martes, 23 de agosto de 2016

DESDE EL BARRIO: Madre coraje

PACO AGUADO

En plena temporada española, entre el fragor de viajes, festejos, estadísticas, faenas "históricas", indultos, fracasos tapados y demás resultados amontonados del verano, se nos ha pasado, casi como una noticia más, o menos, el que en puridad puede ser uno de los hitos más relevantes del año.

Un hecho quizá anecdótico, si aplicamos para valorarlo el baremo del taurinismo más rutinario y aislado del resto del mundo, pero seguro que de mucho mayor calado que millares de orejas baratas desde el punto de vista humano. Porque el gesto, en sí mismo y más allá de su tratamiento periodístico, trasciende los estrechos límites de las plazas de toros.

El caso es que con 45 años de edad -que la señora no cae en la coquetería frívola de negarlos- y 17 después de su precipitada retirada, Cristina Sánchez, casada y madre de familia, diseñadora de moda, empresaria y comentarista de televisión, se volvió a enfundar el pasado sábado el vestido de torear para enfrentarse a dos cuatreños y a dos figuras del toreo en la plaza de Cuenca.

La rubia torera de Parla, la maestra avanzada que llegó donde nunca imaginaron las incomprendidas pioneras que la precedieron, volvió a ser reina por un día, del ruedo y de sí misma. Y con una majestuosa generosidad añadida que extendió y se repartió a los hospitales, en cuanto que donó todos sus honorarios a la investigación del cáncer infantil, la lacra que desgarra el alma de otras madres abnegadas en la dura lidia de la vida cotidiana.

Y no sólo triunfó, que el gesto ya era en sí mismo un éxito personal, sino que, torera y femenina, pletórica y resplandeciente, con una figura envidiable y una sonrisa permanente en sus labios se dio el gusto de torear con reposo, de rebuscar entre sus sentimientos los viejos sabores agridulces en su reencuentro con el miedo y la incertidumbre. Y de paladear en quince o veinte pases asentados y pulseados el eterno veneno de la drogodependencia taurina.

No lo hizo Cristina por dinero, sino que buscaba aplacar esa ansiedad eterna de quien ha vivido al límite antes que en la placidez de un hogar bien estructurado. Y, como ella misma aseguró, por dar a sus dos hijos, de quince y trece años, una lección práctica y extrema, sin duda inolvidable y permanente, sobre el esfuerzo y los valores que habrán de aplicar el resto de su vida como personas íntegras.

Como una madre coraje, ese que le lleva a defender la tauromaquia ante los insultos que, por la madre que los parió, sus dos chavales tienen que escuchar de sus compañeros de colegio, Cristina dijo sí a la sugerencia del empresario Maximino Pérez y se dio por completo a una preparación intensiva. Y durante unos meses el campo, el físico y la técnica del toreo les pelearon mimos y dedicación a esos dos chavales que ya torearon dentro de su vientre y a los que llegó a amamantar vestida de corto después de algún tentadero.

Imágenes como esas, las de un torero que no renuncia a su doble condición de mujer y de madre sino que la compagina con su arriesgada pasión, se escapan, por atípicas, por inusitadas, por imposibles de clasificar, a la estrecha mentalidad de esta sociedad de tópicos y falso buenismo. Pero tienen la grandeza y la autenticidad de quienes a golpe de ejemplos vitales han sido capaces de mover el mundo y hacerlo evolucionar por encima de modas y costumbres.

Vendrán después los taurinitos y los cansinos aficionados de catón a quitar importancia a esta puntual hazaña personal, a este ejemplo de raza femenina, por aquello de que si la corrida, que si la plaza y demás sandeces de torpe ceguera mental. Pero Cristina sabe, aunque vuelva a la reserva activa, a preparar cenas y a repasar deberes, que sigue en vanguardia de una lucha que la hizo heroína y la mantiene en una latente tensión vital como mujer.

Ahora que tanto se habla, se sermonea y se trabaja por la igualdad de género, si este país no estuviera apestado de tontería, los colectivos y las oenegés del ramo deberían estar recaudando fondos para levantarle un monumento a esta hembra ejemplar.

Porque hace ya más de tres décadas que lleva haciendo más por la causa de la mujer, en los ruedos ante el toro y en los despachos ante los decimonónicos taurinos, que todas esas campañas sensibleras de millones de euros y aun que miles de feministas airadas y con sobacos sin rasurar.

Pero seguro que nada de esto le importa un bledo a Cristina, que no necesita más de homenajes y más reconocimientos que el que, en una grandiosa imagen absolutamente inédita en la historia del toreo, le hicieron sus propios hijos sacándola a hombros de ese estrado de arena donde, madre coraje, les impartió, con el ejemplo, la que quizá sea la lección más importante de su existencia.

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