martes, 12 de marzo de 2013

PERSONAJES SECUNDARIOS EN LA CORRIDA DE TOROS: Los alguacilillos, su origen y su misión

Dentro de los trabajos históricos que viene realizado el buen aficionado y estudioso Plácido González Hermoso, en su web losmitosdeltoro.com, uno de sus ultimas aportaciones se dedica a explicar y documentar el origen y la misión que en una plaza corresponde a los alguacilillos. Aunque a día de hoy su papel originario, el despeje real de la plaza ocupada por los paisanos, haya quedado en desuso y, bajo este punto de vista, sea actualmente es un puro formulismo, la reglamentación le ha ido adjudicando otros papeles en el espectáculo taurino como delegados de la autoridad.
PABLO GONZÁLEZ HERMOSO
www.losmitosdeltoro.com  

Cuando una persona acude a una Plaza de Toros a presenciar una corrida, sea  aficionado o simple espectador, el primer acto formal que presencia, aparte del bullicio bullanguero y colorista de los tendidos, es el conocido con el nombre de “Despeje de Plaza”.

El cometido de “despejar la plaza”, modernamente, lo realizan dos Alguacilillos, a veces uno solo, avanzando en sus corceles hacia la Presidencia de la Plaza, a quien piden el correspondiente permiso para que comience el espectáculo y, tras obtenerlo, recorren el perímetro del albero en direcciones opuestas cada uno, hasta llegar a la puerta de cuadrillas para dar comienzo al “paseíllo”.

En él se integran, a modo de abigarrada y solemne procesión taurómaca –además de los toreros, banderilleros y picadores-, una serie de personajes de variado rango, diferentes profesiones y peculiares cometidos, que bien merecen le dediquemos un poco de nuestra atención, siquiera porque la labor que realizan es necesaria para el buen desarrollo de la “corrida de toros”.

“Rompiendo Plaza” o, si lo prefieren, encabezando la variopinta comitiva, van los mismos dos Alguacilillos que anteriormente habían realizado el “Despeje de Plaza”, seguidos de los tres matadores, sus nueve banderilleros, seis picadores con sus mozos de caballos, conocidos como “chulos” o “mono-sabios”, varios areneros y dos tríos de mulillas para arrastrar al toro, asistidas por los mulilleros correspondientes que cierran el cortejo.

El orden que debían ocupar los diferentes componentes de las cuadrillas las versifica Salvador Rueda (1857-1933), en La fiesta nacional:

“Ya va a salir la cuadrilla;
la puerta gira: ¡Silencio!
De tres en tres colocados;
en los capotes envueltos,
de los pliegues oprimidos,
libres los brazos derechos;
las monteras en las sienes
y los pies en movimiento,
detrás de los alguaciles
que comienzan el despejo;
primero van los espadas,
después, los banderilleros,
siguiendo los picadores
sobre caballos entecos,
y mozos, tiros y mulas,
ponen remate al cortejo”

Después describe en otros versos el instante en que llegan a la zona de la barrera, que está bajo el Palco Real o del Presidente de la corrida, y todos saludan reverencialmente:

“Junto al estribo parados
al Rey saludan los diestros;
truecan las capas brillantes
por los capotes de juego…
Pide un Alguacil la llave,
a escape atraviesa el ruedo,
y, tras sonar de clarines
delante el cornúpeto,
que bufa, extiende la cola,
¡y arranca cortando el viento!”

Con motivo de la nueva llegada a Madrid del francés José I, el 15 de mayo de 1810, tras ser reparada la plaza de la Puerta de Alcalá de Madrid, se celebró la primera corrida el domingo 24 de junio, corriéndose diez toros que fueron estoqueados por Jerónimo José Cándido, Juan Núñez “Sentimiento” y “Curro Guillén”, tres cada uno y el último por el media espada Lorenzo Badén. Como nota curiosa, y aún cuando era costumbre, el paseíllo se hizo por este orden, primero los soldados que practicaron el despejo, luego los alguaciles de golilla, los toreros, picadores, dos perreros con sus seis alanos cada uno, el chulo con la “media luna” y otros con las banderillas de fuego. Tras los areneros y las mulillas, salió el “Verdugo de la Villa”, montado en un burro, que era el encargado de leer las advertencias y sanciones para aquellos que “….arrojasen piedras, palos o animales muertos a los lidiadores, provocaran reyertas, etc…”

El acto de “despeje de plaza”, practicado por los Alguacilillos, actualmente es un puro formalismo que ha quedado como una reminiscencia de la costumbre secular practicada en todas las plazas, para que las personas que invadían y paseaban por el ruedo, antes del comienzo de la corrida, lo despejasen y ocupasen sus localidades.

