Su familia ha encontrado el
cuerpo sin vida del maestro en su finca de Cáceres
Acaba de partir hacia la otra orilla la figura del
toreo con más clase de los últimos 45 años, por no redondear el medio siglo:
José María Manzanares. Padre, por supuesto, por no caer en equívocos con el
hijo que pasea en loor de multitudes el nombre de la dinastía. No ha amanecido
en su finca extremeña, y el cuerpo, que era cuerpo inmaculado de torero, tocado
por la varita/cincel de Dios, tampoco ha despertado cuando la mañana llamaba a
su puerta.
José María Dolls Abellán –nombre de pila bautismal- se
convirtió en el torero de Sevilla habiendo nacido en Alicante hace 61 años. Y
allí tomó la alternativa una tarde de San Juan de 1970 de manos de Luis Miguel
Domínguín y con El Viti de testigo. Lo parió el barrio de Santa Cruz
alicantino, homónimo de las sevillanas calles del otro barrio. Allí donde huele
a azahar. A Madrid, a la que llaman Monumental, le costó más rendirse al estilo
manzanarista. Hasta que lo hizo, por supuesto. No podía ser de otra forma. Pero
es curiosa la paradoja: el maestro salió antes a hombros por la Puerta Grande
de Las Ventas que por la del Príncipe maestrante, que sólo atravesó el día de
su repentina despedida como en un golpe de estado de la torería que se lanzó al
ruedo en 2006. Torero de toreros, le decían. Y así se fue y así vislumbró la
gloria del Guadalquivir sin cortar nunca las tres orejas exigidas. Su hijo le
acababa de cortar la coleta en aquella tarde mixta que compartía con Cayetano
Rivera Ordóñez en su presentación.
Su hijo. Punto y aparte para José María Dols Abellán. En
aquellos años en que Josemari trataba de hacerse camino con el peso de la reata
arrastras, al maestro le preocupaba como un sinvivir el porvenir de su hijo. No
le gustaban los apoderamientos que le salían al paso. Ni el de José Antonio
Martínez Uranga ni mucho menos el de Alejandro Sáez. Le traía aquello por la
calle de la amargura. Y de hecho reapareció exclusivamente para hacerle ver el
camino al vástago. Cómo había que vivir en torero las 25 horas del día si las
tuviera.
El único traje de luces que cuelga de mis paredes
Manzanares padre se preparó a fondo. Se entregó en varias
entrevistas abecedarias que contenían mensajes cifrados para Josemari hijo. Y
sin cifrar. Hablábamos entonces con cierta frecuencia, imagino que como puente
lanzadera de los códigos. Cuajó por entonces dos toros magistralmente: uno en
Algeciras, el otro en el Almagro. De aquél existe vídeo, de este último no. Lo
busqué sin descanso. No hubo manera. Pero el día de mi boda, hace una década
exacta, a falta de película, José María Manzanares se presentó con el vestido
de torear de aquella tarde que significó tanto. Es el único traje de luces que
cuelga en las paredes de mi casa, un tabaco y oro. Habita entre muchos
recuerdos.
En su empeño, consiguió que Josemari se fuera con don Pablo
Lozano, su faro de guía hasta aquella extraña, emocionante y repentina
despedida sevillana de 2006, como un exabrupto inesperado que derrumbó la
relación y la Puerta del Príncipe casi a patadas. Todos los toreros se tiraron
a una: Ponce, Litri, Padilla, Francisco Rivera Ordóñez... Incluso Cayetano
atravesó la gloriosa puerta andando, ensimismado en aquella procesión, como si
le cantaran el himno sajón "You never walk along". Como no caminara
solo Manzanares hijo, que ya regresa de México, de la tierra caliente donde la
noticia le ha cogido tan en frío. Toreaba este domingo. Ahora vuela hacia el
sepelio de su espejo. Su padre, su tutor, su maestro y finalmente su amigo.
ZABALA DE LA SERNA – Diario El Mundo de España
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