El
torero venezolano cuaja dos celebrados tercios de caro mérito y prueba su
categoría con la espada. *** Corrida muy astifina de Cebada. *** Distinguido
Román con el mejor toro.
BARQUERITO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
LOS TOROS
astifinos de Cebada Gago lo son desde la cepa al pitón. Las puntas, como
ganzúas. Los cuernos parecen garfios. Llevaban sin asomar la cara por Pamplona
cuatro años. Un violento diluvio forzó la suspensión de la corrida sorteada en
2019. No se sabe si el regreso despertó particular excepción, los días de mayor
gloria de la ganadería en sanfermines empiezan a parecer remotos, pero sigue
viva la leyenda del peligro que los toros de Cebada provocan en el encierro.
Para acrecentarla, la carrera de la mañana, con la manada partida en tres
partes, dos toros por delante de los mansos de guía a galope tendido y un toro
de cola que se volvió y estuvo a punto de sembrar el pánico. El valor y la
pericia de dos corredores con horas de vuelo evitó lo que podría haber sido un
tragedia.
Ese toro rezagado, que en la plaza apaleó e hirió
a un mozo que se había quedado pegado a las tablas, fue el primero de corrida y
el más armado de los seis. Imponente. Bizco: engatillado el pitón izquierdo,
curvo y recogido el derecho, amplísima la pala. Geniudo de partida, suavizado
por dos varas severas, la sangre hasta la pezuña, no fue propicio ni sencillo.
Se arrancó de largo al primer cite de Juan Leal plantado de hinojos en la boca
de riego, y tomó engaño y repitió en una primera tanda de las de ver solo
muleta. Rebrincado, de corto recorrido, fue toro peleón, de volverse pronto,
igual que por la mañana en el encierro. Leal no estuvo a gusto ni siquiera
cuando, como tiene por norma, optó por acortar distancias y encajarse en ellas.
Cercado, protestó el toro. Un desarme. Cruzar con la espada fue prueba de alto
riesgo. Dos pinchazos, otro desarme, una estocada. Cuando rodaba sin puntilla
el toro, sonó un aviso.
El segundo fue el de menos peso y poder de todos.
Por arriba -las banderas de apertura de la faena de Román-, a su aire; por
abajo, se rebrincó, echó la cara arriba, solo medios viajes regañados, ninguna
gana. Soltando el engaño, Román cobró una estocada de efectos letales.
El tercero
salió con más alegría que ninguno. Había sido por la mañana uno de los dos
campeones de la falsa milla pamplonesa y parecía que todavía estaba corriendo
doce horas después. Una de las mejores noticias de estos sanfermines es lo
cuidado que está el piso de plaza, asentado, sin ventaja para ninguna de las
partes en combate, impecable a pesar del trasiego de las vaquillas que se
sueltan después del encierro. No se ha caído ni un solo toro en lo que va de
feria.
Sobre esa
pista se empleó con caro estilo este tercer cebada, que en banderillas arreó
como un verdadero cohete. Colombo puso a la gente de pie con un tercio de
banderillas de soberbias facultades, reuniones precisas y clavadas ligeramente
traseras, pero tan contundentes que se jalearon en serio. El sol fue un volcán.
Y con el sol se empeñó en mantener una larga charla gestual Colombo en una
faena que no tomó forma ni vuelo. Al enganchar tela, el toro se indispuso y
casi descompuso, la cara arriba, punteos de muleta, genio. Sin soltarse el
torero venezolano, obligado a hacer la noria un par de veces y al fin decidido
con la espada, que es uno de sus puntos fuertes.
Dos de los tres toros de la segunda mitad fueron
negros. De sangre Núñez por evidentes apariencias. Ensillado el cuarto, de distinguido
porte un lindo quinto cárdeno, flacote y largo, descarado y veleto un sexto
musculado de hechuras muy fijadas en la ganadería. El cuarto fue el más agrio y
distraído de los seis. Leal se empeñó en una faena porfiona.
El quinto, de cuello agaitado y elástico, tardó en
romper y, sin llegar a hacerlo del todo, metió la cara y descolgó con son del
bueno. Román acertó a entenderse con él, a traérselo por delante y ligarlo, y
hasta dejarse ir en tres tandas templadas con la mano izquierda, que fue la buena
del toro. Al segundo viaje, soltando el engaño, una estocada.
