lunes, 11 de julio de 2022

FERIA DE SAN FERMÍN – SÉPTIMO FESTEJO DE ABONO: Colombo, banderillero de alto riesgo

El torero venezolano cuaja dos celebrados tercios de caro mérito y prueba su categoría con la espada. *** Corrida muy astifina de Cebada. *** Distinguido Román con el mejor toro.
BARQUERITO
Especial para VUELTA AL RUEDO
 
LOS TOROS astifinos de Cebada Gago lo son desde la cepa al pitón. Las puntas, como ganzúas. Los cuernos parecen garfios. Llevaban sin asomar la cara por Pamplona cuatro años. Un violento diluvio forzó la suspensión de la corrida sorteada en 2019. No se sabe si el regreso despertó particular excepción, los días de mayor gloria de la ganadería en sanfermines empiezan a parecer remotos, pero sigue viva la leyenda del peligro que los toros de Cebada provocan en el encierro. Para acrecentarla, la carrera de la mañana, con la manada partida en tres partes, dos toros por delante de los mansos de guía a galope tendido y un toro de cola que se volvió y estuvo a punto de sembrar el pánico. El valor y la pericia de dos corredores con horas de vuelo evitó lo que podría haber sido un tragedia.
 
Ese toro rezagado, que en la plaza apaleó e hirió a un mozo que se había quedado pegado a las tablas, fue el primero de corrida y el más armado de los seis. Imponente. Bizco: engatillado el pitón izquierdo, curvo y recogido el derecho, amplísima la pala. Geniudo de partida, suavizado por dos varas severas, la sangre hasta la pezuña, no fue propicio ni sencillo. Se arrancó de largo al primer cite de Juan Leal plantado de hinojos en la boca de riego, y tomó engaño y repitió en una primera tanda de las de ver solo muleta. Rebrincado, de corto recorrido, fue toro peleón, de volverse pronto, igual que por la mañana en el encierro. Leal no estuvo a gusto ni siquiera cuando, como tiene por norma, optó por acortar distancias y encajarse en ellas. Cercado, protestó el toro. Un desarme. Cruzar con la espada fue prueba de alto riesgo. Dos pinchazos, otro desarme, una estocada. Cuando rodaba sin puntilla el toro, sonó un aviso.
 
El segundo fue el de menos peso y poder de todos. Por arriba -las banderas de apertura de la faena de Román-, a su aire; por abajo, se rebrincó, echó la cara arriba, solo medios viajes regañados, ninguna gana. Soltando el engaño, Román cobró una estocada de efectos letales.
 
El tercero salió con más alegría que ninguno. Había sido por la mañana uno de los dos campeones de la falsa milla pamplonesa y parecía que todavía estaba corriendo doce horas después. Una de las mejores noticias de estos sanfermines es lo cuidado que está el piso de plaza, asentado, sin ventaja para ninguna de las partes en combate, impecable a pesar del trasiego de las vaquillas que se sueltan después del encierro. No se ha caído ni un solo toro en lo que va de feria.
 
Sobre esa pista se empleó con caro estilo este tercer cebada, que en banderillas arreó como un verdadero cohete. Colombo puso a la gente de pie con un tercio de banderillas de soberbias facultades, reuniones precisas y clavadas ligeramente traseras, pero tan contundentes que se jalearon en serio. El sol fue un volcán. Y con el sol se empeñó en mantener una larga charla gestual Colombo en una faena que no tomó forma ni vuelo. Al enganchar tela, el toro se indispuso y casi descompuso, la cara arriba, punteos de muleta, genio. Sin soltarse el torero venezolano, obligado a hacer la noria un par de veces y al fin decidido con la espada, que es uno de sus puntos fuertes.
 
Dos de los tres toros de la segunda mitad fueron negros. De sangre Núñez por evidentes apariencias. Ensillado el cuarto, de distinguido porte un lindo quinto cárdeno, flacote y largo, descarado y veleto un sexto musculado de hechuras muy fijadas en la ganadería. El cuarto fue el más agrio y distraído de los seis. Leal se empeñó en una faena porfiona.
 