Antiguamente, esa labor la realizaba la compañía de tropas encargada de prestar seguridad a las Autoridades que presenciaban la corrida, que, además, se empleaban a fondo ante la desobediencia de la plebe que deambulaba por el ruedo.

Sánchez de Neira, al describir una “Función Real” celebrada en la Plaza Mayor de Madrid, el 21 de agosto de 1623, con motivo de la visita a la capital del Príncipe de Gales, Carlos Estuardo, dice que: “…se hizo el despeje de la plaza por la guardia real española y alemana”, y que el cortejo del paseíllo se hizo en primer lugar el “trompeta mayor” seguido de dieciséis alabarderos, sesenta clarines y trompetas y “veinticuatro alguaciles del buero”, es decir de palacio

En un facsímil de una corrida real, dada en la Plaza Mayor de Madrid, el 17 de agosto de 1690, reinando el Rey Carlos II “El Hechizado”, se relata la contundencia con que se emplearon las tropas encargadas del “despeje”: “…los Capitanes de las Guardas, puestos ante el Balcón Real, hizieron a fus Mageftades una profunda reverencia y licencia para començar el defpejo de la Plaça; la cual recibida, y ordenados los Efquadrones precedidos de fus valerofos Caudillos… dieron dos, ó tres velociffimas vueltas a la Plaça, lloviendo confiderable multitud de palos, vnos dados, y otros amenazados fobre los que ya fe les hazian angoftas, y eftrechas las puertas para falir huyendo…”

En otras ocasiones la fórmula empleada era más contundente si cabe, y lo hacían sacando un toro al ruedo, cuya fórmula se anunciaba al público en los respectivos carteles de toros; como ocurrió en varias ocasiones en Granada en 1.764, donde se cita que por la mañana se correrían cuatro toros “Uno a despejar la Plaza”, y nueve por la tarde, “Uno de despeje” donde se informa que “El Amphitheatro, ó Plaza de los Toros, es en la Carrera de la Virgen” y en ellas tomaron parte, como toreros de “á pie”, Juan Romero, de Ronda, Diego Castilla y Antonio Abad de Granada.

Otras veces realizaba el despejo la guardia personal del Rey, que eran los Alabarderos, como ocurrió en las corridas que se dieron en la Villa y Corte, el 22, 24 y 28 de Septiembre de 1.789, con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV: “…desfilaron los Alabarderos apareados y partiendo la Plaza, giraron espalda con espalda, en cuya forma la despejaron..”, una vez hecho el despejo se situaban bajo el balcón del rey o autoridad que presidía el espectáculo: “la compañía de Alabarderos que cubrió en ala el frente del balcón del Rey, en el que no había contrabarrera, pues servían de tal los referidos Alabarderos…”. La fuerza citada pertenecía a una compañía del Regimiento de los Dragones de la Reina.

Esa costumbre de pasear por el ruedo, no solo estuvo consentida, sino que incluso fue recogida en algunos Reglamentos taurinos, como el de “Funciones de Toros de la Plaza de Madrid”, de 30 de junio de 1852, que en su artículo 34 especificaba: “Desde media hora antes de la corrida se permitirá al público pasear por el redondel hasta la señal de principiarse la función, que se hará el despejo, retirándose cada cual a su puesto, sin permitir en el chiquero, cuadras y demás dependencias otras personas que las que correspondan a la cuadrilla o sirvientes de la Plaza. Después de muerto el último toro podrá volver el público al redondel”.

No podía faltar la glosa de algún poeta, como la de Luis Quiñónez de Benavente (1589-1651), que lo refleja en su Baile de los toros:

“Manda el amor que despejen
los soldados de su guarda,
y que un pregonero avise
antes que el toril se abra.

