miércoles, 21 de septiembre de 2016

DESDE EL BARRIO: S.O.S. novilladas

PACO AGUADO

Mientras el toreo anda divagando, sin concretar soluciones, acerca de otras cuestiones de mayor o menor trascendencia, las novilladas agonizan a pasos agigantados. La reducción de festejos menores en España ha sido tan drástica en los últimos años que el futuro del espectáculo, incluso a medio plazo, se ve seriamente amenazado por la base sin que el sector haya tomado verdadera conciencia del peligro.

Los llamados "ayuntamientos del cambio" –del cambio a peor, habría que decir– han comenzado por fin a llevar a cabo este año las medidas antitaurinas que no les dio tiempo a aplicar tras las elecciones municipales de mayo del 2015, lo que se ha reflejado directamente en la eliminación de las ayudas a los festejos taurinos de sus fiestas patronales, cuando no en su prohibición más o menos velada.

Las novilladas, con o sin caballos, han sido las más afectadas por estas políticas sectarias, hasta el punto de que, aun a falta de datos concretos, la reducción que venían sufriendo desde el inicio de la crisis del ladrillo, con la desaparición de los "ponedores",  se ha acelerado palpablemente y llega ya hasta a niveles realmente alarmantes.

El hecho más elocuente es que a estas alturas de la temporada, en la recta final del que siempre fue el mes de los novilleros, son poco más de una docena –y de ellos sólo la mitad españoles– los aspirantes con picadores que han llegado hasta las diez actuaciones, una cifra exigua a todas luces para su necesario rodaje, pero, paradójicamente, de auténtico privilegio dada la gravedad de la situación.

Ante este desolador panorama, los novilleros se ven obligados a acelerar y concentrar su aprendizaje no ya en los escasos tentaderos que les dejan los matadores y la creciente moda de los aficionados prácticos, sino en las cada vez más escasas y desesperadas oportunidades que se les brindan.

Casi todas ellas les vienen dadas en las ferias y certámenes específicos que heroicamente aún se mantienen como referencia única en este mes de septiembre. Ya saben: Arganda, Arnedo, Algemesí, Calasparra, Villaseca… Pero, como problema añadido, sucede que en la mayoría de estos ciclos los noveles deben enfrentarse, en una costumbre que también se ha generalizado en el "oasis" francés, a utreros de desmedido trapío y seriedad que hacen de la forja del oficio una aventura todavía más cruda de lo que era habitual.

Si siempre es de agradecer el esfuerzo que estos ayuntamientos y comisiones de fiestas hacen anualmente para mantener ese exiguo escaparate novilleril, sería también de desear  que el volumen de las novilladas elegidas para la ocasión se adecuara a la lógica y a la experiencia de los chavales, más que nada para no llegar a hacer de la siempre exigente selección natural del escalafón menor una auténtica masacre de vocaciones.

No se trata tanto de suavizar las condiciones en las que actúan los novilleros –ya de por sí exigentes y sin apenas recompensa económica incluso en las plazas que presumen de formalidad en las contrataciones– sino de darle a esos certámenes su sentido real y originario. Y ese no es otro que el de promocionar la cantera creando un buen caldo de cultivo, y no sólo el de potenciar encastes preteridos, por mucho que también este aspecto sea plausible en estos momentos.

La cuestión es que, teniendo en cuenta tan peligrosa deriva, resulta demencial que esas pocas novilladas que se celebran estén sirviendo únicamente para alimentar el ego de las minorías toristas que se han adueñado de la organización de algunos de estos ciclos, al tiempo que se van segando las incipientes carreras de los noveles o, en el mejor de los casos, se fomenta en los más despiertos el uso de una técnica de puros recursos defensivos.

Porque lo peor del caso no es que estos aficionados impongan tanta dureza en el ganado, sino que su contradictorio criterio taurino les lleva a no reconocer mínimamente los esfuerzos de los noveles que se estrellan ante semejantes, y en ocasiones pésimos, corridones de toros. Es decir, exactamente igual que sucede en la propia plaza de Las Ventas, convertida ya hace tiempo en un sangriento despeñadero de aspirantes en vez ser su necesaria plataforma de lanzamiento.

Es así como, sumando despropósitos, en este extraño y desnortado mundillo del toro actual todo parece conjurarse contra el propio futuro del espectáculo, este rito auténtico al que amenazan el cortoplacismo, los intereses particulares, el ego y la ceguera de personajes e instituciones absolutamente ajenos al sentido común.

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