sábado, 18 de enero de 2025

Caballos de pica y mulos de arrastre con personalidad propia cría Augusto Rodríguez Jáuregui

De cara a los venideros festejos en plazas andinas
«Curro» y «Joselito» parte de la cuadra de mulos que Augusto Rodríguez Jáuregui prepara en Mucujepe

El conocido hombre del toro, ahonda en su faceta más diversa de las muchas que ha desempeñado a lo largo de dilatada presencia en el lio del toro, al igual que el resto de sus hermanos. Aficionado practico por vocación y ganadero, destina sus ilusiones en preparar y mantener en estos últimos años una pequeña cuadra de equinos de muy valioso aporte a la actual fiesta brava venezolana.
 
RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ
@rubenvillafraz
Fotos: RDV – Cortesía
 
Es calurosa tarde de enero, y en el campo por estos días se trabaja sin cesar. Son los días donde se pone a punto detalles que son simples, pero que marcan diferencia a la hora de llegado el momento. Nos encontramos en la localidad merideña de Mucujepe, en la que fue la vacada de la ganadería de reses bravas El Trébol, divisa que pertenece a don Augusto Rodríguez Jáuregui, el menor de la larga dinastía de taurinos ejidense que han dado personalidad propia al toreo en Mérida en los últimos cinco lustros.
 
Es Augusto todo un personaje desde todo punto de vista. Ha tocado todas las “teclas” de esta apasionada fiesta, como le llamara Pepe Alameda, desde aficionado practico de postín, empresario, ganadero de reses bravas, sin dejar su faceta de aficionado de “hueso colorado” lo que le ha llevado a todos los confines de una fiesta que lleva tatuada en lo más profundo de su ser, que le ha llevado trasmitírsela con la misma pasión a sus hijos, hoy en día destacado hombre del comercio (sin olvidar su faceta de rejoneador) e igualmente de la medicina veterinaria su hija.
 
Hemos acordado vernos en el centro de otro nuevo proyecto entre cejas para Augusto, como es el de tener con la humildad que impone estos tiempos, una cuadra de caballos de pica y arrastre de mulos, que se han convertido en el poco tiempo que tiene trabajadolas, además de las puntuales citas que han salido, en sinónimo de garantía para el éxito de los festejos donde han salido al ruedo.
 
De allí que compartimos en el abrazador calor de la zona panamericana de una jornada entera de cómo se prepara -previa a las citas feriales de San Cristóbal y Mérida- estos equinos, cada uno con cualidades puntuales que le hacen ser especiales y de suma importancia al momento de su encuentro con el toro en el ruedo, fin y propósito de tenerlas con el mimo y celo que se les cuida.
 
Caballos de pica para una suerte a plenitud
 
Comenzamos conociendo lo que implica tener que trabajar con una limitada cuadra de caballos como la que conforman «Juancho» y «Tifón», par de percherones que traídos de potros desde Colombia se han acostumbrado y limado resabios propios de animales a los cuales la presencia de un toro bravo, con su ímpetu y pujanza, les impone.
 
“Son animales muy nobles, a los cuales hay que saber entender y en especial, trabajarles con la disciplina que impone adecuarles a lo que son momentos puntuales de la lidia. Es el caso que necesitan acostumbrarse al peso del peto, al del picador, al momento de estrés que supone estar recibiendo la embestida del toro al momento de recargar y sobre todo que tengan una doma adecuada a las exigencias de la circunstancias que de la misma manera exigen los piqueros de turno”, son palabras de Augusto, atento a las labores de herraje de los cascos de «Tifón», precioso percherón negro, al que se le tiene muchas expectativas de cara a estar presente en las inminentes ferias andinas.
Permanente es el cuido y atenciones que requiere los caballos y mulos que se utilizan como elementos necesarios en el curso de la lidia.
Es el herraje de un caballo de esta envergadura una labor nada fácil, que requiere la destreza de un hombre que conozca del comportamiento y reacciones de un caballo. Para eso el caballerizo Luis Ortiz se afana en darle el tiempo y espacio al imponente «Tifón» (mestizo frisón con percherón), para de esta manera calzarle las herraduras tanto de las patas como manos que estarían pendiente revaluar dentro de un mes, producto del constante trajín de un caballo, donde pisa terrenos húmedos y secos, que alteran la pezuña si se le descuida, generándole lesiones posteriores, de las que hay que cuidar.
 
