domingo, 26 de septiembre de 2021

FERIA DE OTOÑO EN MADRID – TERCER FESTEJO: Un soberbio toro de Victorino

Corrida muy desigual de albaserradas pero, dentro de ella, un lote muy propicio para Alberto Lamelas. Muy digno el venezolano Colombo. Lote deslucido para López Chaves
BARQUERITO
Especial para VUELTA AL RUEDO
 
DENTRO DE la corrida de Victorino vinieron tres toros cinqueños y tres cuatreños. Se abrieron por edad en lotes distintos. Los cinqueños se jugaron de pares. Ninguno de ellos tuvo entre sí parecido. Al ir creciendo, la ganadería de Victorino se ha ido abriendo en tantas líneas que cuesta reconocer el que fue en su día el toro tipo de la casa. Al modelo ático y singular respondió al calco en hechuras y carácter el segundo de corrida. Serio y armónico, veleto y bien armado, ligero y ágil, vivaz desde la salida, gateo felino que fue casi un galope, ritmo sostenido, embestidas humilladas y repetidas.
 
El estilo propio de la boyantía que incluso consintió en banderillas sin cortar ni cruzarse. Fue ejemplo de nobleza. La nobleza grave de la bravura, la codicia precisa. Todo lo quiso en los medios. Cuando Alberto Lamelas se fue a cambiar de espada al cabo de un trasteo de tanta voluntad como desiguales logros, el toro lo esperó reunido de manos bien lejos de las rayas. Una espera insólita. Sonó un aviso antes de que Lamelas atacara con la espada -se cuadró el toro solo- y rodó sin puntilla tras letal estocada. Se llamaba Venadito. Apenas 520 kilos. Modélico trapío. Era cárdeno. Como el resto de corrida. Pero bien distinto de los otros cinco.
 
Tampoco fueron reconocibles los parecidos entre los tres cuatreños. El mejor hecho y rematado, el más cercano al tipo clásico, fue el quinto de sorteo. El más entero de los tres de su quinta, pues el lindo y sacudido primero de la tarde se sentó unas cuantas veces como derrengado y se puso gazapón como los toros sin poder, y el tercero de sorteo, protestado por escurrido y flacote, toro sin plaza, aunque elástico, no tuvo el golpe de riñón imprescindible.
 
La aparición del quinto -Lamelas, a porta gayola, repitiendo la suerte de recibo del segundo- fue volcánica: salto sobre el cuerpo del torero desarmado y pelea apretada entre rayas en un auténtico zafarrancho de combate celebrado como el acontecimiento mayor de la corrida, porque a su manera lo fue. El toro, que atacó de largo en dos varas y se empleó, y sangró mucho, sacó en banderillas son del bueno, pero de más a menos, acabó siendo en la muleta tan noble como tardo.
 
Los dos cinqueños que completaron envío no dieron mayor gloria ni espectáculo. Cabezón y corto de cuello, el cuarto no hizo más que echar las manos por delante antes de pararse o venirse en rácanos viajes cortísimos. El sexto, otro cabezudo, cumplidor en varas, tuvo de partida embestidas descompuestas, pareció atemperarse -dos series notables del venezolano Colombo- pero punteó engaño muy poco después.
 
Para Lamelas el lote de la corrida con muy notable diferencia. Para Chaves, el más ingrato. En manos de Colombo, dos toros de los que Juan Pedro Domecq llamaba con gracia “intermedios”. Al arrojo de Lamelas le faltó cabeza para medir las distancias del gran Venadito, que la quería más larga que corta y nunca torero encima ni torero dubitativo. Hubo muletazos buenos. Pocos. Con el quinto no pasó del uno a uno en tandas sueltas de las que conforman un trasteo desperdigado en fases sueltas. A este quinto lo tumbó de bajonazo impropio.
 
Chaves toreó en un ladrillo al endeble primero. Señal de maestría. Y se aburrió lo justo con el desganado cuarto. Además de sus dos notables tandas al sexto, Colombo prendió seis pares de banderillas de riesgo, de desigual fortuna y acierto, los seis, pisó plaza con torería, airoso incluso en el cuerpo a cuerpo obligado con el tercero de la tarde y ni arrugarse cuando el sexto se puso incierto y lo midió.
 
“Al ir creciendo, la ganadería de Victorino se ha ido abriendo en tantas líneas que cuesta reconocer el que fue en su día el toro tipo de la casa. Al modelo ático y singular respondió al calco en hechuras y carácter el segundo de corrida. Serio y armónico, veleto y bien armado, ligero y ágil, vivaz desde la salida, gateo felino que fue casi un galope, ritmo sostenido, embestidas humilladas y repetidas.
 
El estilo propio de la boyantía que incluso consintió en banderillas sin cortar ni cruzarse. Fue ejemplo de nobleza. La nobleza grave de la bravura, la codicia precisa. Todo lo quiso en los medios. Cuando Alberto Lamelas se fue a cambiar de espada al cabo de un trasteo de tanta voluntad como desiguales logros, el toro lo esperó reunido de manos bien lejos de las rayas. Una espera insólita. Sonó un aviso antes de que Lamelas atacara con la espada -se cuadró el toro solo- y rodó sin puntilla tras letal estocada. Se llamaba Venadito. Apenas 520 kilos. Modélico trapío. Era cárdeno. Como el resto de corrida. Pero bien distinto de los otros cinco”.
 
FICHA DEL FESTEJO
 
Seis toros de Victorino Martín.
 
Domingo López Chaves, palmitas y silencio. Alberto Lamelas, ovación tras aviso en los dos. Jesús Enrique Colombo, silencio y silencio tras aviso.
 
Soleado, templado, otoñal. 9.000 almas. Dos horas y veinte minutos de función.

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