba esperando en los medios antes de que dieran puerta al picador y su montura. Ahora hay que esperar a que tome los rehiletes, se sitúe en la suerte y aguarde a que su compañero fije al toro en las rayas. A todo eso hay que sumar una moderna parsimonia entre los de plata para preparar la suerte que difícilmente habrían soportado los matadores de otras décadas, más pendientes de la eficacia y la prisa que de los monterazos de sus hombres. El caso es que la lidia, a punto de tocar a matar, sigue sumida en pausas solemnes que sólo consiguen empobrecerla.
 
La hora de la verdad
 
El presidente, por fin, saca el pañuelo por tercera vez para tocar a matar. Es la hora de la verdad, pero también la del centro neurálgico de la lidia contemporánea: la faena de muleta. En las modernas reglamentaciones, el tiempo dejó de correr desde el toque de clarín. Ahora lo hace desde el primer muletazo contribuyendo a alargar unas faenas que, en la yema de los 90, empezaron a alcanzar un desmesurado metraje en coincidencia con la pujanza de toreros como Enrique Ponce, propenso a exprimir el reloj más allá de lo recomendable. Esa faena de diez minutos es prácticamente inevitable hoy, sea cual sea la condición de los toros. Trasteos de aliño, macheteos o ese genuino tirar por la calle de en medio... todo duerme el sueño de los justos. Hay que estar diez eternos minutos delante de la cara de los toros aunque el pozo esté seco en aras de una pretendida profesionalidad que seguramente no es tal. Pues es el signo de los tiempos...
 
Muerto el toro, no acaba la derrama. Si la cosa se ha dado bien y el premio es contante y sonante, el matador iniciará una eterna vuelta al ruedo a paso de cofradía en la que da tiempo a salir, volver, tomarse una copa, hacer todo tipo de necesidades... ¿Dónde se quedaron esas vueltas a pasito ligero? En otro tiempo –no nos lo han contado- el pañuelo blanco volaba antes de que el torero de turno cerrara el círculo de la vuelta. Podríamos añadir más agujeros negros pero, en realidad, este vademécum sólo es una invitación a la reflexión. El peor enemigo de la fiesta de los toros es el aburrimiento, la falta de ritmo, de dinamismo... ¿Quién le pone el cascabel a este gato?

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