Aprovechamos dichas tareas para hablar de diversas circunstancias que aquejan al toreo, empezando por el hecho a la hora que en la plaza de toros se lleve a cabo un tercio de varas con lucimiento los picadores de turno deben de contar con un caballo que le ofrezca garantías. “Son cosas básicas que debe de contar quien se expone a estar delante de un toro, con todas la fuerzas que impone el pararle con la puya antes de llegar al peto”, son parte de las conclusiones que Augusto señala en esta faceta de la que no descuida a otro protagonista de esta corta cuadra, como lo es el bello percherón «Juancho» (mestizo cuarto de milla con percherón), más veterano en la plaza, castaño imponente el cual ha tenido un desempeño destacado en las pocas ferias que el año pasado tuvo lugar en el país.
 
Son animales estos, de un gran sentido de inteligencia, que no olvidan el trato que se les da, y valga el termino, son agradecidos también en la formas y maneras de trabajarles diariamente, al sol y al agua, sin importar el día, todo con el propósito de verles lucir en su plenitud. Es por ello que regularmente tanto a «Juancho» y «Tifón» el picador Segundo Ramírez, picador y mayoral de la ganadería Los Ramírez les trabaje, exigiéndole para el momento crucial que implica la plaza de toros y todo el ambiente que representa como lo es el ruido, los olores y la presión de una plaza de toros, factores que animales tan sensibles como estos lo aprecian desde muchas horas antes de la corrida.
 
Al final de la tarde, tras habérsele colocado el herraje en las extremidades de «Tifón» el bello percherón, de gran alzada y poco más de 750 kilos de peso, luce sus cascos como si entrenara zapatos nuevos, aplomos a los que deberá acostumbrar con la agilidad y elegancia que impone un animal tan bello como pocos, privilegio que tienen quienes pasan horas y horas con ellos.
 
Un tiro de mulos de lujo que implica mucho más que simple arrastre
 
Otro elemento que observamos en nuestra visita al campo, es el meticuloso proceso que supone tener presentes en plaza, un tiro de mulos de primer orden como el que Augusto viene trabajando desde hace poco más de año y medio cuando de la misma manera que había necesidad de caballos de pica en Venezuela, también de un tiro de arrastre adecuado al momento que vive nuestra fiesta brava.
Mañana y tarde es la rutina que requieren los mulos de arrastre a estar presentes en una plaza de toros.
Los años son inexorables y fiel reflejo del tiempo, lo que hizo que la famosa cuadra del reconocido Dominguito Guimerá y sus hijos, diera relevo y envejeciera sin el recambio que se necesita para animales que tienen también un periodo de tiempo de máximo provecho. “De allí que nosotros conociendo como es el manejo de caballos, el que asumiríamos el compromiso de contar por lo menos con un par de caballos y unos mulos que nos saquen las pocas ferias que actualmente contamos”, señala Augusto.
 
Es así que de la misma manera se observara la trabajosa y persistente labor de entrenar un par de mulos, el cual nacieron en Santa Bárbara del Zulia en la yeguada La Victoria, de don Nelson Barboza, que han devuelto la vistosidad de lo que significa el honroso momento final de retirar los despojos de un toro de lidia, quien ha entregado su vida en pos de gloria arte su lidiador. Sus nombres le dan identidad propia a su importancia también, como es el caso de «Curro» y «Joselito», hijos de burros catalán con yeguas lusitanas, lo que les ofrece el tamaño y tracción necesarias para esta labor.
Meticuloso el trabajo llevar a una plaza de toros un tiro de arrastre.
“Son animales muy inteligentes, a las que hay que conocerles y poco a poco quitarles querencias y manías propias de animales. Se les entrena para que de manera solicita y natural retiren del ruedo un animal que ellos respetan, huelen a sangre y tienen que acercársele lo mayormente posible para con el tiro enganchado poder halarles y llevar al destazadero o patio de arrastre”, a simple vista lo que estos acémilos hacen simple, lo que muchas veces dejamos pasar desapercibidos al momento y fragor de un festejo taurino.
 