El quinto, de cuello agaitado y elástico, tardó en romper y, sin llegar a hacerlo del todo, metió la cara y descolgó con son del bueno. Román acertó a entenderse con él, a traérselo por delante y ligarlo, y hasta dejarse ir en tres tandas templadas con la mano izquierda, que fue la buena del toro. Al segundo viaje, soltando el engaño, una estocada.
 
Aunque manseó en el caballo, el sexto, lanceado con buen aire por Colombo, atacó en tromba en banderillas y entonces se vivieron los momentos más calientes de toda la tarde. El tercio fue aparatoso, pero ligero de tiempos, y de riesgo manifiesto. Dos primeros pares de poder a poder -facultades, acierto- y un tercero cambiando el viaje por dentro de mérito mayor. Rugió la gente. La escuela de los banderilleros venezolanos sigue funcionando. Y la estela de El Fandi, también. Los doblones con que Colombo abrió faena, poderosos, muy toreros, fueron presagio de faena mayor. Y no tanto. En los tirones, protestó el toro, que tuvo nobleza. A golpes, fue, con todo, faena valerosa. O, como viene diciéndose, comprometida. De buen aguante y clara decisión. La estocada fue fantástica.
 
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Cebada Gago. El tercero, con el hierro de Salvador García Cebada
 
Juan Leal, aplausos tras aviso y silencio.
Román, aplausos y vuelta.
Jesús Enrique Colombo, ovación y una oreja.
 
Tito Sandoval y Santiago Chocolate cobraron notables puyazos.
 
Pamplona. 7ª de San Fermín. Muy caluroso. Casi lleno. 18.500 almas. Dos horas y cuarto de función.
 
POSDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Los que conocieron la Burlada de los años 50 y 60 la recuerdan casi como un edén. Un paraíso perdido. Cuesta reconocer a primera vista su rastro. No es que esté escondido, pero al edén se llega andando y pisando sendas de tierra. Desde la calle de San Francisco, que es sin contar la calle Mayor la más larga de Burlada, su ronda sur, sale la vía más corta y directa. En apenas dos centenares de pasos te plantas en el punto donde convergen el Parque Fluvial del Arga y el paseo ribero de la Nogalera, que es una hermosa pradera comunal.
 
Aquí eran las fiestas antiguas. Un jugador de Osasuna se enamoró de una burladesa de ojos azules y se casó con ella. Conozco a los nietos. Algo es algo. A imitación de Pamplona, en las fiestas de agosto los mozos de  Burlada empezaron a vestirse de blanco y rojo hace muchos años. Eso me han contado esta tarde en los toros. Se soltaban vaquillas en algún cercado. Burlada no tiene ni ha tenido nunca plaza de toros. Mejor dicho, la tiene. Monumental y centenaria. Pero hay que coger la villavesa cuesta arriba. Hasta la plaza de las Merindades, que es una de las dos plazas lanzadera de Pamplona, o hasta la parada del seminario y la gasolinera.
 
En días de calor, lo mejor es apearse en la gasolinera y caminar hasta la plaza siguiendo el paseo de la Media Luna, por donde corre el aire y desde donde se contemplan las huertas de la Magdalena, el único barrio rural de Pamplona, accesible solo a pie, paso obligado de peregrinos y flaneurs sin rumbo, entre los cuales me cuento. La villavesa suele venir cargada desde Villava y Huarte, y la Media Luna es una liberación. Los viajeros franceses de un día sestean en los parterres del parque. El lugar es silencioso. El enlosado es una verdadera maravilla, pero la mirada se fija en los horizontes -Burlada no se ve apenas- y cae sobre el talud hasta el río, que viene de Burlada precisamente, pero
mucho menos cantarín y más densas las aguas.
 
En las aguas del Arga, y junto al puente viejo, trabajaban las lavanderas de Burlada, que no tienen la leyenda de las de Pamplona, pero aparecen en algún grabado. El grabado trata de inmortalizar el puente, que ha estado amenazado de demolición muchas veces, pero ha sobrevivido y, restaurado, tiene un aire medieval. Nada que ver con el encanto de las pasarelas de ni con el puente de la Magdalena, pero no deja de ser un puente para cruzar de una orilla a otra. La margen izquierda del Arga no es Burlada. No vayamos a equivocarnos…

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