Aunque
manseó en el caballo, el sexto, lanceado con buen aire por Colombo, atacó en
tromba en banderillas y entonces se vivieron los momentos más calientes de toda
la tarde. El tercio fue aparatoso, pero ligero de tiempos, y de riesgo
manifiesto. Dos primeros pares de poder a poder -facultades, acierto- y un
tercero cambiando el viaje por dentro de mérito mayor. Rugió la gente. La
escuela de los banderilleros venezolanos sigue funcionando. Y la estela de El
Fandi, también. Los doblones con que Colombo abrió faena, poderosos, muy
toreros, fueron presagio de faena mayor. Y no tanto. En los tirones, protestó
el toro, que tuvo nobleza. A golpes, fue, con todo, faena valerosa. O, como
viene diciéndose, comprometida. De buen aguante y clara decisión. La estocada
fue fantástica.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Cebada Gago. El tercero, con
el hierro de Salvador García Cebada
Juan Leal, aplausos tras aviso y silencio.
Román, aplausos y vuelta.
Jesús Enrique Colombo, ovación y una oreja.
Tito Sandoval y Santiago Chocolate cobraron
notables puyazos.
Pamplona. 7ª de San Fermín. Muy caluroso.
Casi lleno. 18.500 almas. Dos horas y cuarto de función.
POSDATA
PARA LOS ÍNTIMOS.- Los que
conocieron la Burlada de los años 50 y 60 la recuerdan casi como un edén. Un
paraíso perdido. Cuesta reconocer a primera vista su rastro. No es que esté escondido,
pero al edén se llega andando y pisando sendas de tierra. Desde la calle de San
Francisco, que es sin contar la calle Mayor la más larga de Burlada, su ronda
sur, sale la vía más corta y directa. En apenas dos centenares de pasos te
plantas en el punto donde convergen el Parque Fluvial del Arga y el paseo
ribero de la Nogalera, que es una hermosa pradera comunal.
Aquí eran
las fiestas antiguas. Un jugador de Osasuna se enamoró de una burladesa de ojos
azules y se casó con ella. Conozco a los nietos. Algo es algo. A imitación de
Pamplona, en las fiestas de agosto los mozos de
Burlada empezaron a vestirse de blanco y rojo hace muchos años. Eso me
han contado esta tarde en los toros. Se soltaban vaquillas en algún cercado.
Burlada no tiene ni ha tenido nunca plaza de toros. Mejor dicho, la tiene. Monumental
y centenaria. Pero hay que coger la villavesa cuesta arriba. Hasta la plaza de
las Merindades, que es una de las dos plazas lanzadera de Pamplona, o hasta la
parada del seminario y la gasolinera.
En días de
calor, lo mejor es apearse en la gasolinera y caminar hasta la plaza siguiendo
el paseo de la Media Luna, por donde corre el aire y desde donde se contemplan
las huertas de la Magdalena, el único barrio rural de Pamplona, accesible solo
a pie, paso obligado de peregrinos y flaneurs sin rumbo, entre los cuales me
cuento. La villavesa suele venir cargada desde Villava y Huarte, y la Media
Luna es una liberación. Los viajeros franceses de un día sestean en los
parterres del parque. El lugar es silencioso. El enlosado es una verdadera
maravilla, pero la mirada se fija en los horizontes -Burlada no se ve apenas- y
cae sobre el talud hasta el río, que viene de Burlada precisamente, pero
mucho menos
cantarín y más densas las aguas.
En las aguas
del Arga, y junto al puente viejo, trabajaban las lavanderas de Burlada, que no
tienen la leyenda de las de Pamplona, pero aparecen en algún grabado. El grabado
trata de inmortalizar el puente, que ha estado amenazado de demolición muchas
veces, pero ha sobrevivido y, restaurado, tiene un aire medieval. Nada que ver
con el encanto de las pasarelas de ni con el puente de la Magdalena, pero no
deja de ser un puente para cruzar de una orilla a otra. La margen izquierda del
Arga no es Burlada. No vayamos a equivocarnos…
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