Corrida
muy desigual de albaserradas pero, dentro de ella, un lote muy propicio para
Alberto Lamelas. Muy digno el venezolano Colombo. Lote deslucido para López
Chaves
BARQUERITO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
DENTRO DE
la corrida de Victorino vinieron tres toros cinqueños y tres cuatreños. Se
abrieron por edad en lotes distintos. Los cinqueños se jugaron de pares.
Ninguno de ellos tuvo entre sí parecido. Al ir creciendo, la ganadería de
Victorino se ha ido abriendo en tantas líneas que cuesta reconocer el que fue
en su día el toro tipo de la casa. Al modelo ático y singular respondió al
calco en hechuras y carácter el segundo de corrida. Serio y armónico, veleto y
bien armado, ligero y ágil, vivaz desde la salida, gateo felino que fue casi un
galope, ritmo sostenido, embestidas humilladas y repetidas.
El estilo propio de la boyantía que incluso
consintió en banderillas sin cortar ni cruzarse. Fue ejemplo de nobleza. La
nobleza grave de la bravura, la codicia precisa. Todo lo quiso en los medios.
Cuando Alberto Lamelas se fue a cambiar de espada al cabo de un trasteo de
tanta voluntad como desiguales logros, el toro lo esperó reunido de manos bien
lejos de las rayas. Una espera insólita. Sonó un aviso antes de que Lamelas
atacara con la espada -se cuadró el toro solo- y rodó sin puntilla tras letal
estocada. Se llamaba Venadito. Apenas 520 kilos. Modélico trapío. Era cárdeno.
Como el resto de corrida. Pero bien distinto de los otros cinco.
Tampoco fueron reconocibles los parecidos entre
los tres cuatreños. El mejor hecho y rematado, el más cercano al tipo clásico,
fue el quinto de sorteo. El más entero de los tres de su quinta, pues el lindo
y sacudido primero de la tarde se sentó unas cuantas veces como derrengado y se
puso gazapón como los toros sin poder, y el tercero de sorteo, protestado por
escurrido y flacote, toro sin plaza, aunque elástico, no tuvo el golpe de riñón
imprescindible.
La aparición del quinto -Lamelas, a porta gayola,
repitiendo la suerte de recibo del segundo- fue volcánica: salto sobre el cuerpo
del torero desarmado y pelea apretada entre rayas en un auténtico zafarrancho
de combate celebrado como el acontecimiento mayor de la corrida, porque a su
manera lo fue. El toro, que atacó de largo en dos varas y se empleó, y sangró
mucho, sacó en banderillas son del bueno, pero de más a menos, acabó siendo en
la muleta tan noble como tardo.
Los dos cinqueños que completaron envío no dieron
mayor gloria ni espectáculo. Cabezón y corto de cuello, el cuarto no hizo más
que echar las manos por delante antes de pararse o venirse en rácanos viajes
cortísimos. El sexto, otro cabezudo, cumplidor en varas, tuvo de partida
embestidas descompuestas, pareció atemperarse -dos series notables del
venezolano Colombo- pero punteó engaño muy poco después.
Para Lamelas el lote de la corrida con muy notable
diferencia. Para Chaves, el más ingrato. En manos de Colombo, dos toros de los
que Juan Pedro Domecq llamaba con gracia “intermedios”. Al arrojo de Lamelas le
faltó cabeza para medir las distancias del gran Venadito, que la quería más
larga que corta y nunca torero encima ni torero dubitativo. Hubo muletazos
buenos. Pocos. Con el quinto no pasó del uno a uno en tandas sueltas de las que
conforman un trasteo desperdigado en fases sueltas. A este quinto lo tumbó de
bajonazo impropio.
Chaves toreó en un ladrillo al endeble primero.
Señal de maestría. Y se aburrió lo justo con el desganado cuarto. Además de sus
dos notables tandas al sexto, Colombo prendió seis pares de banderillas de
riesgo, de desigual fortuna y acierto, los seis, pisó plaza con torería, airoso
incluso en el cuerpo a cuerpo obligado con el tercero de la tarde y ni
arrugarse cuando el sexto se puso incierto y lo midió.
“Al ir creciendo, la ganadería de Victorino se ha
ido abriendo en tantas líneas que cuesta reconocer el que fue en su día el toro
tipo de la casa. Al modelo ático y singular respondió al calco en hechuras y
carácter el segundo de corrida. Serio y armónico, veleto y bien armado, ligero
y ágil, vivaz desde la salida, gateo felino que fue casi un galope, ritmo
sostenido, embestidas humilladas y repetidas.
El estilo propio de la boyantía que incluso
consintió en banderillas sin cortar ni cruzarse. Fue ejemplo de nobleza. La
nobleza grave de la bravura, la codicia precisa. Todo lo quiso en los medios.
Cuando Alberto Lamelas se fue a cambiar de espada al cabo de un trasteo de
tanta voluntad como desiguales logros, el toro lo esperó reunido de manos bien
lejos de las rayas. Una espera insólita. Sonó un aviso antes de que Lamelas
atacara con la espada -se cuadró el toro solo- y rodó sin puntilla tras letal
estocada. Se llamaba Venadito. Apenas 520 kilos. Modélico trapío. Era cárdeno.
Como el resto de corrida. Pero bien distinto de los otros cinco”.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victorino Martín.
Domingo
López Chaves, palmitas y
silencio. Alberto Lamelas, ovación
tras aviso en los dos. Jesús Enrique
Colombo, silencio y silencio tras aviso.
Soleado, templado, otoñal. 9.000 almas. Dos
horas y veinte minutos de función.
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