miércoles, 20 de mayo de 2020

ESCRITOS DEL CONFINAMIENTO – Esponja de azufre. Mayores de sesenta. Puestas de sol. Simone Veil en un jardín. La Paloma. Rehabilitar Calatrava. El Perla. Barbastro. La Escala

Ignacio Álvarez Vara “BARQUERITO”
Especial para VUELTA AL RUEDO

POCO ANTES DE propagarse la plaga desaparecieron del escaparate de La Latina las dos cajitas de callicida Edi-Pa. Estaban en oferta, pero sus virtudes, encarecidas. En cada caja, una esponjita de piedra pómez sintética “que deja sus pies suaves y lisos en minutos”.  El nombre de registro: esponja de azufre callicida. El precio, tirado. Las esponjas naturales son indestructibles, esa es su fama, y se supone que la sintética de piedra pómez, tanto como las naturales. Al tacto y a la vista se hace extraña. Por el color, gris muy oscuro, pizarroso, y por su aspereza de pieza granulada, volcánica.

Una cajita sorpresa. Lo que sorprende es su peso tan liviano. Nadie se imagina que lo sea el peso de una esponja de baño seca. Ni siquiera después de largas absorciones. Pero de los poderes de la callicida se esperaría de partida algo más. Su función mayor es la de eliminar las durezas de los codos y, sobre todo, las de las plantas de los pies, más resistentes. Los callos de codo, en la infancia. Los de los pies, a partir de cierta edad. O sea, de los sesenta años.

La Latina es la farmacia más antigua del barrio. En la calle Toledo, enfrente del Hospital renacentista desaparecido hace tantos y tantos años. Los años de la peste. Si no están en el escaparate las esponjas callicidas, se habrán agotado las existencias. Clientes hay de sobra. La patente de la esponja latina, marca registrada, data de 1953. Lo aclara entre paréntesis la caja de cartulina tricolor. 

En La Contra de La Vanguardia de hoy, en una sabrosa entrevista, el gerontólogo Jesús Yanguas pondera los valores de la gente mayor. Mayor de sesenta. Unos cuantos puntos clave de la conversación. El confinamiento ha confirmado en los mayores “su madurez y su libertad, su autonomía personal y sus recursos emocionales” (cita literal). “Saben encontrar sentido y grandeza a lo más pequeño y cotidiano”. “Saben integrar emoción y cognición”. Séptima de las veintiuna preguntas de Lluís Amiguet, el entrevistador: ¿no se sienten (los mayores) más vulnerables? “Por supuesto. Y saben que lo son, pero saben gestionar mejor que un chaval de veinte años su debilidad, y asumirla y darle respuesta práctica”.  Etcétera. “Son sabios”. Está comprobado que “ser autónomo y autosuficiente es primordial, media vida, y que no lo es tanto el estar solos o en pareja”.

Todo lo cual explica que parezca tan segura la gente mayor que pasea sola entre las diez y las doce de la mañana. O, dentro de un rato, entre las siete y las ocho. El cambio del  horario continental de primavera priva a los mayores de la contemplación del ocaso, no por proyectarse en él, sino para disfrutar de su luz serena. Si es en Madrid, desde el mirador de El Ventorrillo, por ejemplo. O desde la pantalla del Viaducto. O desde la cornisa de San Francisco siempre que procures no echar la vista atrás. La ley del kilómetro –el radio máximo fijado para caminar en los meses de alarma- solo amplía el perímetro del confino. Las Vistillas son regalo para los vecinos del viejo Madrid.

Son de momento inaccesibles otros enclaves señeros. El templo de Debod; los miradores de Rosales, Eduardo Rosales, el pintor romántico; la Moncloa, bien el Faro, bien la explanada del Museo de América; la Dehesa de la Villa; o de cualquiera de las curvas de las Carretera de la Playa –Cardenal  Herrera Oria-  en la bajada hacia Somontes luego de pasar el cruce de Islas Aleutianas.

Tomad el asiento de copiloto en cualquiera de las dos líneas de autobús municipal que bajan serpeando la avenida en dirección a la antigua playa, la fluvial sobre el Manzanares, y el Instituto Llorente. La 130, que viene desde Mirasierra, y la 82, procedente de la estación de Pitis. En invierno, comienza el anochecer a eso de las seis. Dos horas más tarde en primavera. Dentro de justamente un mes, a las nueve menos cuarto de la noche del 20 de junio, el Sol en Cáncer, entra el verano. Y a las cinco menos cuarto de la mañana del 21 saldrá en sol, según el infalible Calendario Zaragozano. El día más largo del año. Con la luna nueva, avisa el Calendario, “aumentará el calor” y “los nublados, abundantes, estallarán en tempestades y chubascos que mitigarán los ardores del ambiente”.

