domingo, 11 de noviembre de 2018

¿Alguien sabe cuánto gana un torero?, fortuna o miseria, la fiesta es una ruina

El negocio taurino es inviable económicamente y se mantiene porque muchos no cobran.
 
ANTONIO LORCA
Diario EL PAÍS de Madrid

La liebre saltó el día que el taurino Toño Matilla reveló públicamente que Alejandro Talavante le había exigido un aumento de 15.000 euros en sus honorarios por cada actuación, y que desde 2015 a 2017 la facturación del torero había crecido un 44 por ciento.

El dato lo confirmaba y concretaba días después Simón Casas, el empresario de la plaza de Las Ventas: Talavante cobra en Madrid 240.000 euros por corrida, lo que supone el 50 por ciento de la taquilla neta. Y aportaba dos detalles importantes: “eso es justamente lo que ganan las máxima figuras”, y añadía que “la afición tiene que saber que eso es una economía insostenible que altera gravemente el futuro de la fiesta”.

Un tercer taurino, empresario de plaza también muy relevante, se ha sorprendido en privado de que se hagan públicos estos datos, se supone que para evitar que algún rezagado se suba al carro de las exigencias económicas.

Recuérdese que en abril de 2013, el empresario de la plaza de Sevilla, Ramón Valencia, declaró que la empresa había perdido 96.000 euros el Domingo de Resurrección, y no por falta de público, sino por los altos emolumentos de los toreros. “Cada vez es más difícil compaginar economía y carteles rematados”, diría después.

*** “Estamos instalados en el reino de la locura”, aseguran los empresarios.

Unos meses más tarde, el propio Valencia y Eduardo Canorea, socios entonces en la gestión de la Maestranza, denunciaron en un encuentro con periodistas “la intransigencia y pasividad de todos los integrantes para afrontar la crisis económica y establecer estrategias de futuro”. “No es posible rebajar el precio de las entradas si no bajan los costes de la fiesta”, añadieron.

Y hubo más perlas:

“Si la fiesta no se cuida, morirá”.

“Los bolsillos están secos”.

“Los taurinos somos como los alacranes, que nos damos picotazos a nosotros mismos”.

“Los toreros no están por la labor, los ganaderos lo pasan mal, los subalternos no quieren saber nada de reducción, y los propietarios de las plazas, tampoco”.

“El que puede dar un bocado, lo da, y, cuanto más grande, mejor para él”.

Y el asunto terminó con una conclusión dramática: “Estamos instalados en el reino de la locura”.

Recuérdese, también, cuál fue la reacción de los toreros a estas declaraciones: Morante de la Puebla, José María Manzanares, El Juli, Alejandro Talavante y Miguel Ángel Perera decidieron boicotear la plaza sevillana mientras Valencia y Canorea continuaran al frente de la misma. No se anunciaron en la temporada de 2014, y solo Morante y Manzanares volvieron al año siguiente. Y el asunto quedó zanjado sin solución.

Con este escenario se podrían alcanzar algunas conclusiones:

1ª.- Si una figura gana en Madrid la mitad de la facturación neta de la taquilla, y un cartel ‘rematao’ en Sevilla produce unas pérdidas de 96.000 euros, es de suponer que, en términos relativos, los toreros de postín mantienen sus exigencias en el resto de las plazas. Ahí está el caso de la pasada feria de la localidad almeriense de Roquetas de Mar, en la que, según acuerdo del Ayuntamiento, los integrantes de los dos carteles se embolsaron 321.750 euros: El Juli, 90.750; Manzanares, 60.000; Roca Rey, 50.000; Ponce, 45.000; El Fandi, 40.000 y Miguel Ángel Perera, 36.000 euros.

*** Muchos toreros y ganaderos no ganan para vivir.

2ª.- Si la base de cualquier feria son las figuras, y estas abocan necesariamente a pérdidas en el balance final, el mantenimiento del negocio descansa sobre arenas muy movedizas.

3ª.- A las pretensiones económicas de las figuras hay que añadir, qué duda cabe, los costes de los compañeros de cartel, los toros, la apertura de la plaza, el pago de impuestos, los salarios del personal, el canon de la propiedad y la ausencia de patrocinadores.

4ª.- Una conclusión apresurada podría ser que la situación económica de la fiesta es un puro desastre, en el que los empresarios pierden cada tarde. Y si es así, ¿cómo es que sobran aspirantes para gestionar todas las ferias taurinas de este país?

5ª.- Algo falla en este escenario. Si con los datos en las manos, la fiesta de los toros es una ruina, una de dos: o es una mentira como una casa o alguien trabaja gratis. Y más bien parece cierto lo segundo.

6ª.- ¿Quién trabaja gratis en el negocio taurino? O, mejor dicho, ¿quién cobra, por lo general, muy por debajo de sus pretensiones y necesidades?

7ª.- Si los subalternos y el personal de las plazas exigen el cumplimiento de su convenio; si Hacienda cobra lo suyo y los propietarios lo pactado en los pliegos, solo quedan toreros y ganaderos.

8ª.- ¿Cuánto cobra un torero que no está en las alturas del escalafón? ¿Y un ganadero que no es del agrado de las figuras? Nada se sabe con certeza, porque el secretismo más absoluto reina en el negocio taurino, pero se podría asegurar sin temor a error que la mayoría de toreros y criadores de toros no ganan para vivir. La austeridad, la ayuda de la familia y trabajos temporales en invierno sostienen la existencia de los que se visten de luces y otras actividades empresariales permiten a los ganaderos sortear las dificultades.

¿Por qué se producen tantas rupturas de apoderamiento a final de temporada? Sencillamente, porque el torero considera que ha toreado menos de lo que merece y la exigua liquidación económica es una desagradable sorpresa.

Dicho de otro modo: si todos los actores del espectáculo cobraran por la labor que realizan, la fiesta ya no existiría. Los costes superan ampliamente la facturación de cada festejo.

Dice Simón Casas que él está dispuesto a poner sobre la mesa los datos que sean necesarios para demostrar la inviabilidad económica de la fiesta. No será verdad; como tampoco será que alguna vez se sepa cuánto cobra realmente un torero o un ganadero por esas plazas de segunda y tercera.

El espectáculo taurino es una ruina, pero a pocos parece preocupar; ahí sigue, fundamentalmente, porque muchos de sus actores aceptan malvivir con la esperanza de alcanzar algún día la consideración de figura y cobrar los 240.000 euros que se ha embolsado Talavante en Madrid. Y para inmensa mayoría, esa no deja de ser una fantasía.

Y de ese sueño viven unos pocos listos…

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