Esa costumbre de despejar la plaza a cargo de la compañía de alabarderos o fuerza semejante, fue abolida por real orden de 3 de julio de 1865: “La Reina (Isabel II) ha tenido a bien mandar que en lo sucesivo se suprima en las corridas de toros el despejo que se ha acostumbrado a verificar en las Plazas por la fuerza armada. De Real orden lo digo a V.E.”

No obstante hubo otra vez en que se hizo el despejo a la antigua usanza, y fue en una corrida celebrada en Madrid el 2 de mayo de 1.902, con ocasión de la mayoría de edad del rey Alfonso XIII y la jura de la Constitución. En tal ocasión se colocaron en “cuádruple hilera dieciséis guardias de alabarderos, cubriendo la llamada puerta de Madrid, en la plaza de la carretera de Aragón”.

Como ya hemos dicho, el “despeje de plaza” lo realizan modernamente los Alguacilillos, que dependen del Presidente de la corrida, y son  los encargados de ir en busca de las cuadrillas de toreros y de entregar la llave de los chiqueros al chulo de toriles, que es el encargado de abrirlos. A pié, dentro de la barrera, recibe las órdenes que el presidente estime oportunas, y las comunica a los diestros o subalternos. Al finalizar la lidia de cada toro, es el encargado de entregar a los toreros los trofeos que se hayan concedido.

La vestimenta del alguacilillo es negra y está compuesta de golilla blanca, capa corta y un sombrero tocado con plumas. En Madrid son de color rojo y gualda, en cambio en Sevilla son de color rojo y blanco. La golilla suele ser bien lisa, al estilo de la época de Felipe IV o rizada de la época de Felipe III. El uso de polainas y botas de cuero es de mediados del siglo XVIII ya que en el siglo XVII no se usaban.

La palabra Alguacil, según lo define el “Diccionario histórico y forense del Derecho Real de España” de Andrés Cornejo, 1779, dice que: “Es voz al parecer arábiga, y omitiendo la varia etimología que refiere Covarrubias, según  diferentes autores, dice él mismo, puede la dicha voz traer su origen del hebreo, y latino rapere, que significa aprehender al delinqüente”.

No obstante el nombre de Alguacil, como agente de la autoridad judicial, lo hallamos registrado desde bien antiguo, pues ya en la Biblia, en tiempos de Möisés (hacia 1250 a.C.), es éste Patriarca quien eligió “de los principales de vuestras tribus hombres sabios y probados y los nombré vuestros jefes y además designé alguaciles”. (Deuteronomio, 1,15), y en tiempos del rey Salomón (950 a.C.) era el Alguacil el que ponía coto a los camorristas: “El revoltoso busca camorra: le echarán un alguacil inflexible”.(Proverbios 17,11) Cossío, dice que: “No menos que de 1503 es una pragmática dada por Isabel la Católica en Alcalá e incorporada a la Nueva Recopilación (libro 1º, tít. 31) referente a alguaciles”.

No obstante, con anterioridad, el marqués de San Juan de Piedras Albas, en su obra Fiestas de Toros, Bosquejo histórico, pag. 329, recoge la participación de un alguacil en el negocio de los toros, en un documento elevado a “Escritura pública” del 15 de junio de 1372, con motivo de la organización de las fiestas conmemorativas en honor de los Santos Mártires Vicente, Sabina y Cristeta, muy venerados en la ciudad de Ávila, el domingo antes de la fiesta de San Juan de dicho año: “…Otrofí mandamos a Don Samuel que de un toro para que fe pueda lidiar para eftas fieftas… y sino lo quifiere dar, rogamos y mandamos a Ximen Muñoz alguacil que le prenda por cient marauedis… E fi el dicho alguazil no le quifiere prender que peche dozientos marauedis e fean para pro de la dicha iglesia”.

Sea como fuere, la realidad es que el cometido de estos ayudantes de la autoridad la ejercían, en principio, sin recibir emolumento alguno, cuestión que llevó a que las quejas fuesen numerosas, ya que en la mayoría de los casos tenían que desatender sus oficios u ocupaciones.