Hoy se pondrá el sol a las nueve y media. Conviene disfrutar de la última semana de silencio. En cuanto Madrid supere los requisitos del cambio de fase, los dueños de terrazas del barrio se tomarán a modo venganza. Nuestro barrio, en el corazón de la diana. A partir del lunes el Ayuntamiento aprobará para terrazas nuevos horarios –abiertas desde las diez hasta las dos de la mañana, catorce horas diarias-, permitirá doblar el espacio para mesas y consentirá hasta más allá de la medianoche voces cruzadas, ruidos y música de tralla. Una salvajada. El final de la tregua. “SOS. (firmado) Madrid Centro”: la pancarta amarilla que reivindica los derechos de los vecinos de la ciudad vieja por cientos de balcones. Sufrirán las aves de barrio, como bien las llaman los ornitólogos cualificados. Y sufrir, el gorrión más que ninguno. Se acabó el jugar en el tejadillo del jardín de Anglona. Y cantar de esa manera.

Ha comenzado la cuenta atrás del confino. La temperatura se ha disparado. Treinta grados al mediodía. La cola de Correos no pasaba esta mañana del cruce de San Isidro Labrador y, menguada, se recogía en espiral. Había más gente a las puertas del Samur social, justamente enfrente, en el despacho municipal que fue antes Casa de Socorro, y eso sigue a su manera siendo. Los que esperan frente a las cancelas del Samur se agolpan, cargan con bultos y bártulos pesados. Del desahucio te llevas contigo lo poco que tengas. La ropa de invierno puesta.

El jardíncillo  de Calatrava lleva el nombre de Simone Veil. Durante el mandato de Carmena en la alcaldía, en el cambio de nombres del callejero o en la nominación de espacios nuevos, el feminismo impuso cuotas de nombres de mujeres españolas rescatadas del olvido –maestras represaliadas después de la Guerra, por ejemplo- y, además, el reconocimiento de figuras políticas tan señaladas como Simone Veil, que fue presidenta del Parlamento Europeo y, antes de eso, la ministra de Sanidad que despenalizó en Francia el aborto. Y todavía antes que una y otra cosa, interna de Auschwitz, superviviente del holocausto junto a dos de sus hermanas. Sus padres, confinados con sus hijas, no regresaron jamás.

El edificio de Calatrava 40, de ladrillo visto pero de distintos colores, rompe con el rigor del neomudéjar preceptivo. Parece construido años después del sarampión del falso mudéjar sofocante tan común en el Madrid de 1875 a 1925. Colegios, iglesias, casas de vecinos, fábricas, una plaza monumental de toros.
Siguiendo la ruta del jardín, pasado el cruce de la calle del Águila, aparece en la explanada de Isabel Tintero -¿calle o plaza, ninguna de las dos cosas?-  la fachada de la iglesia de la Paloma o de San Pedro el Real. Fachada neomudéjar de dos torres con sedicentes arcos góticos intercalados en el cuerpo central. La Paloma es la virgen pobre de devocionario madrileño. La popular, la de barrio. El colegio de Lasalle adosado es otra pieza neomudéjar, mucho mejor acabada que la iglesia. La plaza, muy arbolada, camufla la portada de la Paloma.

El 15 de agosto sacan en procesión la imagen, que no es una talla sino un lienzo pintado rescatado de un anticuario que lo compró por el valor de la madera del marco y no por la pintura, que tiene sello de arte naïf. Procesión y verbena. La Verbena de la Paloma, la obra maestra del género chico.  “Por ser la Virgen de la Paloma, un mantón de la China, na, un mantón de la China, na, te voy a regalar” (La copla del coro de hombres). Música de Tomás Bretón. Letra de Ricardo de la Vega. El feminismo militante ha hecho la vista gorda: un boticario, dos chulapas, un cajista de imprenta, la señá Rita, “Julián, que tiés madre…!” la botillería y una jarrita de limoná. Y hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad...

De los edificios modernos de realojo de la Gran Vía de San Francisco habría que hablar no poco. Las oficinas del WWF estaban siendo sometidas a una desinfección integral. En la galería alta de cristales opacos vuelan pintadas dos golondrinas. La casa de cata de vinos de Isabel Tintero –Al Qatar- parece cerrada para siempre. La bodega de Madreño, a dos pasos, soberbia, muy completa, habrá arruinado el invento.

El 8 de la calle de la Paloma, poco antes de llegar a Madreño, es una corrala de solo dos plantas, bajo y primero. Treinta y seis vecinos. Al ver la fachada de El Perla, con su rótulo de viejo bar intacto, cabe pensar que la calle Calatrava puede llegar a tener arreglo. Costará. El Ultramarinos donde trabajaba Faustino Sobrino el de Gómez Narro ha sido remozado y repintado, pero, echado el cierre, imposible adivinar qué negocio se maneja. El taller de Encuadernación funciona. Han caído como moscas uno tras otros los muchos que había en el barrio.

En la taberna Braña, Mediodía Grande, paraba a desayunar y tapear el abuelo taxista de doña Leticia Ortiz, la Reina de España. Una placa de azulejo lo recuerda. El garaje Cantabria, al lado, es de los  antiguos. En superficie. Fachada en hastial, como los palacios de la Liga Hanseática. La espartería de Juan Sánchez, enfrente, abierta y trabajando. Se iba echando la hora. Provisiones en la Cebada: tomate rosa de Barbastro. De Barbastro de verdad. Con su sello de garantía, su precio prohibitivo y su suave textura casi dulce. Y cuatro anchoas de bote de La Escala. De Casa Sureda.

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