Su
particular "libro de estilo" sobre el periodismo taurino
De
caprichos y ocurrencias no se vive en el toreo, ni aunque se adornen con esa
vaguedad que las más de las veces son las genialidades. Los toreros pueden ser,
y de hecho lo son, genios en el manejo del capote y la muleta, en la creación
del arte; en todo lo demás, son ciudadanos que deben regirse por las normas
comunes. Si ayer era su cruzada por los desniveles de los ruedos, ahora Morante
de la Puebla anda enzarzado en explicar cómo debe ser la crónica taurina y,
naturalmente, cómo deben ejercer su oficio los cronistas y comentaristas de la
televisión. Y si no le hacen caso, no se deja televisar. Se mire como se mire
eso de tratar de imponer "lo taurinamente correcto" no tiene pase; no
lo tuvo ni en las épocas más negras de la crómica taurina.
Redacción TAUROLOGIA.COM
A lo
largo de los últimos 30 años se ha mantenido viva la polémica de la bondad o no
de la presencia habitual de las cámaras de televisión en las plazas de toros.
En nuestra opinión, cuando se hacen las cuentas del “debe” y el “haber”, el
saldo general resulta positivo, aunque haya que añadir no pocos matices. En sí
mismo ofrecer los espectáculos taurinos en directo, resulta una aportación para
la Fiesta; lo negativo nace cuando se abusa de forma extralimitada de esta
fórmula. Todo en esta vida tener que tener una medida.
En
estos días, bien parece que Morante anda en campaña, como cuando se empeñó en
la batalla de los desniveles de los pisos de plaza, para marcar las normas de
estilo a las que deben ajustarse las informaciones y comentarios sobre el hecho
taurino, al menos cuando el torea. Como ocurrencia para entretener el triste
invierno sin toros, puede servir; pero de ahí a tomarse en serio las
imposiciones del torero de la Puebla media un abismo.
Un
ejemplo: Morante de la Puebla ha
declarado (ABC de Sevilla, Lorena Muñoz):“Creo que la manera en que se
retransmiten las corridas de toros no es la más adecuada para sentir a través de
los ojos. No me gusta que haya tantas voces. Se quiere comparar los toros con
el fútbol y no cabe”.
Otro
ejemplo. En otro momento, Morante ha insistido (El Correo de Andalucía, Álvaro
R. Del Moral): “Los toros pertenecen a la mística y a la cultura. No me imagino
que a uncantaor le estén diciendo a la vez lo que tiene o no que hacer o si lo
hace bien o mal. Cuando se mueve el toro y embiste al torero, creo que no tiene
que haber tantos comentarios”.
Y en
esta línea, aunque a efectos profesionales sea lo de menos, un tercer caso:
para que Morante autorizara la
retransmisión por Canal Toros de su reciente actuación en la Monumental de
México, Movistar Plus tuvo que dar paso
a un único comentarista, por lo demás solvente, pero que no forma parte del
equipo habitual de comentaristas en el canal de pago, que por lo que se deduce
son los que incomodan al torero de la Puebla.
Nadie
duda que un artista, como todo ciudadano, tiene derecho a controlar sus
derechos de imagen, cuando se trata además de medios de masas, como es la
televisión. Y en esto Morante no es el primero,
ni probablemente será el último. En la era contemporánea José Miguel
Arroyo “Joselito” o José Tomás se han negado sistemáticamente a que se le
retrasmitiera; pero ninguno de ellos tuvo la ocurrencia de imponer a un
determinado comentarista, como condición necesaria para que las cámaras estuvieran
presentes en el acontecimiento.
Lo
de Morante, en cambio, es muy diferente: pretende dictar cómo y quién comenta
sus actuaciones. Al margen de que al elegido no le hace precisamente ningún
favor, pretende imponer a los medios su propio ”libro de estilo” para la
crónica taurina: cuándo se puede comentar, qué orientación deben tener las
opiniones…. Todo eso resulta una aberración profesional, que no se entiende
como un medio lo pueda admitir y cómo las organizaciones profesionales no hayan
llamado la atención sobre este modo de actuar. En el fondo, sería tan como
aceptar voluntariamente como bueno el principio de la autocensura.
Pero
nada de eso es nuevo: En la última década ya hubo intentos similares por
imponer “lo taurinamente correcto”, entre cuyos promotores estaba precisamente
Morante, junto a otras figuras. Todos circulaban por el escalafón superior y
eran predilectos de muchos aficionados; esto es, tenían su “tirón” para las
cámaras. Afortunadamente, esos no fueron títulos ni avales suficientes como para que la empresa
mediática correspondiente renunciara a su potestad de orientar libremente la
línea editorial sus contenidos.
Es
muy de esperar que el caso Morante en la Monumental de México no se repita en
España, porque resultaría hasta bochornoso. Está en su derecho de no permitir
la presencia de las cámaras cuando él se anuncia; pero eso no resuelve
presionando a los medios, sino que será
algo que deberá negociar con el empresario de turno; sin ir más lejos, como
ahora Morante está haciendo en Sevilla: anunciarse sólo en fechas sin TV y, si
no hay fecha libre, no anunciarse en esa feria.
Pero
a nadie en su sano juicio se le ocurre plantear que cualquier medio tenga que
pedirle permiso previo a un torero para nombrar a su cronista de toros. A lo
largo de la historia, ni en las páginas más negras de la crónica taurina se ha
visto cosa igual. Y nada digamos de la pretensión de delimitar cómo debe realizar su cometido
profesional ese cronista. Un puro sin sentido, que no puede taparse bajo la
inconsistente capa de las genialidades
de un artista. El genio en el toreo es otra cosa mucho más sublime y relevante; eso otro de condicionar
a los medios nunca pasarán de ser simples trapicheos de despacho.
Morante,
en fin, parece desconocer dos elementos fundamentales que la televisión bien
hecha aporta a la Tauromaquia: la importancia de su presencia en todos los
puntos de la geografía taurina --lo que a su vez obliga a no dar por supuesto
que todos los espectadores están en el secreto de este arte-- y, no menos
importante, la labor didáctica de los comentaristas, que como aficionados que
son siempre reman a favor del toreo. No es pequeña la aportacion, aunque para
Morante no cuente.
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