El colocarlos halar cauchos de tractor con altavoces al son de pasodobles toreros no es  más que una muestra del esfuerzo y meticulosidad que significa todo lo que implica los detalles en un festejo taurino, en aras de darle simplicidad a lo que detrás de ellos requiere cuantiosas horas de empeño.
 
La otra pasión, la de aficionado practico, etapa que languidece con el fragor del orgullo
 
Pocos aficionados prácticos se pueden dar el tupé de haber pisado y lucido en una plaza como lo ha hecho a lo largo de más de cuatro décadas Augusto Rodríguez Jáuregui, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
 
“Siento una satisfacción enorme por todo lo que he logrado alcanzar como torero, valga el termino, pues así me siento, cuando de corto con el respeto que impone, estar delante de una vaquilla o un novillo, de los varios que he tenido el privilegio de despachar. Lo he hecho con todo el cariño y orgullo que significa la responsabilidad de dar lo mejor de mí en ese momento de tanta compenetración que es estar allí. Pero pienso que el tiempo pasa y es hora de dar un paso al costado, con el recuerdo de tantos momentos felices que logrado vivir a lo largo de todos estos años”.
En el firmamento una más que merecida y final despedida se avizora para quien ha sido uno de los mejores aficionados prácticos que ha contado el toreo en Venezuela.
En la memoria de Augusto se agolpan tantos recuerdos que es difícil destacar uno en concreto, pero de todos estos, y tantos, uno resalta que cuenta con especial detalle: “En una de tantas ocasiones que toreamos por fuera del país, fui invitado por los ganaderos del hierro mexicano de La Estancia, don Alejandro Martínez Vértiz Riquelme y su esposa doña Gloria Barbachano de Martínez Vértiz, a su finca, tras haber actuado uno de sus hijos acá en Mérida en un festival de aficionados prácticos a finales de la década pasada. Las atenciones allá fuero enormes, con un cariño y admiración que lo hacían a uno estar más responsabilizado, exactamente en la localidad de San Luis de la Paz, Guanajuato. Días antes había tentado unas vaquillas de la ganadería Espíritu Santo, del recordado Pablo Labastida, encontrándome extraordinario con esa embestida tan particular del toro y vaca mexicana. Con don Alejandro Martínez Vértiz toreamos una de las vacas donde mejor me he encontrado, siendo testigo de ellos mis hermanos Otto (+) y Javier, disfrutando de lo que ha sido una de las cumbres mías. Al final, el ganadero quedo tan complacido que eso me ha llenado de satisfacción el que en los libros de su ganadería haya quedado registrado para la historia la tienta de una de sus vacas por este servidor, aprobando una vaca con nota destacada”.
En estos mismos potreros pastaron vacas, becerros, erales, novillos, toros y sementales del hierro El Trébol, proyecto que cumpliría una más que honrosa etapa.
Otro hierro especial para Augusto fue la divisa de Los Marañones, aquella ganadería que don Andrés Miguel Velutini (+) dio personalidad propia, y donde así mismo más de una anécdota han quedado grabada en las paredes de su particular plaza de tienta, la misma donde actualmente su propietario, don Balsamino Belandria, está trabajando con mucha afición en aras de reverdecer la gloria que en su momento tuvo.
 
Así, entrada la noche dejamos los linderos de estas tierras del Sur del Lago merideño, donde también se respira aroma de toro bravo y  en este caso a caballos de pica y mulos de arrastre que constituyen otra parte no reconocida por muchos que amamos este bello arte como es la fiesta brava.
De izquierda a derecha «Juancho» y «Tifón» junto, así como «Curro» y «Joselito».

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