PACO AGUADO
Mientras el
antitaurinismo militante no para de moverse, con más o menos efectividad, a uno
y otro lado del Atlántico, van surgiendo, subliminales, sordas, indirectas, de
efectos retardados, nuevas amenazas contra la fiesta de los toros. Y, si cabe,
aún más potentes y efectivas a largo plazo que las rabiosas campañas radicales
que ya han llegado al terreno de la alta política.
Mientras una
manada de parlamentarios irresponsables votaba, sin éxito, contra las ayudas
sanitarias europeas a la ganadería de bravo en España, Francia y Portugal –lo
que hubiera podido derivar en la extensión de enfermedades entre todo el resto
de la cabaña bovina que goza de esa subvención–, también había quienes
trabajaban en la sombra en pos de ese "buenismo" globalizado que
anula conciencias y culturas en todo el mundo.
Mientras el
nuevo salvapatrias español propugna en el programa de su partido Podemos la
abolición de la fiesta de los toros y, curiosamente, hace las mismas
escalas suramericanas que su amigo
Anselmi, otros dirigen a los niños delicados mensajes antitaurinos con el mejor
de sus talentos artísticos.
Mientras los
políticos españoles siguen haciendo funanbulismo para no afrontar con claridad
su postura con respecto a la tauromaquia, y desde dentro del propio espectáculo
nadie se atreve a asomar la cabeza para ver las amenazas más allá de la
madriguera, el toreo va perdiendo vigencia en la sociedad moderna al tiempo que
se busca su definitiva descalificación entre las nuevas generaciones.
Porque
mientras todo eso sucede, la factoría de Hollywood acaba de lanzar, sin apenas
ruido, una carga de profundidad contra el toreo en formato de película
infantil. Lejos de aquellas míticas versiones de "Sangre y arena",
con Rodolfo Valentino y Tyrone Power de protagonistas, que fomentaron la
afición entre los norteamericanos
–¿verdad, Robert Ryan? –, en la meca del cine ahora se hacen
producciones como "The book of life".
"El
árbol de la vida", que debería ser su título en castellano, es una cinta
de animación dirigida por el mexicano Jorge Gutiérrez –que seguro que nada tiene que ver, salvo en
el nombre, con el matador hidalguense – y está producida con la Fox por el
también cineasta mexicano Guillermo del Toro, lo que no deja de ser otra
paradoja nominal.
La película,
que ya se ha estrenado en Estados Unidos y México, se distribuirá en España,
según la productora, a finales de febrero de 2015, lo que nos debe servir de
aviso para lo que nos espera, en tanto que, realizada con grandes medios
técnicos, y desde una gran riqueza visual, la película promete tener un notable
éxito de público.
Ambientada en
México durante el Día de los Muertos –al menos no es durante el puto Halloween–, es un relato fantástico que
aprovecha los iconos culturales y el folklore típico mexicanos para crear ese
ambiente mágico que tanto gusta a su productor, ganador de un premio Goya por
"El laberinto del fauno".
La trama
central de esta película de dibujos animados, que diríamos los más clásicos, no
es desde luego el toreo, ni intenta ser una clara diatriba antitaurina, pero sí
que sobre el título de Antiguo Testamento intenta lanzar un mensaje a la
infancia desde ese filosofía predecible y simplona que instaurara Walt Disney
hace ya muchas décadas entre la hipócrita sociedad norteamericana.
No es una
película de toros, por tanto, pero su protagonista sí que es un torero que se
llama Manolo Sánchez, lo que no deja de ser otra triste casualidad para el
matador de Valladolid. Y el caso es que se trata de un “héroe del pueblo”, como
dice la sinopsis, que se debate entre cumplir las expectativas dinásticas de
una familia con cuatro generaciones de matadores o escuchar a su corazón y
dedicarse a la música para ganarse el amor de la bella María, que tiene un
cerdo como mascota. Qué cosas.
Y, claro,
cómo no, finalmente Manolo, un torero sensible y "que lee libros",
acaba arrepintiéndose de su oficio de matador de toros para entrar en un mundo
maravilloso de amor y armonía. La felicidad, que supongo que será vegana y ya
sin perdices para comer.
Podría
tratarse tan sólo de un cuento, de una más de estas fábulas incruentas de
nuestros días, en las que nadie muere ni sufre, al revés que en las de
Samaniego. Y, por tanto, no habría motivo para la alarma… de no ser por ese
mensaje subliminal que lleva encerrado, por esa moralina dirigida directamente
al cerebro de los niños.
Porque si ya
hasta los cuentos y las películas, que tanto hacen en la educación de la
infancia, les dicen a los críos que matar toros es malo, como uno más de los
credos del pensamiento único que deberán seguir de mayores, de aquí a poco ya
no harán falta antitaurinos ni el toreo tendrá enemigos visibles.
Pero, en
algún momento, alguien les tendrá que decir a los niños que los mundos
perfectos sólo existen en la fantasía. Y que viendo corridas de toros podrán
sacar lecciones mucho más valiosas para su vida que de las películas ñoñas que
les alejan de la realidad que habrán de afrontar tarde o temprano sin fórmulas
mágicas ni princesas.
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