En
las plazas de toros no se permite estar a las parejas juntas, pero sí en los teatros
PATRICIA
NAVARRO
Diario LA RAZÓN
de Madrid
Hace justo un año que estábamos en casa. Encerrados.
Poniendo a prueba nuestra propia capacidad de convivir en pocos metros
cuadrados, conviviendo con el desafío del inexistente telecole, con el miedo a
flor de piel, el temor al futuro con todo cerrado y el impacto que eso
supondría en nuestras futuros profesionales. Después de tanto esfuerzo, en
mitad de todo, ¿la nada? Vidas rotas empujadas al abismo. Muchos nos vimos
enfermos, luchando por respirar, huyendo de los hospitales, porque eran un
territorio hostil donde la visión hería y lo que se veía asustaba. La covid, y
los rápidos efectos que producía en el cuerpo, más. Nunca habíamos vivido
tiempos tan convulsos, tan raros, tan ajenos a nuestra realidad ni tan
desafiantes y eso que estábamos remontando una crisis que había puesto el mundo
patas arriba.
Cuando crees que te lo sabes todo, el mundo vuelve
a empezar. Un año después seguimos en la cresta de la ola. Asumiendo los
primeros visos de la cuarta. La vida sigue, mientras la economía intenta salir
a flote ante lo imposible: las herméticas medidas covid.
También para el toro, que comienza a celebrar los
primeros festejos. El pasado fin de semana Jaén y Morón de la Frontera y este
Almendralejo. Todos bajo los parámetros de la pandemia y el metro y medio entre
espectadores, lo que convierte en un imposible ni tan siquiera acercarse al 50%
por ciento de los aforos.
Son las plazas de toros espacios abiertos,
normalmente con aforos muy grandes, donde se cumple a rajatabla el llevar la
mascarilla, tanto como que el otro día en Morón se prohibió fumar y comer
durante la corrida con el fin de que no pudieras en ningún momento quitarte la
mascarilla, a pesar de que no tenías a nadie a menos de un metro y medio
(largo) de distancia. (Por mucho que estirarás el brazo y te tumbaras y el
acompañante hiciera lo mismo no te tocabas).
Bien, es cierto que las cosas están mal, que la
cuarta ola nos mira de nuevo a los ojos. Y el miedo está ahí, porque el
Gobierno no cumple. Y los parámetros prometidos de vacunación siguen yendo muy
por debajo de lo acordado. El ritmo de tortuga se antoja rápido para la
realidad que estamos viviendo. Mientras la economía se consume. La de todos.
Mientras se paran los negocios, el círculo que los alimenta acaba por hacer
efecto dominó. Importa para unas cosas y para otras no. Un año después y con la
experiencia acumulada y la polémica suscitada que fue mucha, como no podía ser
de otra manera, porque vende políticamente, para la izquierda radical y el
taurino mediocre con facturas pendientes, si algo sabemos es que los festejos
celebrados en 2020 no fueron focos de contagio de covid-19, como tampoco lo
está siendo el teatro y el cine. Son lugares seguros. La cultura es segura,
porque se está haciendo bien. Un ejemplo.
Pero hay cosas que no se entienden. En el teatro
no es necesario guardar un metro y medio de distancia entre espectadores. Haría
inviable el espectáculo, como es lógico, a pesar de que se celebra en recintos
cerrados. Y además se reconoce la agrupación familiar. Cómo es posible que
cuando vas a una plaza de toros con tu marido, mujer o hijos tengas que estar
de cada uno de ellos a un metro y medio y no sea así en otros espectáculos. Son
tiempos difíciles, eso es una realidad, pero a nadie se le escapa, el
sinsentido de hacerlo así, si no hay la intención de complicar más las cosas de
manera innecesaria.
Si son pocos los empresarios que están haciendo el
esfuerzo urge cambiar esta medida que no supone una variación en las medidas de
seguridad. Es ridículo mantener esto en la plaza y luego que tomarnos la caña
en la terraza. El sentido común por el bien de todos debe imperar, con
urgencia.
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