Don Luis del Campo, en su obra Pamplona y Toros s.XVII, recoge varias notas de cantidades pagadas por el Ayuntamiento de Pamplona  a un “Alguacil de Corte”, entre 1614 y 1630, cuyos libramientos oscilan entre los doscientos cincuenta reales en 1614 a los noventa que cobró en 1630.

En cambio en  Madrid no hay constancia de ninguna clase de estipendio a los Alguaciles hasta 1636, debido a las reiteradas quejas de los mismos, ya que las corridas se daban por la mañana y por la tarde, y se ordena les recompensen con tres ducados para cada uno.

También se refiere, Luis del Campo, a otro “Alguacil de Corte” en la Villa y Corte, llamado Pedro Vergel, quien debido a los supuestos cuernos con que le adornaba periódicamente su esposa, la actriz Josefa Vaca, una mujer sensual y de gran belleza, dice que fue famoso en sus días y ensalzado por Lope de Vega en una de sus obras, motejándolo de “El mejor mozo de España”. En cambio, el tal Vergel, no se libró de que el II Conde de Villamediana, D. Juan de Tarsis y Peralta (1581-1622, su padre alcanzó el título de conde por haber organizado el servicio de postas y el título de “Correo Mayor del reino”, título que también heredó), le dedicara, malévolamente, varios versos jocosos aludiendo a los adornos con que le obsequiaba su esposa, por cuya causa, decía, que no le atacaban los toros porque éstos lo consideraban el rey de su especie:

“Con tanta felpa en la capa
y tanta cadena de oro
el marido de la Vaca
más que novillo es un toro”.

También le dedicó esta otra lacerante estrofa:

“Qué galán entró Vergel,
con su anillo de diamantes.
Diamantes que fueron antes,
de amantes de su mujer”.

La mordacidad del conde llegó a tal extremo que, en una del las justas que participó presenciadas por los reyes, sacó una divisa con un rótulo, a modo de jeroglífico, que decía: “Son mis amores…” y varios “reales” de plata cosidos a continuación. El primero que tradujo el acertijo fue el bufón de Felipe IV, un tal Velazquillo, cuya traducción sirvió de mofa en toda la Corte y de gran cabreo en el rey, quien ya tenía, desde hacía tiempo, la “mosca” tras de la oreja, en concreto desde el día en que el monarca le gastó una broma a la reina, al encontrarla sentada de espalada, y al taparle los ojos con las manos la soberana le dijo: “Estaos quieto, conde”

El retrato de la personalidad y el carácter de este Villamediana, del que al parecer Tirso de Molina y Zorrilla se inspiraron en su leyenda para crear el personaje de D. Juan, la glosó en un romance, a su muerte (dicen que por orden del rey, el 21 de agosto de 1622), un poeta contemporáneo suyo (D. Antonio Hurtado de Mendoza), en el que nos descubre que era diestro en rejonear y arredrado en cualquier liz:

Ya sabéis que era Don Juan
dado al juego y los placeres;
amábanle las mujeres
por discreto y por galán.
Valiente como Roldán
y más mordaz que valiente…
más pulido que Medoro
y en el vestir sin segundo,
causaban asombro al mundo
sus trajes bordados de oro…
Muy diestro en rejonear,
muy amigo de reñir,
muy ganoso de servir,
muy desprendido en el dar.
Tal fama llegó a alcanzar
en toda la Corte entera,
que no hubo dentro ni fuera
grande que le contrastara,
mujer que no le adorara,
hombre que no le temiera.

Estos fueron, grosso modo, los orígenes de los Alguacilillos que hoy vemos en nuestras Plazas de Toros y cuyos cometidos han quedado reducidos, en la mayoría de los casos, al simulacro de despejo, acompañamiento de las cuadrillas en el paseíllo y a la entrega de los trofeos a que se hagan acreedores los matadores, pues los que ejercen y transmiten las órdenes del Presidente de la corrida a los toreros participantes o integrantes de sus cuadrillas son los llamados “Delegado de callejón” ó “Delegado gubernativo”, que pertenece, por lo general, como el presidente, al Cuerpo Nacional de Policía, en la mayoría de las plazas.  

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