JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
La corrida moderna comenzó, quizá no solo
coincidencialmente, con la revolución industrial. Finales del siglo XVIII, "de las luces" como lo llamó
Alejo Carpentier. La máquina de vapor, el tren, la fábrica, las urbes, la
democracia, él culto al confort, el consumismo, la polución, los públicos
masivos. Pedro Romero, Costillares, Pepehillo, las cuadrillas, las plazas
exclusivas, el traje de luces, el cartel, las ganaderías especializadas...
Ahora se dice con cierta verdad; "el toro (de torear) es una creación
humana". Producto de la selección, la manipulación genética, la
crianza, y hasta el entrenamiento (hay ganaderías con tauródromo). Industria
taurina, una necesidad.
Modernismo que el posmodernismo ha sofisticado,
privilegiando la forma sobre el contenido, el placer sobre el esfuerzo, el
estilo sobre la esencia. Posar, templar y ligar se cotiza más que parar, mandar
y cargar la suerte. El tercio de muerte ha diluido su esencia litúrgica,
alargándose tanto, que, obliga los avisos. Y se le llama "Faena", como si los otros dos no formaran parte de ella.
La muleta se hizo ambidiestra, prolija, retórica y más importante que la capa,
las varas, las banderillas. Incluso que la espada sacrificial.
Tal vez a todo eso se refería desolado El Guerra
cuando cayó su querido Joselito El Gallo en Talavera: "Ha muerto el ultimo torero". Es la religión de la época,
la del progreso, que justifica todo. Los tiempos exigen, las clientelas mandan,
las empresas viven del consumo, el rito se comercializa y el credo evoluciona
en el sentido de Groucho Marx: "Damas
y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros".
En consecuencia, los exégetas de la facilidad
predican contra los nuevos pecados del toro. ¿Qué fiero? ¡Marrajo! ¿Qué
cinqueño? ¡Viejo y resabiado! ¿Qué más de 550 kilos? ¡Zambombo! ¿Qué
muy armado? ¡Destartalado! ¡Qué renuente? ¡Degenerado! En aras
del espectáculo, el animal sagrado debe ser “bonito”
y dejarse.
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