Este lunes en la quinta corrida de la Feria
de San Fermín en Pamplona
El
venezolano conquista con su populismo la única oreja de los decepcionantes
cebadas; Román (igualmente anunciado para la septembrina Feria de Tovar) da una
vuelta al ruedo con el de más opciones
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL
MUNDO de Madrid
Todo el terror de los cebadas se perdió por las
calles de la amanecida de Pamplona, su pretendida bravura, su raza de sílex.
Desfilaron por la tarde una piara de seres desbravados, ayunos de poder,
astifinísimos como toda condición ofensiva. Las puntas como símbolo de un
trapío difuminado de remate, desinvertido de pienso. Alguno más alimentado
podría hacer pensar que la ganadería de los Herederos de Cebada Gago no anda
dejada de la mano de Dios. Pero hubo dos últimos episodios a los que se
agarraran los más creyentes en su fe como emblema torista.
Antes del fracaso definitivo apareció la penúltima
esperanza con el fino salpicado que se hacía cárdeno a ojos de los mortales. De
contado poder pero notable humillación y, sobre todo, con una forma de darse
atemperada y muy franca. Román le cogió con su izquierda el aire amexicanado,
ese pulso que prendió en naturales larguísimos. La buena estructura de la
faena, lo desarrollado en series que encontraron su eco, se perdió un tanto a
última hora por apurarla innecesariamente. El camino de la oreja, lo truncó la espada.
Y la vuelta al ruedo fue el consuelo.
Fue
precisamente la espada, pero no sólo, la que le dio a Colombo el único trofeo
de la tarde. El debutante venezolano entabló continuos diálogos populistas con el
sol, mitinero en sus arengas que lo espoleaban. Ese flequillo para arriba y
para abajo, esas piernas que impulsarían un container, que explotan en
banderillas un show. El Fandi del Orinoco [con perdón y permiso de El Fandi] se
lo curró con el avacado sexto, que fue tobillero y polvorilla. Pero mejor eso
que la nada deslucida de los demás. Esos mismos portentosos cuádriceps para
brincar con los palos sirvieron para quitarse y ponerse, más quitarse que
ponerse, meterse por los cuellos y guerrear en permanente comunicación con la
peña. Luego, pegó un puñetazo en la mesa y se embolsó la oreja. Objetivo
conseguido.
Lo de
Colombo ya había ido más allá de la viveza, tan descarado y provocador con las
peñas de la solanera. A ellas fue dirigida toda su bulliciosa actuación con
aquel tercer toro, basto hasta las mazorcas, esa fea cabeza que usó para
defenderse siempre. Colombo derrochó toda la pirotécnica de largas cambiadas,
lances de rodillas y en pie hasta un recorte de Llapisera. Cualquier reclamo
valía. Apostó sin castigar ni sangrar al cebada, quitó por chicuelinas y
descorchó un tercio de banderillas atlético e incendiario. Tras ganarle la cara
al toro en dos pares pasados al cuarteo, bajo el sol volvió a irse hablándoles
a los bárbaros. Y allí, donde caían bocadillos, hielos y birras, agarró un
sombrero rojo de paja y clavó un par al violín que puso la plaza en pie. Los
pitones silbaron como balas por la espalda, por las hombreras y la nuca. Eso le
dio impulso para faenar con los cabezazos en su muleta, que tocaba por fuera,
no siempre por abajo, buscando las vueltas y revueltas al deslucido bicho, a
los peñistas, sin pretender la finura imposible en su tosquedad, sino el
objetivo prioritario del triunfo. Pero se precipitó con la espada y atacó justo
cuando el toro se distraía. Pinchó una vez y enterró una estocada defectuosa de
muerte lenta. La petición no cuajó y todo se frenó en el mismo saludo que sus
compañeros en los tres primeros.
Saltó el castaño de apertura con su cuerna
engatillada, afilada como cuchillos de Albacete, revoltoso en el capote de Juan
Leal, que le cambió los terrenos y se lo sacó a los medios. Picado y ahormado,
el cebadita no era nadie. Su descafeinada humillación le dio un carácter
manejable de menguante recorrido. De más a menos. Y siempre por la mano
derecha. Nunca terminó de salirse de la muleta, aminorando tramos en cada
serie. Leal, que arrancó explosivo, de rodillas sobre la misma boca de riego,
quiso conducirlo largo ya entonces. El pase cambiado quedó como un fogonazo. La
cosa fue decayendo entre algún chispazo para llamar la atención: una arrucina,
esta espaldina. El epílogo, también arrodillado, le salió embarullado. Y JL
pinchó su esfuerzo. El cuarto no valió ni para hacerlo.
Román mató al toro que no colaboró y no al bueno.
Vio potenciado su trasteo con una sensacional estocada. No había valido nada un
estrecho toro de cebada, lavado también de cara. Careció de remate, poder,
empuje y capacidad para descolgar. El torero anduvo despierto para darle
fiesta. Otro tipo de fiesta a la que vendría con Colombo.
FICHA DEL FESTEJO
Toros de Cebada Gago, cinqueños, astifinos;
de desigual remate y seriedad; deslucidos; destacaron el 5º y el complicado 6º.
Juan Leal, de verde hoja y oro. Dos
pinchazos y estocada. Aviso (saludos). En el cuarto, pinchazo y estocada
rinconera (silencio).
Román, de grosella y oro. Estocada
(saludos). En el quinto, pinchazo y estocada defectuosa (vuelta al ruedo).
Colombo, de sangre de toro y oro. Pinchazo y
estocada defectuosa (saludos). En el sexto, estocada (oreja).
Monumental de Pamplona. Lunes, 11 de julio
de 2022. Séptima de feria. Lleno.
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