Hoy se cumple un aniversario más de su trágica muerte
… Y todavía le esperan para decirle lo que en vida no le dijeron,
cuánto le quisieron y lo mucho que le admiraron por su grandeza como hombre y
torero.
Víctor José López EL
VITO
Cuando César Girón
venía a Caracas se ufanaba de una relación secreta que tenía en Maracay. Nunca
reveló el nombre de la dama, aunque refería a manera de broma que ella, para
asegurarse de que regresaría esa misma tarde, le retenía un reloj Patek Philippe de platino que César apreciaba mucho.-Es una fiera, si
no regreso a tiempo se queda con el Patek.
Aquel 19 de octubre nos vimos brevemente a medio día en el
Mario’s. Una tasca que se había convertido en la sede de la tertulia de
taurinos, que César frecuentaba
junto con Iván Sánchez. Apenas
calentó asiento nos dijo que se iba hasta El Portón en El Rosal, donde se
reuniría con Julio García Vallenilla,
Carlitos García y sus hermanos, Curro y Efraín.
Curiosamente aquel 19 de octubre se reunieron con César algunas de las personas más
ligadas a su vida. Aquellos por quienes sentía sincero afecto. Fue como si de
una despedida se tratara. En ese momento en el Hotel Hilton había una reunión
de Marcos Branger, propietario de Tarapío, con taurinos portugueses. El ganadero
João Pinto Barreiro y el matador de
toros Mario Coelho. Vinieron a
Caracas para rematar las negociaciones de la importación de ganado bravo,
habiéndose escogido por las autoridades venezolanas la finca de Pinto Barreiro, para hacer la Estación
Cuarentenaria de acuerdo con las exigencias de Sanidad Animal Internacional.
Aquel 19 de octubre de 1971, aquella noche, me encontraba en
la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica. En compañía de mi hermana Milagros y de Francisco Pérez Avendaño escuchamos en la radio del carro a Carlitos González los comentarios del
juego de pelota y daba la noticia de un fatal accidente de tránsito en el que
había perdido la vida César Girón.
Sentí sobre mis hombros que se desplomaba el cielo, todo el
universo, un peso impresionante y aplastante, cuando dijo:
- En la autopista Regional del Centro en La Victoria, se mató César
Girón.
De inmediato me fui a la redacción de Meridiano en la Esquina
de La Quebradita. Jorge Cahue estaba
a punto de abordar una patrulla para dirigirse al sitio del accidente. Tomé su
lugar y junto con el fotógrafo Ennio
Perdomo, me trasladé de inmediato hasta el sitio donde había ocurrido el
fatal accidente. El fatal accidente ocurrió a las ocho y media de la noche, en
el kilómetro 73 de la Autopista Regional del Centro. Justamente, frente a una
gran chimenea de un viejo trapiche aragüeño.
César conducía un
Volkswagen Carmanggia, rojo y blanco,
propiedad de su hermana Columba.
Vencido por el sueño que produce la soledad al conducir estrelló el auto contra
la parte trasera de un camión Ford que viajaba, muy despacio y casi metido
dentro del hombrillo de la carretera, en la misma dirección que iba Girón. El conductor del camión era el
tachirense Parménides Chacón Colmenares,
natural de San Cristóbal. Su ayudante nos contó que lo que sintieron fue un
gran ruido, y que Chacón al sentir
el estruendo detuvo de inmediato el camión. El vehículo lo conducía muy
despacio y por el hombrillo.
Cuando Chacón
revisó el camión encontró a un carro rojo incrustado en la parte trasera. Parménides, naturalmente, no sabía que
se trataba de César, De inmediato
sacó el cuerpo herido y sin conocimiento de un hombre ensangrentado, metido
entre el amasijo de hierros torcidos que le abrazaban. Pidió ayuda a los coches
que a esa hora transitaban por la autopista, sin tener respuesta. Al rato,
luego que pasaron varios autos sin hacer caso a la solicitud de auxilio, se
detuvo un auto en el que viajaba el Gobernador del estado Portuguesa. Condujo a
César Girón hasta la Emergencia del
Hospital Central de Maracay.
Más tarde el gobernador relató que, al llegar al Obelisco,
monumento a la entrada de Maracay, sintió que César había dejado de existir. El cadáver de Girón fue recibido por los doctores Jorge Pernía y Henry
Burguera. Pernía nos declararía
que no sabía que el muerto era César.
Lo supo cuando registraron sus documentos. Burguera
indicó en su informe que la muerte fue casi instantánea, y que se debió al
hundimiento de la caja toráxica, en la que recibió un golpe muy fuerte del
volante del automóvil. El auto quedó completamente destrozado. Más tarde, ya en
el velatorio, Rafael Felice declaró
que se había opuesto a que César se
fuera a Maracay.
– Le acompañé junto a mi esposa y su hermano Efraín, hasta el peaje de la autopista
en Tazón. Discutimos muy fuerte, pero estaba empeñado en ir a buscar un reloj
que había dejado en Maracay.
Otro de los argumentos que esgrimía César era que tenía que viajar a Carora, a la ganadería de Los
Aránguez, para seguir sus entrenamientos porque quería estar como una
hojilla para las corridas de la Feria de Valencia, de la que era el
organizador. Cuenta Felice que César se lavó la cara en la caseta de
la Guardia Nacional, les dijo hasta luego, le dio la bendición a Efraín y se marchó. Felice Castillo se quedó muy
preocupado. Cuando consideró que había transcurrido el tiempo para que hubiera
llegado a su casa, llamó a Maracay. El teléfono estaba siempre comunicando.
Sonaba ocupado y pensó que era César
que había llegado a su casa, Sin embargo insistió, y al fin, cuando pudo
comunicarse, una de las hermanas de César
le informó que Girón había muerto.
El miércoles 21 de octubre por la mañana el corazón de
Maracay era un hervidero. El cadáver del gran torero fue llevado a la
Gobernación de Aragua. Era el edificio del antiguo Hotel Jardín, donde todo
había comenzado aquella tarde de mayo de 1945 cuando de niño intentó robarle el
traje de luces a Carlos Arruza. Más
tarde, su padrino de alternativa.
Foto sin duda alguna de rancia solera, en este caso los Hermanos Girón. De izquierda a derecha César, Rafael, Curro, Efraín, Pepe Luis y Freddy en sus años de plenitud y grandeza torera. |
Todos sabían que velaban a un venezolano singular, distinto,
rebelde, hombre de profundas contradicciones que le llevaron por los mismos
caminos al triunfo y al dolor. Siempre protestó el no sentirse reconocido en la
inmensidad de su propia verdad. El cadáver fue paseado por el ruedo de la plaza
de toros de La Maestranza de Maracay. La plaza se llenó de bote en bote, y del
pueblo, que llenó las gradas, surgieron impresionantes expresiones de dolor,
que calaron muy hondo en todos los presentes. Había vivido como murió, entre el
vértigo y la ilusión.
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