viernes, 17 de mayo de 2013

DESDE EL BARRIO: Un elocuente esperpento


PACO AGUADO

Ya ha empezado San Isidro, esa primaveral acumulación de fracasos y antiespectáculos que, como si no hubiera más toros y en más sitios el resto del año, acapara durante un único mes la información taurina en los medios de medio mundo. Pero, pese a la rutina de cada tarde de tedio isidril, siempre hay detalles en esta plaza que no dejan de sorprendernos.

El último, esperpéntico, triste e indignante, ha sido la aparición en escena de ese peculiar torilero que dio salida a algunos toros el pasado fin de semana. Orondo y barbado, vestido con un traje de "artista" grana y azabache que, como a sus predecesores, le quedaba como a un santo dos pistolas, el buen hombre se plantó en la arena como disfrazado para ir de bar en bar durante una noche de despedida del soltero.

Y, como la gota que ha colmado el vaso, muchos han puesto el grito en el cielo para denunciar una imagen tan lamentable, sí, pero muy significativa y elocuente de cómo están las cosas en el Madrid taurino a estas alturas de la película.

Hace tiempo que algunos llevamos clamando porque en Las Ventas, en la que se dice la primera plaza del mundo, desparezca de una puñetera vez esa extraña y dilatada costumbre de dejar vestirse de toreros a los que no lo son. Que el chulo de banderillas y el torilero usurpen, siempre con una tabla de por medio que les separa el toro, el derecho ganado por quienes se juegan la vida, y sobre todo en Madrid, va más allá de ser una ridiculez para convertirse en una aberrante falta de respeto.

Pero el respeto es una virtud que parece que hace años desapareció en unos cuantos cientos de metros alrededor de la monumental madrileña. Ni la empresa, ni los políticos de la Comunidad, ni parte de esa que se otorga el título de "afición de Madrid" tienen desde mucho tiempo atrás el más mínimo respeto para con toros ni toreros en ese ruedo torturador de ilusiones.

En ese contexto perverso, pues, no es de extrañar que se puedan presenciar imágenes como la de ese torilero naif y boteriano, un leñador de Alaska vestido para carnaval, al que se le hizo la gran putada de salir de esa guisa a abrir la puerta de chiqueros en un día de feria a plaza llena.

Puestos a buscar no ya responsables, sino ideólogos de tal perfomance, resulta que de la estelar aparición del estafermo no es responsable la empresa Taurodelta. Al parecer, la cosa viene desde el comité de empresa que organiza el trabajo de los empleados de la plaza (porteros, acomodadores, personal de callejón…) y que depende, menos a la hora de pagar honorarios, de la propia Comunidad de Madrid.

Según las pautas del mismo, y como el puesto de torilero corresponde al más antiguo de la plantilla, el hombre del disfraz de torero estaría esa tarde preparándose para tomar el relevo. O, al menos eso lo que se dice por ahí, porque tampoco merece la pena hacer más investigaciones al respecto.

Claro que, de ser así, es evidente que algo está fallando, y no sólo esto, en la plaza de Madrid. Tanto que hasta el presidente de dicho comité, según testifica Zabala de la Serna, se permitió el lujo de entrar a la sala de prensa a recriminar a los compañeros que habían llamado la atención de tal esperpento.

Pero parece que nada de todo eso le importa a los responsables taurinos de una Comunidad de Madrid que sigue generando ingresos a costa de tantos pésimos espectáculos a los que permanece ciega e impasible. Y en que su absoluta y antitaurina dejadez incluso permite manejarse a los empleados de la plaza de toros más importante del mundo con normas de fábrica de tornillos, sin cuidar aspectos formalmente importantes en la celebración del rito taurino.

Porque no es lo mismo la puerta de un tendido que la puerta de un chiquero. Como no es lo mismo el que hace salir a un toro a la arena que el que se lo pasa por la faja unos segundos después en ese mismo escenario.

Pero así son y están las cosas en Las Ventas, antes centro del toreo, ahora víctima de un profundo y absoluto abandono institucional y taurino, con unos responsables cuyo único interés está puesto en  una rentabilidad a muy corto plazo.

Esperemos que alguien decida de una vez poner pie en pared, más allá que en el detalle del torilero, para que dentro de unos años no tenga que ser también este hombre, y vestido de enterrador, el que tenga que echarle el cerrojo a la puerta grande.

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