lunes, 18 de marzo de 2013

FERIA DE FALLAS EN VALENCIA - Dos faenas muy serias de un firmísimo Perera


Baño de masas de Padilla, El Cid atenazado, cuatro toros importante de los dos hierros de la casa Jandilla y una exhibición de valor y rigor del torero de la Puebla del Prior (en la grafica).
BARQUERITO

Foto: EFE



Los dos toros de más cuajo y respeto se juntaron en el lote de Perera. Con ellos se vivieron dos faenas de emoción, autoridad y calado. Tan distintas la una de la otra como los propios toros. El tercero, con el hierro de Vegahermosa, negro coletero y salpicadito, muy nalgudo, corto de manos, armado por delante, no quiso caballo por cobardón y tuvo en la muleta son brusco. En un violento derrote prendió a Perera por la chaquetilla, lo izó a pulso y en vertical, lo tuvo suspendido, le deshizo a cabezazos la faja, con la que pareció enredarse, y estuvo a punto de herirlo en serio.



La punta de genio de ese toro se resolvió con una retirada de toro medio rajado. Podrá hablarse del quite de la faja, negra como la pañoleta, tan bien anudada que salió del trance sin deshacerse. O del quite del forro de la chaquetilla, que fue como un escudo salvador. Para hacerle un monumento al traje.



Perera dibujó en el recibo lances a pies juntos de bello dibujo, quitó tras la segunda vara por chicuelinas, talaveranas y una gaonera de propina, y entonces descubrió que el toro no iba a ser sencillo. Aunque lo viera enseguida galopar en banderillas y tal vez por eso decidiera brindarlo al público. Algo aventado, protestón, el toro se resistió. Se sacudía engaño –o "soltaba la cara", según frase feliz- y, sin ser mirón, medía mucho. Perera estuvo firmísimo. Solo una tanda redonda le dejó pegar el toro.



No hizo mella en la moral del torero extremeño: faena bien armada, de riesgos pensados, corridos y asumidos –ni un titubeo, ni una duda- y regalada con temas del repertorio asfixiante del mayor Ojeda, que fue modelo del Perera novillero y ya no tanto, pero… Roscas, tandas de dos sin enmendarse –un muletazo en la suerte natural por abajo y el de vuelta cambiado por arriba- y tandas de dos a dos sin ceder entre una y otra. En una de ellas vino el derrote que pudo haber sido fatal pero no lo fue.



Lo admirable fue ver salir de la cogida a Perera compuesto y sereno como si no hubiera pasado nada. Ni un gesto de más a la cuadrilla ni para la galería. La seriedad proverbial de Perera, que se pasó de tiempo un poquito. Una estocada buena pero de muerte lenta y un aviso que se cobró en prenda un premio: una oreja que habría sido de las arrancadas y no de otra categoría.



El sexto, del hierro de Jandilla, fue toro de espectacular porte. Casi 600 kilos, que lucían sin disimulo. Acarnerado, amplio cuello astracanado, goloso morrillo, acucharado y engatilladito, limpio de pitones, largo y, sobre todas las cosas, un hondísimo toro. Se llamaba «Testarudo». ¿Como el talante torero de Perera? Perera lo lidió con mimo en el saludo: lances hasta la boca de riego, Lo lidió con sucinto acento y gusto –lo dejó en suerte con una revolera de… ¿la escuela julista?- y lo tuvo claro antes de catarlo con la muleta. Esas cosas se notan. Estaba en sus manos la suerte del guión de la corrida.



En versión ciclónica, atómica y pleonástica, Padilla –el parche pirata, los vendajes en el maxilar de su reciente cirugía- se había pegado con el pastueño pero boyante cuarto toro, de Vegahermosa, un baño de masas en toda regla. De rodillas hasta que aguantaron las dos partes el castigo, en pie perdiendo pasos y sorteando las corrientes del viento de «Poniente», a gusto y descarado Padilla. "¡Torero, torero…!", cantó el coro de las corridas festivas. Una oreja, casi dos.



El Cid no se había sujetado con un quinto bueno y sencillo, pero jugado con más viento de la cuenta. El viento puso al propio Cid a la defensiva con un segundo jandilla del cupo de bombones de la ganadería. Secreta la receta del chocolate.



Padilla no había podido más que tirar del primero a tironcitos y sin terminar de acoplarse. Así que la cosa estaba de repente en manos de Perera y de ese toro tan grande pero tan hermoso.



Imposible estar más firme de lo que Perera se estuvo con ese toro. La firmeza fue ajuste, impavidez –incluso cuando el toro le pasó acariciando los machos o se le arrancó de improviso-, brazos sueltos para torear a compás, ligazón y pureza con la figura en la perpendicular del toro y las zapatillas en paralelo. Tandas abundantes de cinco y hasta seis, salidas lindas de la cara del toro, suaves llegadas, ni una mancha de sangre en el traje milagroso. Toro gobernado, dominado, sometido. "Reventado", dicen los toreros, En los medios y, si no, donde dispuso Perera, amo absoluto del toro, que en un momento dado pareció pedir árnica. Roto por las dos manos el toro. Muleta planchada incluso en trenzas ojedistas de un final rampante –desplantes sencillos pero a pelo- y excesivo. La guinda de un natural al desdén sencillamente maravilloso. Un aviso antes de cuadrar. Ya había pedido el toro la muerte. Una oreja. Solamente una.



FICHA DEL FESTEJO
Cuatro toros de Jandilla (Borja Domecq Solís) y dos -3º y 4º- de Vegahermosa (Borja Domecq Noguera). De muy variadas y buenas hechuras, corrida abierta de líneas. Segundo, cuarto y quinto fueron de muy buena nota. El sexto, despampanante, muy noble. El primero no se empleó. El tercero tuvo fijeza pero temperamento defensivo.
Juan José Padilla, de ceniza y oro, saludos tras un aviso y una oreja. El Cid, de carmesí y oro, saludos tras un aviso y silencio tras un aviso. Miguel Ángel Perera, de verde parra y oro, saludos tras un aviso y oreja tras un aviso.
Valencia. Lunes 18 de marzo de 2013. 10ª de Fallas. Soleado, bueno pero ventoso. Casi tres cuartos de plaza.
En versión ciclónica, atómica y pleonástica, Padilla, ayer en la septima de las Fallas.

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